Palabra (Entrevista de Miguel Pérez Pichel
«La urgencia de tantas cosas no puede hacernos perder la mirada de lo importante: el impulso de una nueva evangelización»
La Iglesia en Estados Unidos está adquiriendo un protagonismo esencial gracias a su creciente número de vocaciones y a la actividad de su cada vez más numerosa comunidad hispana. Tiene una especial importancia la archidiócesis de Los Ángeles, la más grande del país norteamericano. Palabra habla con Mons. José Horacio Gómez, arzobispo de Los Ángeles, para analizar los retos de la archidiócesis en el proyecto de nueva evangelización.
En primer lugar, me gustaría que describiera a los lectores cómo es la Iglesia en la archidiócesis de Los Ángeles.
La Iglesia en Los Ángeles es una comunidad vibrante y variada. La Santa Misa en la archidiócesis se celebra en 42 idiomas, sirven en ella unos 1.200 sacerdotes; tenemos un sinnúmero de congregaciones y familias espirituales, así como de comunidades étnicas. La labor de la Iglesia aquí cubre todo el espectro social y económico de la sociedad moderna: desde la industria del entretenimiento en Hollywood, hasta los barrios más humildes de East Los Ángeles; desde el corazón urbano de la ciudad, hasta los valles de San Fernando y Santa Clarita. Es una Iglesia nueva, joven en términos de su reciente expansión, pero con una tradición católica de siglos que hunde sus raíces en la primera evangelización del beato Junípero Serra. En cierto sentido, esta archidiócesis es un corte transversal de la universalidad de la Iglesia, y de su riqueza y desafíos, que radica en su variedad y complejidad.
¿Qué problemas principales afectan a los católicos de Los Ángeles y, en general, en los Estados Unidos?
Estados Unidos en general, y el estado de California en particular, pasan por un período muy complejo. Por un lado, la crisis económica ha generado desempleo, descontento, angustia y una creciente preocupación por el futuro, especialmente entre la numerosa clase media y aquellos que están debajo de la línea de pobreza. Están también las tensiones producto de un relativismo creciente en el ámbito cultural y político, que busca aplicar un concepto errado y absolutista de la libertad, y que termina atentando contra principios fundamentales de la convivencia social, como son el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, el matrimonio como la unión exclusiva entre un hombre y una mujer o el derecho de los padres sobre la educación de sus hijos. California es uno de los Estados en los que, con más frecuencia, los católicos hacen frente al relativismo que pretende convertirse en política pública a nivel local. En este escenario los católicos se sienten urgidos a vivir su fe con más entusiasmo y determinación. También hay que señalar el gran reto de la situación migratoria de millones de personas que, por falta de una reforma migratoria adecuada, viven en la incertidumbre y en el miedo.
Su diócesis es la más grande de los Estados Unidos. ¿Cuáles son sus prioridades como pastor?
Es difícil hablar de una prioridad. La Iglesia local es un escenario donde todos los problemas son apremiantes. La promoción de las vocaciones, por ejemplo, un campo vital para la Iglesia, está ligada a la atención de las comunidades locales, especialmente aquellas más numerosas, como la hispana. Pero la atención pastoral de estas comunidades no está desligada de sus necesidades cotidianas, de sus dificultades y de sus angustias. La Iglesia es ante todo sacramento de salvación, y su misión, por tanto, es la de anunciar a Jesucristo ante las personas de nuestro tiempo y ante la cultura; pero esa salvación alcanza a todo el ser humano en sus diversas dimensiones.
La “prioridad” en ese sentido, no es sino la de “gastarse y desgastarse”, en palabras de san Pablo, por los fieles de esta porción del Pueblo de Dios.
Obviamente, en el día a día, la pastoral exige priorizar unas cosas sobre otras; pero la urgencia de estas cosas no puede hacernos perder la mirada de lo importante, del impulso de una nueva evangelización integral que en nuestros tiempos exige la educación en la fe, el conocimiento, el amor de la vida y las enseñanzas de Jesucristo.
Alude usted a la promoción de las vocaciones. En este respecto, ¿cuál es la situación vocacional de la archidiócesis de Los Ángeles?
La diversidad de las comunidades étnicas de Los Ángeles se ve reflejada en la riqueza y variedad de quienes se preparan en nuestros seminarios archidiocesanos de St. John y Casa Juan Diego. Este año tuve la bendición de ordenar a seis nuevos sacerdotes: tres coreanos, uno filipino y dos hispanos. A finales de 2011 contamos con 56 seminaristas en la archidiócesis; pero cada vez que me preguntan cuántos seminaristas hay, prefiero responder: “no los suficientes”. Los Ángeles, como muchas diócesis norteamericanas, está experimentando un crecimiento en el número de vocaciones, y damos gracias a Dios por ello. Pero por supuesto, podríamos tener muchos más candidatos al sacerdocio para poder seguir nutriendo espiritualmente a la comunidad católica de nuestra archidiócesis.
La promoción de las vocaciones es un ámbito donde siempre hay mucho por hacer. Espero, por eso, con la ayuda de Dios y el entusiasmo de los sacerdotes, religiosos y todos los fieles de la archidiócesis, atestiguar la bendición de un número mucho mayor de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Creo que es un sueño realizable si consideramos la juventud cronológica de nuestra Iglesia, especialmente en comunidades como la hispana, donde la semilla vocacional puede todavía dar mucho más fruto.
También quiero señalar que las comunidades religiosas masculinas y femeninas que trabajan en la archidiócesis están teniendo más vocaciones. En mi opinión se percibe el inicio de aquella “primavera” que el beato Juan Pablo II mencionaba con frecuencia.
¿Es aceptable el nivel de práctica religiosa en la comunidad católica?
Diría, ¡más que aceptable! La gran mayoría de nuestras parroquias están llenas los domingos, desde la Catedral o las parroquias en los suburbios, hasta las capillas más pequeñas en los barrios humildes. Para mí ha sido una bella sorpresa experimentar la activa participación de los fieles en las parroquias: la asistencia a la Santa Misa, los grupos de oración y de Biblia, los comités de acción social y de servicio, etcétera.
Es impresionante también la actividad de los movimientos eclesiales, la pastoral universitaria, las numerosas escuelas católicas.
Sin duda que hay muchos retos, y desafortunadamente las estadísticas nos muestran una disminución en el número de bautizos, matrimonios, funerales, etcétera, lo que implica que necesitamos seguir trabajando intensamente en la Nueva Evangelización. Pero con alegría puedo decir que en la archidiócesis tenemos hombres y mujeres de mucha fe y con gran participación en la vida de la Iglesia.
En numerosas zonas de los Estados Unidos, y en especial el estado de California, ha crecido el número de católicos, en parte por la llegada de ciudadanos hispanos. ¿Qué retos implica para la Iglesia?
La Iglesia tiene, digámoslo así, el “instinto” correcto, porque nuestra Iglesia, toda ella, está hecha de peregrinos, de seres humanos en tránsito. A lo largo de la historia la Iglesia siempre ha mostrado una preocupación por los pobres en general, y por el inmigrante en particular. Estados Unidos es una nación de inmigrantes, y aquí existe una tradición de profunda identificación con ese ser humano que acaba de llegar, que plantea desafíos de integración, pero que al mismo tiempo trae la sangre nueva que ha nutrido el llamado “sueño americano”. El primer varón canonizado en Estados Unidos, el obispo Juan Nepomuceno Newman, era inmigrante. La primera santa canonizada, santa Francisca Javiera Cabrini, no sólo era inmigrante ella misma, sino que fundó una congregación dedicada a la atención de los inmigrantes. Esa tradición sigue viva en la Iglesia en Estados Unidos.
Pero la Iglesia enfrenta numerosos retos. En primer lugar, una hostilidad contra los inmigrantes en general, y los hispanos en particular, que tiene una tendencia de segregación racial, cultural y religiosa. Desafortunadamente en algunas elites intelectuales se ha impulsado esta nueva ola de hostilidad con los inmigrantes en Estados Unidos, y el ejemplo más claro es Samuel Huntington, quien lo señaló así abiertamente en su libro “Who Are We?”.
A eso se suma el problema de los todavía pocos obreros en la mies. Aunque los obispos de los Estados Unidos tienen como una de sus prioridades el ministerio hispano, aún no contamos con los sacerdotes, religiosos y líderes laicos necesarios para atender adecuadamente el número de hispanos que viven en Estados Unidos. El desafío de la inmigración, en ese sentido, no está desligado del desafío de la promoción vocacional y de la formación de líderes católicos laicos, especialmente jóvenes.
Otro reto es el peligro de la “asimilación” a la cultura secular dominante del mundo occidental, que provoca una triste situación de indiferencia, en donde Dios no está presente ni es necesario. Es éste un fenómeno que han vivido las inmigraciones anteriores en los Estados Unidos, los inmigrantes europeos de los siglos XIX y XX —irlandeses, italianos, alemanes, etc.— y que los inmigrantes hispanos están empezando a experimentar.
Es urgente que sigamos dando sentido y esperanza a las nuevas generaciones para que aprendan a vivir su fe con convicción y con la certeza de que “la verdad los hará libres”. Que en nuestra fe encuentren la paz y alegría que son propias de la naturaleza humana.
En varias ocasiones recientes, los obispos norteamericanos han expresado su preocupación por el futuro de la libertad religiosa en el país. ¿Cuál es la verdadera situación?
El tema de la libertad religiosa es, paradójicamente, de creciente importancia. Los fundamentos jurídicos y culturales de Estados Unidos tienen su piedra angular en la libertad religiosa. Y aunque algunas minorías religiosas en la historia norteamericana sufrieron diversas formas de discriminación, en sus principios fundamentales, los Estados Unidos son inimaginables sin la libertad religiosa. Sin embargo, recientemente hemos visto una tendencia creciente a crear nuevos “derechos” que colisionan directamente con la libertad religiosa. A mediados de noviembre, los obispos norteamericanos tuvimos nuestra reunión de otoño, en la que constituimos un nuevo Comité de Libertad Religiosa con el propósito de estudiar, enseñar y promover la libertad religiosa en nuestro país.
El problema es muy similar al que existe en países europeos: la creación de “derechos” no basados en la ley natural, como el aborto, el “matrimonio” homosexual o el supuesto “derecho universal” a métodos contraceptivos abortivos, está recortando el derecho de los católicos norteamericanos a vivir su fe.
Muchas leyes recientes, tanto a nivel estatal como nacional, desconocen por ejemplo el derecho a la libertad de conciencia; es decir, a que un católico pueda eximirse de ser obligado a actuar en contra de sus principios más profundos. Los ejemplos abundan.
Personalmente lo he experimentado como presidente del Comité de Migración de la Conferencia Episcopal, pues recientemente nos fue denegado un contrato con el Gobierno Federal para la reubicación de refugiados a los Estados Unidos, porque no estuvimos de acuerdo —por ser contrario a las enseñanzas de la Iglesia— en procurar servicios reproductivos que incluyen abortos y esterilización.
Otro ejemplo es el de las Caridades Católicas de algunos estados que, después de más de cien años de servicio a la comunidad, deben dejar de ofrecer adopciones porque por ley tienen que ofrecerlas a parejas homosexuales. También hay una ley federal que obliga a todo empleador a proveer gratuitamente servicios de contracepción abortivos a todas sus empleadas, con una “excepción religiosa” tan insignificante que, en palabras del Cardenal DiNardo, arzobispo de Houston (Texas) y presidente de la Comisión Pro-Vida de la Conferencia Episcopal, “ni Jesucristo sería suficientemente religioso” para verse librado de la ley.
El futuro inmediato se presenta sombrío en este aspecto, y por ello es un tema de preocupación para los obispos. Nos llena de esperanza, sin embargo, el creciente activismo de laicos católicos que, desde una perspectiva no partidaria, están defendiendo el derecho a la libertad religiosa, poniéndolo en el centro de un debate nacional que nos está llevando a preguntarnos si una sociedad puede, sin graves consecuencias, seguir multiplicando “derechos” artificiales sin afectar a los verdaderos derechos naturales.
Estoy convencido de que con la gracia de Dios y la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de las Américas, el futuro es muy prometedor, y pienso que es especialmente importante la contribución de los hispanos en la Nueva Evangelización de los Estados Unidos.
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