Los mártires coreanos, estos días, y la muerte de Miguel Pajares, si aparecen en la prensa y, sin pretenderlo en absoluto, sitúan a más de una persona ante la pregunta sobre el sentido y el valor de su propia vida
“Vivieron y murieron por Cristo, y ahora reinan con Él en la alegría y en la gloria” “La victoria de los mártires, su testimonio del poder de Dios, sigue dando frutos hoy en Corea, en la Iglesia que sigue creciendo gracias a su sacrificio”.
“Poco después de que las primeras semillas de la Fe fueran plantadas en esta tierra, los mártires y la comunidad cristina tuvieron que elegir entre seguir a Jesucristo o al mundo (…) Para muchos, esto significó persecución y, más tarde, la fuga a las montañas, donde formaron aldeas católicas. Estaban dispuestos a grandes sacrificios y a despojarse de todo lo que pudiera apartarles de Cristo −pertenencias y tierras, prestigio y honor−, porque sabían que sólo Cristo era su verdadero tesoro”.
Comienzo con estas palabras del Papa Francisco, en la homilía de la Misa de la Beatificación de Pablo Yun Ji-chung y sus 123 compañeros; primera generación de mártires coreanos, porque me parecen muy adecuadas para explicarnos las reacciones de algunas personas ante dos acontecimientos que han tenido, y siguen teniendo, una actualidad destacada estos días: el viaje del Papa Francisco a Corea, y la muerte del sacerdote Miguel Pajares.
La vida y la muerte de los mártires es un testimonio que muchas personas prefieren no ponerlo jamás delante de sus ojos. No quieren verlo. Periódicos que no dan la noticia del viaje del Papa a Corea; periódicos y personas que han cuestionado tantos detalles en torno a la atención dispensada a Miguel Pajares.
¿Por qué? ¿Sencillamente porque les hace pensar que la vida en la tierra no es lo más importante para el ser humano; y que la unión con Dios, con Jesucristo, con nuestros hermanos los hombres en esta tierra, y la Vida eterna, son las realidades que dan sentido a nuestro vivir aquí y ahora? Quizá.
La vida y muerte de Miguel Pajares es el testimonio de una persona que, en nombre y por amor de Dios, da la vida por sus hermanos los hombres, y ve la vida eterna como el verdadero sentido de su vivir amando a los enfermos.
¿Todos hemos de ser mártires, todos hemos de pasar la vida en los hospitales sin preocuparnos de ser contagiados por enfermedades mortales? No.
Muchísimas otras personas, profundamente creyentes y movidos por un hondo amor a Dios y a Jesucristo, y a todos los hombres, dan su vida cada día en servicio a los demás, en testimonio de Fe, cuidando sus familias, sirviendo en sus trabajos, levando el dolor y la pena atendiendo enfermos, padeciendo “persecución” por defender su libertad de creer y de amar a Dios, etc. etc. Pero de estos “mártires” no se ocupa nunca ningún periódico, y tampoco hace ninguna falta.
Los mártires coreanos, estos días, y la muerte de Miguel Pajares, si aparecen en la prensa y, sin pretenderlo en absoluto, sitúan a más de una persona ante la pregunta sobre el sentido y el valor de su propia vida.
“En nuestro días, muchas veces vemos como el mundo cuestiona nuestra Fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la Fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo. Los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con Él y con su Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir”.
El Papa también lo recuerda a todos desde Corea. Estos testimonio alcanzan a todo el orbe católico; dan nueva vida la Iglesia, única realidad vivida por los hombres que permanecerá siempre viva y fecunda entre el pasar de civilizaciones, modas culturales, movimientos artísticos, corrientes filosofías, aventuras políticas, etc.
Y quizá lo que más llame la atención a quienes no quieren ver este Testimonio de Vida que nos dan estos Muertos, es que tanto los mártires coreanos como Miguel Pajares han vivido y muerto también por el bien de los demás, por conseguir una sociedad más justa en la que los hombres respetemos la libertad de los demás, libertad iluminada por la Verdad de la conciencia, como ha sido la suya; y por un cierto bienestar humano, combatiendo enfermedades, signos de muerte y de dolor.
“La herencia de los mártires puede inspirar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar en armonía por una sociedad más justa. Libre y reconciliada, contribuyendo así a la paz y a la defensa de los valores auténticamente humanos en este país y en el mundo entero”.
Los mártires coreanos beatificados fueron la primera generación de mártires del país. La segunda y tercera generaciones ya fueron beatificadas por Juan Pablo II. La Iglesia en Corea está asentada en bases firmes.
Ernesto Juliá Díaz
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