Los padres sinodales han subrayado, en definitiva, que si se separan Verdad y Misericordia, la verdad deja de dar Luz a la inteligencia, y la misericordia se convierte en un sentimentalismo muy vacío
El Papa Francisco, en el discurso final del Sínodo, ha dicho algunas frases que nos pueden ayudar a dar una respuesta adecuada a esta pregunta.
“Tantos comentaristas han imaginado ver una Iglesia en litigio donde una parte está contra otra, dudando hasta del Espíritu Santo, el verdadero promotor y garante de la unidad y de la armonía en la Iglesia”.
“El Espíritu Santo que a lo largo de la historia ha conducido siempre la barca, a través de sus ministros, también cuando el mar era contrario y agitado y los ministros infieles y pecadores”.
“Puedo decir serenamente que −con espíritu de colegialidad y de sinodalidad− hemos vivido verdaderamente una experiencia de “sínodo”, un recorrido solidario, un “camino juntos”.
“Y, porque es un camino de hombre, también hubo momentos de desolación, de tensión y de tentación”.
Palabras de papa Francisco que quienes hayan seguido los trabajos de las asambleas del Sínodo de estas dos últimas semanas, comprenden muy bien.
El cambio tan importante −y profundo− entre la primera redacción de la Relatio, y la definitivamente aprobada −aunque tres párrafos no hayan conseguido la mayoría requerida, el Papa ha querido que se mantuvieran− es la mejor señal de los contrastes a los que el Papa aludió.
Siempre ha habido personas en la Iglesia que se han obstinado en oponer, o al menos buscar una cierta oposición, entre el anuncio claro de la Verdad de Fe, y la Misericordia infinita de Dios; y los sigue habiendo. La Iglesia sabe muy bien que la mejor Misericordia divina que puede mostrar al hombre de todos los tiempos, es el anuncio de la Verdad, la buena doctrina, de Jesucristo, y que el mejor fruto de la buena doctrina vivida es la Misericordia.
La Relación final del Sínodo lo dice con mucha claridad: “Bien conscientes de que la mayor misericordia es decir la Verdad con Amor, y así vamos más allá de la compasión. El Amor misericordioso atrae y une, y a la vez, transforma y eleva. Invita a la conversión. Así entendemos el comportamiento del Señor, que no condena a la mujer adúltera, y le dice que no vuelva a pecar” (n. 28).
Los padres sinodales han subrayado, en definitiva, que si se separan Verdad y Misericordia, la verdad deja de dar Luz a la inteligencia, y la misericordia se convierte en un sentimentalismo muy vacío. La falsa compasión humana no refleja la Misericordia divina.
A la vista de las 470 correcciones que ha sufrido la primera Relatio, no parece muy osado señalar, que los contrastes han sido hondos, y la batalla enconada. De un tono de misericordia pesimista, “buenista”, como si el mundo no pudiera ser redimido por la Luz de Cristo, se ha pasado a un reconocimiento claro de la Verdad, reafirmada en la sacramentalidad e indisolubilidad del matrimonio, en los planes divinos de creación, de redención y de santificación del mundo. Y así, se ha recuperado también el verdadero sentido de la Misericordia.
En el discurso final del Sínodo, el Papa ha hecho referencia a que la Iglesia “no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los publicanos (...) La Iglesia tiene las puertas abiertas para recibir a los necesitados, los arrepentidos... y animarlos a retomar el camino hacia el encuentro definitivo con su Esposo, en la Jerusalén celeste”.
Esto lo ha dicho después de afirmar que en todas las discusiones del Sínodo “jamás se ha puesto en discusión la verdad fundamental del Sacramento del Matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la procreatividad, o sea, la apertura a la vida”.
En definitiva, un soplo del Espíritu Santo bien patente, que camina siempre con y en la Iglesia. “Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor” (Evangelii gaudium, 265).
Ernesto Juliá
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