Hace mucha falta la presencia de una solidaridad desinteresada en la economía y las finanzas
Hace mucha falta la presencia de una solidaridad desinteresada en la economía y las finanzas, teniendo en cuenta que el hombre es el protagonista de la vida social y económica
Cuando la actividad económica se dirige primordial y casi exclusivamente al lucro, se niega la primacía del ser humano. Si se atiende solamente a una de las necesidades humanas, que es el consumo, nos encontramos con una “Economía sin rostro” (Papa Francisco, Exhort. Apost. Evangelii gaudium, n. 55), o al menos sin rostro humano.
Es un hecho, a nivel mundial, que la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera generan las ganancias exponenciales de unos pocos. Ciertamente no es función del Estado suplantar la iniciativa económica de los particulares, pero su papel es muy importante en cuanto promotor del bien común, a través de la legislación, las políticas públicas y la actividad judicial. El bien común requiere que se evitan los abusos de los económicamente más fuertes. Sólo si se evitan los abusos y los monopolios el mercado puede funcionar con equidad. También son factores distorsionantes la deuda nacional excesiva, la corrupción generalizada y la evasión fiscal egoísta (idem, n. 56).
La técnica y la organización eficiente no deben sustituir a la ética. El rechazo de ésta implica el rechazo de Dios y de la solidaridad con los más necesitados. El Papa Francisco cita al respecto a San Juan Crisóstomo: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos” (idem, n. 57).
Hace mucha falta la presencia de una solidaridad desinteresada en la economía y las finanzas, teniendo en cuenta que el hombre es el protagonista de la vida social y económica. “¡El dinero debe servir y no gobernar!” (idem, n. 58).
La paz social está fundamentada en la justicia. Con la injusticia se socavan las bases de la sociedad. Si hay exclusión e inequidad es imposible erradicar la violencia.
El remedio para los males sociales no es el consumismo desenfrenado, que es egoísta y produce inequidad. Cuando esto es así, si hay conflictos, no es justo echar la culpa a los pobres (idem, n. 60).