El Papa, ante 300.000 alumnos, profesores y personal no docente de las escuelas de Italia
“La educación no puede ser neutra. O es positiva, o es negativa; o nos enriquece, o nos empobrece; o hace crecer a la persona, o la deprime, incluso puede corromperla”. Así lo explicó el Papa Francisco a los más de 300.000 alumnos, profesores y personal no docente de la escuela italiana, que se reunieron, el pasado sábado, en la Plaza de San Pedro. Un encuentro en el que el Santo Padre también recordó que “la familia y la escuela jamás van contrapuestas”, y en el que reclamó que, en los colegios, “no sólo se aprendan conocimientos y contenidos, sino también costumbres y valores”
Una multitud desbordó, el pasado sábado, la Plaza de San Pedro, dentro del encuentro La Iglesia por la escuela, que había organizado la Conferencia Episcopal Italiana (CEI). En total, más de 300.000 alumnos, profesores, padres y personal no docente de las escuelas de todo el país se dieron cita para mostrar su testimonio de fe en los colegios −y no sólo en los centros católicos, sino también en los estatales y en los privados no confesionales−, ante la atenta mirada del cardenal Bagnasco, Presidente de la CEI, de la ministra italiana de Educación, Stefania Giannini, y, sobre todo, del Papa Francisco, que se mostró entusiasmado con los escolares.
Cuando se dirigió a los presentes en su discurso, el Santo Padre reconoció que “yo amo la escuela; la he amado como alumno, como estudiante, como maestro, y luego como obispo”, e incluso compartió uno de sus recuerdos del colegio: “He escuchado que no se crece solos y que siempre hay una mirada que te ayuda a crecer. Yo tengo la imagen de mi primera maestra, que me recibió a los seis años, en el primer nivel de la escuela. Nunca la olvidé. Ella me hizo amar la escuela, y después, hemos tenido encuentros durante toda la vida, hasta el momento en que falleció, a los 98 años”.
La escuela no es neutral
Más allá de sus propias vivencias, el Papa explicó algunos de los puntos esenciales de la visión de la enseñanza que aporta la doctrina social de la Iglesia. Así, explicó que, frente a las pedagogías buenistas que defienden una presunta educación aséptica que permita a los niños aprender y descubrir todo por sí mismos, “la escuela nos educa en lo verdadero, en el bien y en lo bello. Las tres cosas van juntas. La educación no puede ser neutra: o es positiva, o es negativa; o nos enriquece, o nos empobrece; o hace crecer a la persona, o la deprime, incluso puede corromperla”.
La misión de la escuela, por tanto, “es desarrollar el sentido de lo verdadero, el sentido del bien y el sentido de lo bello. Y esto se da a través de un camino con muchos ingredientes: ¡por eso existen tantas disciplinas! El desarrollo es fruto de diversos elementos que actúan juntos y estimulan a la inteligencia, a la conciencia, a la afectividad, al cuerpo...”. De esa forma, se da una educación integral de la persona, pues “cultivamos en nosotros lo verdadero, el bien y lo bello; y aprendemos que estas tres dimensiones no están jamás separadas, sino siempre entrelazadas. Si una cosa es verdadera, es buena y bella; si es bella, es buena y verdadera; y si es buena, es verdadera y es bella. Estos elementos juntos nos hacen crecer y nos ayudan a amar la vida, aun cuando estemos mal, o con problemas. ¡La verdadera educación nos hace amar la vida y nos abre a su plenitud!”.
Aprender a 360 grados
El Pontífice también recordó a los alumnos, a los padres y a los profesores que “la escuela enseña a entender la realidad: ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, en la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. ¡Y esto es bellísimo! En los primeros años, se aprende a 360 grados, después se profundiza en una dirección y, finalmente, uno se especializa”. De ahí que “los maestros son los primeros que deben permanecer abiertos a la realidad”, porque, “si un maestro no está abierto a aprender, no es un buen maestro, y ni siquiera es interesante”. Es la educación en el asombro, tan presente en la gran tradición educativa de la Iglesia.
Para lograr esta enseñanza completa, se hace imprescindible la colaboración entre escuela y familia, que es la primera educadora de los hijos: “¡La familia y la escuela jamás van contrapuestas! Son complementarias, y por tanto es importante que colaboren, con respeto recíproco. Las familias de los niños de una clase pueden hacer mucho colaborando entre ellas y con los maestros”.
Por último, el Santo Padre señaló que, “en la escuela, no sólo aprendemos conocimientos, contenidos, también costumbres y valores”, pues sólo así los niños pueden desarrollar “las tres lenguas que una persona madura debe saber hablar: la lengua de la mente, la del corazón y la lengua de las manos. O sea, pensar bien aquello que sientes y haces; sentir aquello que piensas y haces; y hacer bien aquello que piensas y sientes”.