El holocausto ha quedado lejos, aunque los hombres somos capaces de hacerlo presente, con un pueblo o con otro, en cualquier lugar de la tierra y en cualquier momento; el aborto, por desgracia, siempre sigue presente, y los mártires por Cristo, también
Una llamada por la Paz; una invitación a la Paz; una oración por la Paz. Llamada, invitación y oración que se prolongaran cuando Shimon Peres, Mahmoud Abbas y el Papa Francisco vuelvan a reunirse en el Vaticano en una fecha próxima.
Más allá de las declaraciones a nivel político, social, que se han hecho en este viaje y se seguirán haciendo en los comentarios de los medios de comunicación, me interesa subrayar un texto que quizá pase inadvertido para muchos comentaristas. El texto del discurso −que realmente es una oración− del Papa en su visita al Memorial de Yad Vashem – “Memorial del nombre eterno”.
Francisco comienza el discurso-oración haciéndose, entre otras, estas preguntas:
“Adán, ¿dónde estás?” (cfr. Gn 3, 9).
“¿Cómo has sido capaz de este horror?”
“¿Qué te ha hecho caer tan bajo?”
“¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal?”
“¿Quién te ha convencido de que eres dios? No sólo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios”
¿Tiene el Papa en la cabeza solamente los horrores del holocausto judío, o incluye en esas torturas y asesinatos que hemos cometido los hombres, unos contra otros, el exterminio de los armenios, las matanzas de los inocentes en el seno materno, las víctimas de tantas guerras a lo largo de la historia, los mártires de la Fe en Cristo que siguen siendo asesinados después de 20 siglos?
Ante esta maldad diabólica del hombre, sólo cabe el arrepentimiento y el perdón del pecado:
“De la tierra se levanta un tímido gemido: Ten piedad de nosotros, Señor”.
El hombre, y la voz del Papa da voz a todos los pecadores que reconocen la necesidad de ser salvados, de ser arrancados del peso de egoísmo, de soberbia, de miseria moral en la que ha caído:
“Se nos ha venido encima un mal como jamás sucedió bajo el cielo. Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra súplica, sálvanos por tu misericordia. Sálvanos de esta monstruosidad”.
Reconocer su pecado, pedir perdón, es lo que salva al hombre, es lo que le hace capaz de recibir la misericordia de Dios.
“Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que Tú modelaste con el barro, que Tú vivificaste con tu aliento de vida”.
Queremos, con el Papa Francisco, y con tantos hombres y mujeres de buena voluntad en el mundo, construir la Paz. ¿Cómo podremos conseguirla si seguimos matando esa carne que Dios vivifica con su aliento de vida? El holocausto ha quedado lejos, aunque los hombres somos capaces de hacerlo presente, con un pueblo o con otro, en cualquier lugar de la tierra y en cualquier momento. El aborto, por desgracia, siempre sigue presente; y los mártires por Cristo, también.
“La paz no se puede comprar, no se vende. La paz es un don que hemos de buscar con paciencia y construir ‘artesanalmente’ mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre en el cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza” (Homilía en el estadio de Amán, 24-V-2014).
Y el Papa termina su discurso-oración:
“¡Nunca más, Señor, nunca más!. Adán, ¿dónde estás? Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer”. (Y sigue haciendo, añado yo).
“Acuérdate de nosotros en tu Misericordia”.
Ernesto Juliá Díaz
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