Leyendo ‘Evangelii Gaudium’, monseñor Mariano Fazio, vicario del Opus Dei en la Argentina, ve que el futuro beato “era un hombre que transmitía el impulso por servir a todas las almas, como lo está haciendo ahora el Papa Francisco"
El 27 de septiembre será beatificado, en Madrid, Álvaro del Portillo, primer sucesor de san Josemaría Escrivá de Balaguer al frente del Opus Dei. De todo el mundo llegarán a España fieles del Opus Dei para agradecer por la vida del “hijo más fiel” de san Josemaría. Cientos lo harán desde la Argentina, país que visitó acompañando a su antecesor.
En diálogo con monseñor Mariano Fazio, vicario regional del Opus Dei en la Argentina, emerge naturalmente la relación de don Álvaro, como se le conoce afectivamente, con este país. También la actitud de “salida” del futuro beato, la relación con san Josemaría, con los Papas, y con los fieles de esta prelatura personal, de la que fue su primer prelado.
De niño, cuentan, Álvaro del Portillo recibía la revista Billiken… Compartió proyectos del Opus Dei con argentinos, nos visitó acompañando el viaje de san Josemaría. ¿Qué relación tenía con la región?
Don Álvaro tenía un corazón universal, y quería a todo el mundo. También, por supuesto, a nuestra patria la Argentina. Se llevó una gran alegría al comprobar el crecimiento de la labor apostólica cuando vino acompañando a San Josemaría en el año 74, y a partir de 1975 impulsó todos los proyectos apostólicos en la región. Es impresionante comprobar cómo ha crecido todo entre 1975 y 1994. Basta pensar que, por iniciativa suya, se comenzó la labor apostólica, desde Argentina, en Bolivia.
Además, se abrieron centros culturales, se impulsaron labores sociales, académicas y asistenciales en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza, Tucumán, Santa Fe, Mar del Plata, La Plata y en tantas otras ciudades. La Universidad Austral, el Colegio Buen Consejo y el Instituto Madero, entre otros proyectos, son fruto de su impulso apostólico. Siempre nos animó a tener sentido de responsabilidad, porque −decía− Dios había bendecido mucho a nuestra tierra.
No visitó América del Sur como sucesor de san Josemaría, sí acompañándolo. Sin embargo, en la región se le quiere muchísimo, y como ilustración de este afecto la cantidad de fieles que viajarán a la beatificación. ¿Cómo se explica esta devoción?
Desde el comienzo de su gobierno al frente del Opus Dei manifestó su deseo de ir a los países donde no había ido personalmente San Josemaría, y además fue a muchos de los nuevos países donde se comenzó la labor apostólica durante sus años al frente de la Obra. Por eso no regresó físicamente a la Argentina, aunque estuvo muy presente espiritualmente, con su aliento y su oración.
Don Álvaro tenía una personalidad que transmitía paz, serenidad, confianza en Dios. La foto que aparece en su estampa lo manifiesta claramente. Me parece que en un mundo tan necesitado de esos valores, millares de personas acuden a él como intercesor para que les llene el alma de paz y serenidad. Y por eso muchos argentinos, haciendo un gran esfuerzo económico, querrán estar presentes en Madrid en la beatificación.
Don Álvaro recorrió varios países del mundo en los que la Iglesia no era, ni de cerca, mayoría: China, Japón, Australia, Estonia. Evidentemente iba por delante. En el caso de Camerún, por ejemplo, hace apenas un año el Opus Dei estaba allí presente. ¿Qué lo movían a elegir estos destinos?
Te cuento una experiencia personal. Leyendo por primera vez la Evangelii gaudium del Papa Francisco, me venía continuamente el talante espiritual y apostólico de Don Álvaro, que quería que llegara el Evangelio hasta el último confín del mundo. Nos hacía soñar con la reevangelización de Europa, con el apostolado en China, en Rusia.
Gracias a Dios, muchos de esos sueños los pudo concretar mientras vivió en esta tierra. Y le gustaba acudir a donde estaban sus hijos e hijas, para acompañarlos en la aventura de la evangelización. Era un hombre que transmitía el impulso por servir a todas las almas, como lo está haciendo ahora el Papa Francisco: llegar a todos los ambientes, a todas las periferias, a cada hombre y a cada mujer...
Le tocó a Álvaro del Portillo un difícil legado: suceder a un santo. En el camino de la santidad, con esta beatificación, confirmamos que le siguió… ¿Qué semejanzas hay entre la santidad de don Álvaro y la de san Josemaría? ¿Qué diferencias?
La santidad consiste en la imitación a Jesucristo. En este sentido, todos los santos son iguales. Pero hay muchos caminos para identificarnos con Jesús. Inspirado por el Espíritu Santo, San Josemaría abrió en la Iglesia un camino de encuentro con Dios en la vida de todos los días. Desde este punto de vista, le tocó ser un pionero, y recibió gracias especiales como fundador.
Don Álvaro fue fidelísimo al momento de encarnar ese espíritu, secundar al fundador hasta el 26 de junio de 1975, fecha del fallecimiento de San Josemaría. A partir de esa fecha, dirigió el período de la continuidad en la fidelidad. Yo diría que Don Álvaro supo estar en el lugar que el Señor quería que estuviera: secundando, acompañando, en un segundo plano, pero poniendo todas sus capacidades y energías en esa misión. Así se fue preparando para llevar adelante el carisma del fundador, con nuevas energías y siempre de acuerdo con los cambios culturales propios de los tiempos que le tocó vivir.
Para san Josemaría era ‘saxum’, ¿a qué se refería?
Saxum significa "piedra" en latín. San Josemaría consideraba que Don Álvaro tenía una fortaleza −gracia de Dios, correspondida con generosidad− que lo hacía capaz de soportar mucho peso y mucha responsabilidad. En los comienzos del Opus Dei, el fundador necesitaba apoyarse en sus hijos para sacar adelante la Obra. Encontró en Álvaro del Portillo al hijo más fiel, y lo fue preparando para que lo sucediera. San Josemaría pedía a todos una fidelidad exigente, y ponía a Álvaro como ejemplo de esa virtud. Evidentemente, no hablaba de él −salvo en contadas ocasiones−, cuando estaba presente, pero sabía transmitir a todos el agradecimiento que sentía por el trabajo y la lealtad de ese hijo suyo.
Monseñor Fazio es historiador. Como rector de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz fue presidente de la Conferencia Permanente de Rectores de las Universidades Pontificias de Roma y fue designado perito en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida. Publicó más de 20 obras, entre ellas libros sobre Juan XXIII, Pablo VI, y Juan Pablo II.
Don Álvaro colaboró en el Concilio Vaticano II y cultivó una relación con los Sumos Pontífices. ¿Cómo era esta relación?
Don Álvaro fue un hijo fiel de la Iglesia, y estuvo siempre unido afectiva y efectivamente al Santo Padre, se tratase de Pío XII, San Juan XXIII, el futuro Beato Pablo VI, Juan Pablo I o San Juan Pablo II. Trató a todos esos Romanos Pontífices con afecto filial y con obras de servicio. Dedicó muchas de sus energías y de sus capacidades intelectuales a la preparación y al desenvolvimiento del Concilio Vaticano II.
Pablo VI lo apreciaba de modo particular. Se habían conocido en los años 40 y siempre admiró su lealtad y su profundidad en el estudio de los problemas que le presentaban. Con San Juan Pablo II tuvo una relación de amistad entrañable, manifestada en la presencia del Santo Padre en la sede central de la Prelatura durante su velorio, el 23 de marzo de 1994 (se pueden ver imágenes ">aquí). Se ha escrito mucho sobre esta relación. Estoy seguro de que están ahora los dos intercediendo por nosotros, en plena sintonía, como la tuvieron en esta tierra.
A nivel personal, ¿Qué recuerdos guarda de él?
Tuve la gracia de tratarlo durante algunos años en Roma. Recuerdo su paternidad afable, su sonrisa sincera y permanente, su habitual actitud de agradecer todo a Dios, su preocupación por cada uno, como buen padre con corazón de madre. Solo una anécdota. Un día tenía que predicar una meditación en un retiro acerca del cielo. Me encontré con Don Álvaro y le pedí que me diera alguna idea. Su respuesta fue muy breve: "Ustedes son el cielo", me dijo, refiriéndose a sus hijos en la Obra. ¡Eso sí que es ser Padre!
(*) Entrevista de Esteban Pittaro
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