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"Una luz encendida" cuenta la vida de Dora del Hoyo, una de las primeras numerarias auxiliares del Opus Dei
Buscó la santidad en las tareas de la casa: «No hay nada mejor que haber utilizado mis manos para servir a los demás», decía.
Ofrecemos el prólogo y el primer capítulo de la biografía, escrita por Javier Medina, que ha sido publicada por la Editorial Palabra.
Prólogo
Dora del Hoyo nació en una aldea de Castilla, en 1914. Tras efectuar los estudios elementales, muy joven comenzó a trabajar como empleada del hogar. En 1939, al terminar la guerra civil española, se trasladó a Madrid, en busca de un horizonte para su vida. Allí, sin proponérselo, se encontró con el Opus Dei y con San Josemaría Escrivá de Balaguer.
En 1946, se trasladó a Roma, donde murió el 10 de enero de 2004. Salvo unos breves periodos en Londres, París y algunas ciudades de Italia y Alemania, su vida transcurrió en la Ciudad Eterna, desempeñando su profesión, de manera ininterrumpida hasta pocas semanas antes de su fallecimiento.
Tras leer estas primeras líneas, quizá se podría concluir que la vida de Dora debió de ser necesariamente aburrida, sin brillo, poco influyente. Ciertamente, no encontraremos fotografías o noticias sobre Dora en los periódicos o revistas gráficas de la época. Pero no cabe decir lo mismo sobre la presunción de “monotonía” o de poca “influencia”. Basta conectarse a internet, y entrar en el blog dedicado a Dora del Hoyo, para que nos encontremos frases como las siguientes: “Dora tuvo una gran importancia para el Opus Dei”[1]; “gracias a ella tengo un camino marcado para seguir”[2]; “su buen hacer y su ejemplo, nos pueden ayudar a mejorar nuestro trabajo”[3]; “ojalá se publique la biografía de esta mujer excepcional”[4].
Desde su muerte hasta la actualidad, más de 300 personas —en buena medida, mujeres que ejercen su misma profesión—, de los cinco continentes, de manera espontánea han querido hacer constar por escrito el influjo positivo que Dora ha supuesto para sus vidas, en términos semejantes a los que acabamos de reproducir.
En algunos casos —por ejemplo, un dentista—, la relación fue muy esporádica: pero no importa, porque bastaba convivir con ella unas horas para percibir ese no sé qué que define a las almas grandes. Ese doctor declarará: “infundía serenidad a quien, por casualidad o por trabajo, la trataba de cerca”[5].
No faltan tampoco noticias de obtención de favores sobrenaturales, que se atribuyen a su intercesión:
“El 11 de diciembre de 2009 tuve un accidente de tráfico en el que me fracturé la muñeca derecha (los dos huesos del antebrazo se salieron de su sitio y tenían las cabezas rotas, pero sin abrir herida). Además también me rompí los ligamentos del pie derecho. En noviembre del año anterior había sufrido un ictus isquémico que me dejó paralizada toda la parte derecha del cuerpo, por lo que el accidente suponía un retraso en la rehabilitación. El trabajo que desempeño requiere agilidad y habilidad manual, así que pedí a Dora que pudiera volver a hacer este trabajo, al que también ella se dedicó. Han pasado cinco meses y estoy totalmente recuperada”[6].
“Perdí las gafas, sin ellas no podía coser y esto es mi trabajo. Con otra persona recorrimos toda la casa, en especial nos detuvimos en los sitios que más había frecuentado en las últimas horas (...). Pasó un día y no las encontramos, por lo que comencé a ponerme nerviosa y en alto le decía ¡Venga, Dora, búscamelas! Me imaginaba su mirada y su cara. Al día siguiente, volví al cuarto de estar y me sorprendió ver las gafas delante de su fotografía. Le di las gracias y le pedí perdón porque durante la búsqueda empecé a dudar de su ayuda”[7].
“Por su intercesión, con una serie de casualidades que son providencia divina, ha encontrado trabajo como chófer —que es su profesión—, después de muchos meses de paro, el hijo de la señora que me ayuda en las labores de la casa”[8].
“En agosto, una persona tuvo un cólico de riñón, que fue muy doloroso como suelen ser estos casos. Acudió a emergencias en un hospital en Zaragoza. Le dieron medicamentos para aliviar el dolor y contrarrestar la infección. Le dijeron que, en principio, expulsaría la piedrecita en unos días. Aquello se alargaba y la llevaron a la Clínica Universitaria de Navarra, en Pamplona. Confirmaron que el tratamiento estaba bien y que convenía esperar hasta que la expulsara. Si pasados quince días no había éxito, harían una intervención. Aunque le dio mucha paz saber que la situación procedía con normalidad, padecía un dolor casi insoportable. (...) Cuando supimos que el remedio era esperar, acudí más intensamente a la intercesión de Dora. Un día concreto, pedí que ese día ella se curara y así fue”[9].
Se podrían reproducir muchos más relatos de este estilo.
Decía que varios centenares de personas han escrito sus recuerdos sobre Dora del Hoyo. Como es natural, esas evocaciones son muy variopintas, como sus autores, y ocupan desde unas pocas líneas hasta varios folios. Yo no conocí a Dora, pero he leído esas páginas, y puedo asegurar que el personaje que describen es apasionante. Les invito a comprobarlo. Además, percibirán de nuevo que “la verdadera virtud no es triste y antipática, sino amablemente alegre”[10].
I
Infancia y primera juventud
Salvadora Honorata del Hoyo Alonso (Dora), nació el domingo 11 de enero de 1914, en Boca de Huérgano (provincia de León – España). Era la quinta hija del matrimonio formado por Demetrio del Hoyo (1872-1948) y Carmen Alonso (1876-1948). Sus hermanos se llamaron: Alfonso (1903-1923), Palmira (1905-2001), Nieves (1909-2003), Isabel (1910-2002) y Dimas (1917- 1980). Recibió el Bautismo a los cinco días de ver la luz, el 16 de enero, en la parroquia de San Vicente, siendo su padrino Ramiro Alonso y Alonso[11].
Emplazada al Noroeste de la Península Ibérica, en la meseta de Castilla la Vieja, la provincia de León tiene actualmente una extensión de casi 16.000 km2, y una población inferior al medio millón de personas. Los inviernos son fríos, con frecuentes heladas, y los veranos, calurosos. La comarca no abunda en riquezas naturales. En el primer tercio del siglo XX, la agricultura, de secano —los embalses actuales, son posteriores a esa época—, no garantizaba el mínimo de bienestar y seguridad necesarios. Por eso, era región de emigrantes. Su capital lleva el mismo nombre, León y remonta su fundación al año 79 a.C.
Su nombre —de Legio— indica sus orígenes militares romanos. Efectivamente, nació como campamento de la Legio VI, Victrix; y, después, de la Legio VII, Gemina. Sin embargo, alcanzará renombre en la historia de España sólo después de la invasión árabe de 711, con la “Reconquista”[12]. En su desarrollo social a lo largo de los siglos, hay que mencionar como factor importante el “Camino de Santiago”, que atraviesa el territorio leonés y, como se sabe, ha sido una de las grandes vías de circulación de gentes, ideas, arte y cultura de la Edad Media europea.
La localidad de Boca de Huérgano[13] está situada a unos 100 km de la ciudad de León y a unos 1.100 metros de altitud sobre el nivel del mar. Cuando nació Dora, contaba con poco más de 200 habitantes y menos de 70 edificios. El riachuelo Portilla —que desagua en el río Esla; afluente, a su vez, del ilustre Duero—, regaba escasamente sus campos, dedicados al cultivo de cereales, legumbres y hortalizas, además de forraje para algunas cabezas de ganado. En la actualidad, su población alcanza las 600 personas.
Demetrio del Hoyo, el padre de Dora, era labrador. Ella lo describía como una persona seria, de pocas palabras y buen carácter. Hombre profundamente cristiano, de cabal rectitud moral y hondo sentido común, como tendremos ocasión de ver más adelante. Su condición económica era muy modesta.
Carmen Alonso, la madre, era de genio más vivo, y de gran simpatía. Supo inculcar a sus hijas el amor por los trabajos de la casa, transmitiéndoles también máximas de sabiduría popular, que ilustraban y enriquecían esa ciencia. Transcurridos los años, las que vivían con Dora le escuchaban a veces sentencias sobre las distintas labores domésticas, escuchadas de los labios maternos. Por ejemplo, refiriéndose a la limpieza de los pucheros “decía, muy seria, que no podíamos ser como la Marcela de su pueblo, (que) no fregaba la olla del cocido porque la iba a usar otra vez. Así, llegó un día en el que ya no pudo cocinar más en ella porque estaba llena hasta el tope de porquería. Lo contaba muy bien y nosotras nos moríamos de la risa”[14]. O, para inculcar el uso del dedal en los trabajos de aguja, apostillaba: “costurera sin dedal, cose poco y cose mal”[15].
El hogar de Demetrio y Carmen estaba construido sobre recias virtudes humanas y profundas raíces cristianas. No cabe duda de que fue la mejor escuela para los hijos. Allí recibieron la fe católica y aprendieron a conducirse con honradez, amor al trabajo y alegría. Siendo ya mayor, Dora “recordaba con mucha frecuencia todo lo que su madre le enseñó; especialmente cómo le enseñó a rezar y a pensar en los demás. Siendo pequeña le decía que tenía que rezar mucho por Rusia, por los que estaban en la guerra y por los niños que se quedaban sin padres; que había que rezar mucho por todos los que sufrían y por los que se apartan de la Iglesia de Dios. Esto le había ayudado toda su vida y le llevaba a rezar y desagraviar por tantas calamidades que hay en el mundo”[16].
Como era habitual en la mayoría de las familias españolas de la época, nunca dejaban de asistir a la Misa dominical, y practicaban las devociones tradicionales cristianas: Rosario en familia, Novenas en honor de la Virgen, etc.[17]. Su madre les enseñó la práctica de los “siete domingos de San José, uniéndolos a la confesión sacramental. Decía a los hijos: id a confesaros que hoy es domingo de San José”[18].
Parece ser que las cuatro hijas destacaban también por poseer un genio bastante vivaz —sobre todo, Palmira e Isabel—, y que ese carácter lo heredaron de su abuela materna, Sinforosa Valbuena[19]. Por lo visto, los miembros de esta rama de la familia tenían fama de estar dotados de fuerte temperamento y de ser muy inteligentes. Entre ellos destacó Antonio Valbuena, escritor leonés nacido en 1844, llamado “el melladín de Pedrosa” —por la cicatriz que marcaba su cara y por el pueblo en que nació—, que en su momento fue considerado uno de los críticos literarios más ásperos del país, y se hizo famoso por sus ataques a la Real Academia de la Lengua Española, a la que consideraba un peligro para el idioma castellano.
Desde pequeños, los hijos de la familia del Hoyo se ejercitaron en el trabajo serio, sin admitir caprichos o dejarse llevar por la comodidad. “Aunque vivían en un pueblo donde hacía mucho frío y abundaban las grandes nevadas, [sus padres] nunca les dispensaron de asistir a la escuela por las inclemencias del tiempo”[20].
Pasados los años, Dora recordaría las ocasiones en que un hombre joven, amigo de la familia, pasaba por su casa a la vuelta de las faenas del campo y, con las manos en las caderas, se lamentaba: “—¡Qué cansado estoy! En cuanto se iba, Demetrio comentaba muy seriamente a todos sus hijos: —No quiero oír nunca de vuestra boca esas palabras. Ella era pequeña, pero se le quedó muy grabado; después, lo contaba con tal viveza que se quitaban las ganas de quejarse de nada”[21].
También pasó pronto por la experiencia del dolor: en 1923, falleció su hermano Alfonso. No nos han quedado noticias sobre las causas de su defunción; no sabemos si fue debida a un accidente o a una enfermedad, breve o larga. En cualquier caso, sí se puede afirmar, sin miedo a equivocarse, que a los nueve años Dora fue testigo, en primera persona, de la fugacidad de la existencia terrena, del sufrimiento del difunto y de sus padres y hermanos, y de la aceptación cristiana de la muerte.
En la casa paterna, Dora adquirió muchos otros conocimientos para la vida práctica, propios del ambiente rural en que se había criado: “—Sabía cómo dividir la vaca entera, sabía de los cortes más exquisitos, y también sabía hacer chorizo y morcilla. (...) Tenía muy buen gusto y buen ojo para encontrar el punto justo”[22].
Además, era capaz de ayudar en las faenas agrícolas: “—Una vez que su padre estaba enfermo, se fue a segar ella —con guadaña—; hizo un concurso con los chicos de su pueblo y lo ganó porque segó ella sola un campo”[23]. También aprendió a cultivar calabazas, importantes en confitería para preparar el cabello de ángel. Después veremos cómo, durante los años que vivió en Roma, enseñó a confeccionar este dulce —aparte de otras muchas recetas de cocina— a decenas de mujeres de los cinco continentes.
En definitiva, el hogar en que creció Dora se caracterizaba por el afecto reinante entre padres e hijos, y porque ninguno sabía estar sin hacer nada: “—Tenía mucho cariño a su familia, recordaba las noches de invierno lo bien que se lo pasaban en familia; su padre hacía medias de lana con cuatro agujas, su madre y las hermanas tejían y algunas veces conquistaban a su madre para que les diera algo extraordinario: jamón, vino o castañas cuando era la época”[24].
Dora comenzó a frecuentar la escuela de Boca de Huérgano cuando tenía 5 ó 6 años, y allí aprendió a leer, escribir y hacer cuentas. Estudió el catecismo de la doctrina cristiana, con el texto del Padre Astete que, pasados los años, repetía de memoria. Por lo demás, la biblioteca de aquel centro pedagógico se limitaba a un libro; eso sí, ilustre: el Quijote, de Cervantes[25]. En esa época, en España no existía un periodo de escolarización obligatoria, y por eso no cursó la enseñanza secundaria.
Fue una niña normal, a la que bastaban para divertirse y pasarlo bien, los sencillos entretenimientos que ofrecía el pueblo. Recordaba Patrocinio Rodríguez del Hoyo, pariente y amiga de infancia, que “por las tardes íbamos a coger cerezas, peras, y otras frutas, las que hubiera por los huertos, porque pasábamos mucha hambre. Eran tiempos anteriores a la guerra y no había facilidad para conseguir ni lo más imprescindible”[26]. También celebraban “el día del árbol”, en el que plantaban pinos: cada niño tenía los suyos y los regaba hasta que arraigaban[27].
Otra de sus aficiones era la cría de conejos. Los alimentaba con hierbas que recogía al borde de la carretera; “e, invariablemente, se pinchaba y se le clavaban los pinchos en las manos y, a veces, se le infectaban y le salía pus. Su madre la llevaba al médico y un día preguntó al doctor qué hacer para evitar las infecciones. —Pues ¡tener cuidado!, fue la respuesta. —Es imposible, porque la planta está llena de pinchos. Entonces, el buen médico le indicó que se pusiera siempre agua oxigenada, que le quemaría los pinchos”[28].
Patrocinio asegura que, de pequeña, Dora era una muchacha presumida: le gustaba ponerse guapa, e iba siempre muy arreglada. Entre sus adornos preferidos se encontraba una peineta, que le parecía muy bonita. Este aderezo fue ocasión de un fuerte disgusto, a causa de una injusticia. “Un día la maestra, que posiblemente estaría un poco cansada de nosotras, le preguntó algo que no sabía y empezó a darle con el palo en la cabeza hasta que le rompió la peineta. Lloraba sin consuelo”[29].
Pronto tuvo que ponerse a trabajar como empleada doméstica, para contribuir a la menguada economía familiar. La primera ocupación de la que nos ha llegado noticia fue en casa del médico del pueblo. “Su mujer, era algo ruda y exigente en el trato y le hizo sufrir algunas veces. En aquellos tiempos, no había lavadoras ni máquinas como ahora, por lo que tenía que lavar los pañales en la presa de agua con nieve, hielo, etc. Daba igual el tiempo que hiciera y, al llegar a casa, el ama los olía para asegurarse de que no había usado lejía”[30].
A partir de 1931, la situación social en España fue haciéndose cada vez más conflictiva. Las desigualdades sociales dieron ocasión a que ideologías anticristianas, que fomentaban el odio y la violencia, generasen huelgas, algaradas, insurrecciones, motines y cruentas persecuciones religiosas. Salir a la calle llegó a ser arriesgado para los ciudadanos corrientes.
Dora se había convertido en una joven emprendedora y algo aventurera, decidida a labrarse un porvenir en la vida. Boca de Huérgano le resultaba demasiado pequeño y sin posibilidades de progresar. Por eso, a pesar de que el ambiente reinante no era favorable, hacia 1934 ó 1935, decidió trasladarse con su hermana Isabel a Astorga (León) para trabajar como sirvienta en casa de un industrial. Permaneció en aquel empleo algún tiempo, hasta que los aires conflictivos en la ciudad se hicieron también demasiado huracanados y “el cabeza de familia decidió despedir a todo el servicio, explicándoles que no quería ser responsable de que les pudieran hacer algún mal por su causa”[31].
Así que Dora tuvo que regresar a su pueblo, donde pasó los tres años de la guerra civil española (1936-1939).
Como para la mayor parte de sus compatriotas, aquel fue un periodo de gran sufrimiento. Desde el punto de vista material, quizá no soportaron padecimientos mayores de los habituales, porque el campo les proveía de alimento y Boca de Huérgano no fue teatro de combates. El dolor provino, sobre todo, de la incertidumbre por su hermano Dimas, que estuvo movilizado y participó en una de las batallas más cruentas de toda la contienda, en Teruel. Casi todo su pelotón murió en el frente, pero él se salvó gracias a que hubo de ser hospitalizado por una infección en una pierna.
Al saber que Dimas estaba internado en un sanatorio militar, Dora acudió desde su pueblo para acompañarle[32]. En aquellos momentos no resultaba nada fácil, ni estaba exento de riesgos, embarcarse en un viaje de ese estilo. Su generosidad también se manifestó en un intento de alistarse como enfermera para asistir a los heridos: pero su petición no fue aceptada[33].
Javier Medina Bayo
[1] Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, Homilía en la Misa de Exequias de Dora del Hoyo, 10-I-2010.
[2] Angie Bordone, 29-XII-2010.
[3] Quica Burgos, 22-VIII-2010.
[4] Susana Mendióroz, 1-IX-2010.
[5] Recuerdos de Gianluigi Fiorillo, Roma 2-IV-2004 (AGP, DHA, T-1003). El Dr. Fiorillo sólo trató a Dora durante un mes. Las siglas “AGP, DHA...”, que utilizaremos en lo sucesivo para referirnos a estos testimonios, indican la localización provisional de cada documento en el Archivo General de la Prelatura del Opus Dei, cara a los trabajos en relación con la futura Causa de Canonización de Dora del Hoyo Alonso.
[6] Rosana García Criado, 21-V-2010.
[7] Conchita del Moral, 24-X-2009.
[8] Sofía Navarrete, 20-VII-2010.
[9] Loudette Serra, Roma, 14-IX-2009.
[10] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 657.
[11] Cfr. Libro parroquial (1914), Parroquia de San Vicente Mártir (Boca de Huérgano, León), fol. 37.
[12] Debido a su posición estratégica, en el año 856, la ciudad fue incorporada al Reino de Asturias, siendo repoblada y amurallada. En el 910 quedó convertida en capital del reino, que desde entonces comenzó a llamarse Reino de León, y desempeñó un papel protagonista en la formación de los sucesivos reinos cristianos del occidente peninsular.
[13] La gente de los alrededores llamaba a Boca de Huérgano “La Villa”, por su condición de cabeza del ayuntamiento al que pertenecían otras ocho entidades de población: Barniedo de la Reina, Besande, Espejos de la Reina... Hoy día sigue primando sobre esas localidades.
[14] Recuerdos de Socorro Garay Rosa, Guaynabo (Puerto Rico), 1-V-2004 (AGP, DHA, T-1268). Residió en Roma de 1961 a 1967.
[15] Recuerdos de Graciela Corradini, Bellavista (Argentina), 3-XI-2004 (AGP, DHA, T-1081). Conoció a Dora —conserva con precisión la fecha— el 11 de junio de 1986. Su trato se prolongó durante diez años.
[16] Recuerdos de Amelia Sánchez Vales, Roma, 31-VIII-2005 (AGP, DHA, T-1135).
[17] Cfr. Recuerdos de Patrocinio Rodríguez del Hoyo, León 10-I-2005 (AGP, DHA, T-1011).
[18] Recuerdos de Isabel García Martín, Roma, 25-IV-2005 (AGP, DHA, T-1020). Diplomada en Ciencias Domésticas, formó parte del equipo directivo del Centro Albarosa, donde residió con Dora desde noviembre de 1991 hasta el día de su marcha al cielo: la conoció muy bien.
[19] Cfr. Recuerdos de María Jesús González del Hoyo, Boca de Huérgano (León), 21-VI-2010 (AGP, DHA, T-1294).
[20] Recuerdos de María del Carmen Cominges Molins, Valencia (España), 12-III-2005 (AGP, DHA, T-1129). Es Diplomada en Ciencias Domésticas, y vivió en el Centro Albarosa desde los comienzos hasta 1996; antes, estuvieron juntas en la administración de la Sede Central del Opus Dei, Villa Tevere, durante unos diez años.
[21] Recuerdos de Amaia Mintegui (Roma, 1-XI-2004) (AGP, DHA, T-1016). Conoció a Dora en noviembre de 1980, cuando llegó a Roma por motivos profesionales —es decoradora—, y vivió en su misma casa durante dos periodos largos: de 1980 a 1988 y desde junio de 1999 hasta su fallecimiento.
[22] Recuerdos de Patricia Duryea, Estados Unidos, 1-VI-2004 (AGP, DHA, T-1198). Llegó a Albarosa en 1996 y volvió a su país en 1999. Patricia es de Chicago, y estudió Ciencias de la Hospitalidad; quizá por eso, se le quedó más grabada la habilidad de Dora con carnes y embutidos. Actualmente, trabaja en Nueva York.
[23] Recuerdos de Isabel García Martín, cit.
[24] Recuerdos de Lolita Baña Priegue, Roma, febrero de 2004 (AGP, DHA, T-1022). Vivió más de treinta años con Dora.
[25] Cfr. Recuerdos de Patrocinio Rodríguez del Hoyo, cit.
[26] Ibid.
[27] Cfr. ibid.
[28] Recuerdos de Rosario de Juana Zubizarreta, San José de Costa Rica, 1-V-2004 (AGP, DHA, T-1074). Por su condición de médico, Rosario siguió muy de cerca el infarto de miocardio padecido por Dora en 1987: nos ha dejado una narración pormenorizada y viva de aquellos momentos.
[29] Recuerdos de Patrocinio Rodríguez del Hoyo, cit.
[30] Ibid.
[31] Recuerdos de Elena Álvarez, Roma, 11-VI-2009 (AGP, DHA, T-1292). Le escuchó esta anécdota en agosto del año 2000.
[32] Cfr. recuerdos de Patricia Duryea, cit.
[33] Cfr. recuerdos de Patrocinio Rodríguez del Hoyo, León, 10-I-2005.
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