La acción de los santos es una ocasión, y nada más, para que el Espíritu Santo llene de Fe el corazón de los fieles
Ya san Agustín consideró el caminar de la Iglesia entre “las tentaciones del mundo y los consuelos de Dios”, como un andar lleno de obstáculos, ligero a veces, y pesado y duro en no pocos momentos. Un caminar que va a durar hasta que Dios ponga punto final a la historia de los hombres sobre la tierra, que lo pondrá.
Y en este peregrinar, que el camino es una peregrinación, a veces los días son muy luminosos, el alma se llena de esperanza de alcanzar la meta; y otros, la oscuridad y las barreras aquí y allá tientan al alma del peregrino de desconfianza, de desesperanza, de desánimo.
A propósito de la reciente canonización de Juan XXIII y de Juan Pablo II, Vittorio Messori escribió un artículo en el que después de señalar el descenso de vocaciones sacerdotales, la falta de fe dentro de la propia Iglesia, y de hacer referencia a la canonización de los dos papas, termina diciendo: “La Iglesia puede desbandarse, pero Pedro muestra ser fiel al nombre que el propio Cristo le dio: una ‘piedra’ sólida, que sostiene la fe que en otros parece apagarse”.
Esta frase viene poco después de hacerse la siguiente pregunta: “¿Qué institución tiene en su vértice a personas con historias personales y temperamentos tan distintos y, al mismo tiempo, de gran homogeneidad por su amplia cultura y por la coherencia de su vida en el pensamiento como (y nos limitamos sólo a la última postguerra) Pacelli, Roncalli, Montini, Luciani, Wojtyla, Ratzinger y, ahora, Bergoglio?”
¿Depende el caminar de la Iglesia de la capacidad y personalidad de los Papas? La Iglesia no se “desbanda”, como dice Messori; nos podemos “desbandar” los fieles cuando no hacemos caso ni al Espíritu Santo ni a los Papas.
En una entrevista para la cadena televisiva de Madre Angélica, en septiembre de 2003, el entonces cardenal Ratzinger, señalando la debilidad de la fe y de la moral que se extendía entre los fieles de la Iglesia, escribió:
“Creo que hay dos cosas esenciales en este asunto: por un lado, la conversión a una fe profunda, la vida sacramental y la oración; y por el otro, una enseñanza moral y una convicción de que la Iglesia tiene al Espíritu Santo de su parte y puede avanzar en ese camino”.
Los Papas saben que el único enemigo real de la Iglesia es la falta de Fe; y saben también que nadie cree por la acción concreta de un Papa, de un Santo, de una Santa, de personas ejemplares en todos los campos que se hayan podido encontrar en su caminar y que les hayan manifestado con su vida la realidad de Cristo en la tierra. Todos saben que la acción de los santos, Papas o no, es una ocasión, y nada más, para que el Espíritu Santo llene de Fe el corazón de los fieles.
“En la oración le pedimos al Señor: ¡custodia tu don! Le pedimos la gracia que el Señor custodie al Espíritu Santo en nosotros. El Espíritu que nos enseña a amar, nos llena de alegría y nos da la paz”. Recordó Francisco hace días en Santa Marta, y añadió, en otra ocasión, que el demonio buscaba romper la unidad dentro de la Iglesia.
¿Cuál es el mejor camino para que Satanás cause disensiones, contrastes, envidias, etc., dentro de la Iglesia, consiga que el buen ejemplo de los santos no dé lugar a la acción del Espíritu Santo??
En la mente de muchos fieles católicos está todavía el recuerdo del clima de desorientación intelectual, moral y espiritual −el lío de cabeza y de corazones−, de discusión de Fe, de abandono sacramental y litúrgico, por no subrayar la marcha de tantos sacerdotes, que se originó por una serie de falsas “interpretaciones” −”hermenéuticas”, dicen− del Concilio Vaticano II, y que llevó años para ser rectificadas y cambiadas, gracias a la tenacidad y firmeza de Pablo VI, Juan Pablo II, y Benedicto XVI.
La vuelta a las discusiones sobre la “ordenación” de mujeres, sobre el celibato sacerdotal, sobre la comunión a los divorciados vueltos a casarse civilmente, sobre la moral y la conciencia, sobre el sentido mismo del papado −el “lío” en definitiva−que se está originando en estos momentos, ¿es de verdad el mejor camino para preparar el espíritu de los creyentes a abrirse y recibir la luz del Espíritu Santo, y “renovar” la Iglesia?
¿Es el mejor camino para que la Iglesia, regida por el Espíritu Santo, continúe su caminar, su peregrinar en esta tierra, “entre las tentaciones del mundo y los consuelos de Dios”? Conociendo un poco a San Agustín, y los campos en los que tuvo que defender la Fe, me uno de corazón a su respuesta: No.
Ernesto Juliá Díaz
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