Realmente, para algunas familias, un hijo “diferente” ha sido una auténtica bendición, un verdadero ángel
Algunos padres que están viviendo este tipo de situaciones comentan que lo primero que pensaron, con rabia, fue: “¿Por qué a mí?”, pero que, al cabo del tiempo, cambiaron radicalmente y se dijeron: “¿Por qué no a mí?”
“¡Francisco, para! Aquí te espera un ángel”, es lo que se podía leer en una pancarta en una carretera de Calabria (Italia). Por allí pasó el papa Francisco y paró. Con aquel reclamo, ¡cómo no iba a parar! El ángel se llamaba Roberta, una chica de 21 años con una discapacidad severa postrada en su camilla y acompañada, como no podía ser de otro modo, por su familia.
El papa paró y besó a aquel ángel, que, como tal, cumple su función de emisario entre Dios y los hombres y nos hace abrazar con fe lo que no podemos o nos negamos a entender. En un gesto espontáneo, el representante de Cristo en la tierra bajó de su coche y bendijo a la chica, para dar a entender que los enfermos graves, las personas con discapacidades físicas o psíquicas, los hijos con alguna deficiencia no son una maldición, sino, muy al contrario, una bendición.
El impacto que produce en una familia, en los padres, hermanos, abuelos… el nacimiento, o el acaecimiento, de un hijo o una hija con alguna discapacidad es tremendo. Se ocasiona un choque emocional muy difícil de controlar. Desde el shock inicial hasta la aceptación de la nueva situación, se pasa por diversas etapas muy duras, como son: la negación del problema, los sentimientos de culpabilidad, de rabia o de ira, y un estado de ansiedad profundo. Sólo cuando se llega a la aceptación se comienza a buscar soluciones, a pedir ayuda y a ponerse manos a la obra. Los proyectos personales y familiares dan un giro radical, las renuncias son muchas, los trabajos se multiplican, los objetivos se transmutan, pero también se agiganta el corazón.
La nueva situación trae consigo una vorágine de cambios que amenazan con quebrar el equilibrio familiar. Y lo puede conseguir si los miembros de la familia, sobre todo los padres, no reaccionan superándose a sí mismos. La negación del problema, mirar hacia otro lado, refugiarse en el trabajo para tener la mente totalmente ocupada son actitudes erróneas, aunque comprensibles, porque aceptar que se tiene un ángel en casa no es tarea fácil.
Para afrontarla hay que aprender a manejar todos esos sentimientos negativos y contradictorios: enfado, ira, tristeza, rabia…, que brotan sin medida, reconocerlos y no tenerles miedo, para encauzarlos no hacia la autocompasión (que paraliza), sino hacia la superación, con la finalidad de poner en marcha los insospechados recursos que los seres humanos tenemos para salir adelante. Para afrontarla hay que llegar a diferenciar entre lo que se puede cambiar y lo que no, para centrar todo el esfuerzo en aceptar y mejorar lo inevitable.
Habrá que buscar información y pedir ayuda, habrá que reestructurar la vida familiar para atender a todos sus miembros en su justa medida, por ejemplo, los celos que puedan surgir en los otros hijos y sus problemas cotidianos. Es importante no sólo que los padres cuiden todos estos detalles sino también que se cuiden, que se reserven un tiempo de descanso y de relativa desconexión, porque el estado de su relación repercutirá sin duda en el resto de la familia.
Algunos padres que están viviendo este tipo de situaciones comentan que lo primero que pensaron, con rabia, fue: “¿Por qué a mí?”, pero que, al cabo del tiempo, cambiaron radicalmente y se dijeron: “¿Por qué no a mí?”. Realmente, para algunas familias, un hijo “diferente” ha sido una auténtica bendición, un verdadero ángel. Falta ahora que también lo crea la sociedad y que no abandone a esos ángeles y a sus familias. A ver si alguno de nuestros políticos se baja del coche y los bendice con ayudas reales a las personas dependientes.