Las elecciones al Parlamento Europeo son buena ocasión para plantearnos la Europa que deseamos
Desde luego que Adenauer, Monnet, De Gásperi y Schuman no pensaron en una Europa confesional, pero sí en una unión de países que no renunciara a su pasado porque sólo sobre ese ‘humus’ podría edificarse también la diversidad
Las elecciones al Parlamento Europeo son buena ocasión para plantearnos la Europa que deseamos. La mirada de este artículo no ha de ser política, ni siquiera económica, aunque existan diversos y profundos asuntos en estos terrenos que también postulan un análisis moral, sobre todo, porque afectan profundamente a las personas que constituimos el Viejo Continente. Cuestiones como el paro, la corrupción, los desechados en esas periferias de la existencia, a las que se refiere a menudo el papa Francisco, bien merecen ahondar.
Porque quizá en el fondo de esos y otros problemas subyazca la misma idea de Europa que tuvieron sus fundadores o que poseamos ahora. Y eso al margen de su propia organización, capacidad legislativa, estructuras técnicas, etcétera. ¿Qué es Europa? ¿Qué deseamos que sea Europa? Pienso que lo intentado por Adenauer, Monnet, De Gásperi y Schuman, a partir de la conocida Declaración del último, era la idea de una Europa solidaria sobre el sustrato de sus raíces cristianas.
Desde luego, no pensaron en una Europa confesional, pero sí en una unión de países que no renunciara a su pasado porque sólo sobre ese humus podría edificarse también la diversidad. La pluralidad no exige el vaciamiento del propio ser, sino la integración de todos en lo previo, en la substancia. Sin eso, nada resta para integrarse. Sería como el bosque de Calicanto: un rayo dormido con el silencio cómplice, quemó las raíces, reduciendo el bosque a cenizas. Ser cristiano en nuestro tiempo −escribía Juan Pablo II− significa ser artífice de comunión en la Iglesia y en la sociedad. A tal fin ayudan un espíritu abierto hacia los hermanos, la mutua comprensión y la prontitud en la cooperación mediante un generoso intercambio de los bienes culturales y espirituales.
Es evidente que en la Europa de nuestro tiempo conviven diversas culturas y razas. Tal vez por eso, cuando se intentó elaborar una Constitución Europea, luego no lograda, algunos persiguieron eliminar las referidas raíces. Pero el tema no es baladí porque, creyentes o no creyentes, pensamos más o menos a partir de los conceptos y una cultura que nos ha legado una tradición judeocristiana y grecolatina. Olvidar todo eso equivale a la renuncia de lo que somos, aún al margen de nuestras diferencias.
Concluyo con aquellas conocidísimas palabras de Juan Pablo II: «Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo».