“No creo que haya pocas vocaciones; hay poca gente que las sigue y que responde a ellas, que es distinto. El responsable no es Dios, somos nosotros, que somos mayores, y libres de plantearnos un par de cosas en la vida”
Así habla Carolina Martínez, una “navarrica” que después de terminar su carrera de Derecho ha decidido entrar a la clausura.
Carolina terminó cuarto de Derecho en la misma graduación que mis cien compañeros y yo, hace menos de dos meses. Carolina es navarra, de las que usan el ‘ico’ al final de casi todas las palabras, de las que vibran con lo foral, con cada tramo de la ciudadela y con cada adoquín de la Plaza del Castillo. La noche de la graduación nos juntamos cuatro amigos en un círculo, Álvaro, Paloma, Carolina y yo. Nos miramos con nostalgia y cariño a partes iguales, sabíamos que terminaba un ciclo, pero que empezaba algo más grande que lo que habíamos vivido hasta el momento. Carolina iba a comenzar su tesis doctoral el próximo mes de septiembre, pero le surgió otro evento en agosto.
El evento tiene que ver con un monasterio de clausura en el que va a pasar su vida, aunque es precisamente ese verbo el que le lleva a no hacer la tesis. Carolina no quiere ‘pasar’ su vida, ha decidido exprimirla tanto que ha optado por guardar sus sentidos, sus afanes y sus capacidades solo para Dios. Carolina es una mujer sencilla, normal y amiga. Amiga de las que marcan, de esas que necesitan poco tiempo para ser un referente no impuesto. A mediados de junio me dijo que teníamos que quedar, que quería contarme una cosa. Me la contó y quedé tan impresionado que le propuse que escribiésemos a modo de entrevista lo que acababa de pasar.
¿Hay contacto real con Dios?
Sí. Hombre, no le voy a ver, ¿sabes? Pero rezando sí hay contacto real con Dios. Aunque eso no solo en el convento, pienso que todo cristiano tiene que tener ese contacto, si no, tendría una forma muy… solitaria de rezar.
¿Qué buscas en el convento? ¿Ser feliz o hacer feliz a alguien?
No entro ahí para buscar mi propia felicidad, eso ya te lo digo, y no creo que nadie lo haga (lo que no quita que tengo la certeza de que voy a ser feliz ahí). Pero tampoco voy para hacer feliz a alguna persona en concreto. A ver, es difícil de explicar, mi entrada y la felicidad de otros no es una relación directa causa-efecto. Yo no busco expresamente que alguien sea feliz; de hecho, probablemente yo nunca vea los “resultados” que busco entrando al convento. Pero sé que desde ahí voy a ayudar a los demás, y eso es lo que quiero.
¿En qué consiste esa felicidad?
No tanto el hecho de que yo entre ahora en un convento, sino más bien el hecho de que existan personas que deciden dejarlo todo para ayudar a gente que no conocen de nada, da un ejemplo a los demás, y quizá una o dos personas (y con eso es suficiente) se paren a pensar un poco, y conozcan cosas que igual nadie les ha enseñado.
¿Qué habrías hecho si no hubieses decidido ser monja de clausura?
Habría hecho la tesis en el área de Derecho Penal. Me encanta el derecho y el asunto estaba bastante zanjado cuando me decidí, de hecho. Me habría dedicado probablemente a la investigación y a la enseñanza.
¿Hace falta un convento para rezar?
No, ni mucho menos. Si “solo” quisiese rezar no sé si me iría de Carmelita Descalza. La oración es la base de todo cristiano, y para rezar no hace falta un sitio concreto, ni un ambiente, ni compañía, ni nada, solo querer hacerlo. Una amiga me dijo que no le gustaba la distinción entre monjas de vida activa y vida contemplativa, porque decía que contemplativos tenemos que ser todos los cristianos, y tiene toda la razón.
¿Qué vas a hacer cuando te aburras?
Pues ver la tele no, eso seguro −se ríe−. Por lo que me dicen las hermanas carmelitas, no voy a tener tiempo para aburrirme, pero ya te contaré cuando esté allí.
¿Cuánto tiempo has pensado hasta tomar una decisión tan importante para tu vida?
Varios meses. Tampoco fue algo que se me ocurriera de golpe eh, fue más progresivo, no sé, poco a poco. Pero así más en serio me lo planteé a principios de este año.
¿Y no te gustaría ser abuela?
Bueno, no es que no quiera ser madre ni abuela y por eso quiera ser monja, así, por descarte. Todas las decisiones implican renunciar a algo, y lo que quiero hacer y lo que quiero ser está por encima de eso, para mí. De todas formas, nunca he dudado entre ser monja o ser madre −y abuela−, sino entre ser monja (y todo lo que implica) o no serlo, independientemente de los hijos que aún no sé si tendría en el futuro. Quiero decir, no he tomado mi decisión con base en si quiero tener nietos o no.
¿Qué dicen tus amigos?
Pues la verdad es que se alegran, así me pierden de vista… −se ríe mientras niega con la cabeza−. Pero sí se alegran, alguna casi llora y todo −y alguno−. Bastantes flipan porque no es lo primero que te esperas de una chica de 21 años, ¿no? Y además tampoco soy la típica chica que está mucho en casa, y la imagen −errónea− que se tiene de las monjas es de mujeres serias y/o aburridas; pero somos normales. Todos tienen también mucha curiosidad, porque es un mundo muy desconocido entre los jóvenes.
¿A quién se lo contaste primero y por qué?
Aparte de a un sacerdote y a una amiga, a mi madre. Primero porque es mi madre y quería que lo supiese la primera; segundo porque me iba a ir dos días a visitar un convento (no el de carmelitas) y estaba en plenos exámenes y era muy raro que desapareciese de casa dos días, y tercero porque me da buenos consejos.
¿Es para siempre? ¿Y si te equivocas pero es demasiado tarde para rectificar?
Ser monja es para siempre, para siempre. Lo he repetido intencionadamente, para que quede claro. Si te equivocas cuando ya es demasiado tarde para rectificar, como dices, pues ya nada, qué quieres que te diga, como todo en la vida. Pero no se entra a un convento directamente como monja, igual que no te casas con el primero que conoces, ¿no? Yo no voy con la idea de “jo, y a una mala, ¿me puedo ir?”, no tendría sentido entrar así, y si hay alguna chica que esté en mi situación pero con esa idea, puede quedarse en su casa que hará mejor.
Pero también por algo hay un tiempo de discernimiento, y una debe ser prudente al tomar una decisión así. Darse cuenta de que uno se ha equivocado cuando ya es demasiado tarde no es lo normal, otra cosa es que alguien cambie de opinión, o algo así, porque esto no es entrar al convento y ya está todo hecho, es una respuesta a Dios que tienes que dar cada día, y somos libres, y podemos decir que no cuando ya llevamos varios años dentro. En eso también hay que tener cuidado, la vocación no es algo momentáneo, es para toda la vida, y hay que vivirla día a día.
¿Separarte del mundo no es egoísta, como dejar de lado al resto de gente?
No. A mí también se me pasó eso por la cabeza cuando me estaba planteando ser monja, porque todo el mundo tiene sus problemas, y era consciente de que al irme, físicamente, no iba a estar tan pendiente de asuntos que me preocupan. Pero no, no me voy a desentender de la gente, todo lo contrario, quiero muchísimo a mi familia y a mis amigos, y el hecho de que me vaya a otro sitio no implica dejarles de lado. Soy afortunada al poder decir que casi todos saben que voy a estar con ellos más que hasta ahora, aunque sea desde un convento, y creo que también es un punto de unión para ellos, porque al fin y al cabo, es algo que no es lo más normal, tener una amiga o hermana monja.
¿Qué está haciendo mal Dios para que haya tan pocas vocaciones?
No creo que haya pocas vocaciones, hay poca gente que las sigue y que responde a ellas, que es distinto. El responsable no es Dios, somos nosotros, que somos mayores, y libres de plantearnos un par de cosas en la vida. Leí en la página web de Medjugorje que la Virgen decía lo siguiente: “Todas las personas adultas tienen capacidad para conocer que Dios existe. Las ciudades, las regiones, están llenas de iglesias y de mezquitas, pero las personas no entran allí para preguntar: ¿cómo debo vivir?”. La gente en general no se interesa, Dios sí.
¿Entre el Cielo y la tierra con qué te quedas?
−Se ríe antes de contestar la pregunta− Con el Cielo, sin pensarlo. Un poeta, Alphonse de Lamartine, dijo: “el tiempo es tu navío, no tu morada“, y leyendo Historia de un alma, Santa Teresita recordaba la cita un poco distinta, y decía “la vida es tu navío, no tu morada“, que a mí me gusta más; vamos, que aquí estamos de paso.
¿Es tan grande Dios como para entregar una vida entera?
Mira, si cada persona que existe en el mundo le entregase su vida entera, aún me parecería poco. Lo mínimo que yo puedo hacer, lo mínimo, ¿eh?, es entregarle mi vida entera. Pero esto lo digo para todos, la única forma de darle tu vida no es entrando en un convento o haciéndote cura, puedes casarte o vivir con 20 gatos y entregarle tu vida a Dios.
Qué es lo que más te preocupa ahora mismo, por lo que más vas a rezar.
Por las conversiones, para que todo el mundo conozca a Dios.
¿Qué es lo que más te atrae de la orden?
Qué difícil… Creo que la entrega que supone, el olvidarse de todo menos de Dios: “Solo Dios basta…” conlleva una fortaleza que me llamó mucho la atención a la hora de decidirme no por ser monja en general, sino carmelita descalza.
¿Qué le dirías a alguien que tiene la convicción de que estás desperdiciando tu vida?
Depende de quién lo pregunte y cómo esté “aprovechando” la suya… −se ríe−. A ver, soy consciente de que nadie que no tenga esa vocación va a entender lo que hago, igual que yo no comparto muchos estilos de vida. Partiendo de eso, me parece una concepción muy pobre de la vida el creer que vale más cuantas más cosas hagas para ti, cuanto más dinero tengas, cuanto mejor sea tu trabajo, etc.
¿Tienes dudas? ¿Cómo las dejas de lado?
Sinceramente, no suelo tener dudas, yo voy a entrar en 3 semanas y que sea lo que Dios quiera. Sí que me entra a veces como vértigo, porque va a ser un cambio de vida un poco radical, pero tengo muchísimas ganas.
¿Qué estás haciendo durante los días inmediatamente anteriores a la entrada?
Rezar, sacar tiempo para estar con mis amigas y con mi familia, y hacer limpieza de cosas de mi cuarto, nada del otro mundo, no voy a hacer puenting ni cosas por el estilo.
Sé también que no eres la única monja de clausura que ha salido de clase, otra compañera ha tomado la misma decisión y está ya en el convento de la misma orden en Ávila. ¿Tan mal está el derecho u os ha salvado la vocación del ejercicio de la abogacía?
−Se ríe, hemos sufrido juntos los procesos de selección de varios despachos de abogados− Me encanta el derecho. Soy de las pocas que ha estudiado derecho y ha disfrutado casi cada asignatura, y me alegro de haber estudiado la carrera; pero sí, la vocación ha sido una salvación, no nos van a explotar en ningún despacho está claro.
Cuando le conté tu historia a una amiga me contestó asustada con la pregunta: “¿y no puede ni pintarse las uñas?” Seguro que hasta una monja tiene algo de presumida, ¿no?
Lo de las uñas ni me había parado a pensarlo en concreto −se ríe−. Sí que hay cosas que me he preguntado en ese aspecto, pero mira, es tan secundario comparado con el cambio de vida que supone entrar en un convento de clausura que me preocupa bastante poco. No, para mí no es importante en absoluto dejar de pintarme las uñas, maquillarme, ir de tiendas o salir de fiesta.
(*) Entrevista de Luisfer Martínez
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