El relativismo se apoya en los sentimientos subjetivos, que son múltiples y cambiantes
La unidad de la fe se apoya a la vez en la verdad y en el amor; fe que los cristianos han recibido por mediación de la única Iglesia fundada por Jesucristo
Hay quienes piensan que el amor a la verdad es un factor de disgregación o de división. Pareciera que el relativismo, el desinterés por la verdad es lo que realmente une a los hombres. Pero esto es un engaño: el relativismo se apoya en los sentimientos subjetivos, que son múltiples y cambiantes. Sólo la sincera búsqueda de la verdad puede unir a quienes honestamente la buscan.
Así ocurre concretamente en lo referente a la fe. “La unidad de la Iglesia, en el tiempo y en el espacio, está ligada a la unidad de la fe: «Un solo cuerpo y un solo espíritu […] una sola fe» (Ef 4,4-5). Hoy puede parecer posible una unión entre los hombres en una tarea común, en el compartir los mismos sentimientos o la misma suerte, en una meta común. Pero resulta muy difícil concebir una unidad en la misma verdad. Nos da la impresión de que una unión de este tipo se opone a la libertad de pensamiento y a la autonomía del sujeto” (Papa Francisco, Enc. Lumen fidei, n. 47).
Pero la verdad no puede separarse del amor: “la experiencia del amor nos dice que precisamente en el amor es posible tener una visión común, que amando aprendemos a ver la realidad con los ojos del otro, y que eso no nos empobrece, sino que enriquece nuestra mirada. El amor verdadero, a medida del amor divino, exige la verdad y, en la mirada común de la verdad, que es Jesucristo, adquiere firmeza y profundidad. En esto consiste también el gozo de creer, en la unidad de visión en un solo cuerpo y en un solo espíritu. En este sentido san León Magno decía: «Si la fe no es una, no es fe»” (idem).
La unidad de la fe se apoya a la vez en la verdad y en el amor. “¿Cuál es el secreto de esta unidad? La fe es «una», en primer lugar, por la unidad del Dios conocido y confesado. Todos los artículos de la fe se refieren a él, son vías para conocer su ser y su actuar, y por eso forman una unidad superior a cualquier otra que podamos construir con nuestro pensamiento, la unidad que nos enriquece, porque se nos comunica y nos hace «uno»” (idem).
La fe cristiana nos llega por Jesucristo. “La fe es una, además, porque se dirige al único Señor, a la vida de Jesús, a su historia concreta que comparte con nosotros” (idem). San Ireneo de Lyon afirma, frente a los herejes gnósticos, que no hay una fe para los iniciados o cultos, y otra para los rudos: “no hay diferencia entre la fe de «aquel que destaca por su elocuencia» y de «quien es más débil en la palabra», entre quien es superior y quien tiene menos capacidad: ni el primero puede ampliar la fe, ni el segundo reducirla” (idem).
Los cristianos han recibido la fe por mediación de la única Iglesia fundada por Jesucristo. “Por último, la fe es una porque es compartida por toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo espíritu. En la comunión del único sujeto que es la Iglesia, recibimos una mirada común. Confesando la misma fe, nos apoyamos sobre la misma roca, somos transformados por el mismo Espíritu de amor, irradiamos una única luz y tenemos una única mirada para penetrar la realidad” (idem).
La coherencia de la fe reclama la unidad. “Dado que la fe es una sola, debe ser confesada en toda su pureza e integridad. Precisamente porque todos los artículos de la fe forman una unidad, negar uno de ellos, aunque sea de los que parecen menos importantes, produce un daño a la totalidad…”; “La fe se muestra así universal, católica, porque su luz crece para iluminar todo el cosmos y toda la historia” (idem, n. 48).
Así se puede valorar mejor el regalo de la sucesión apostólica que hizo Cristo a su Iglesia. “Por medio de ella, la continuidad de la memoria de la Iglesia está garantizada y es posible beber con seguridad en la fuente pura de la que mana la fe. Como la Iglesia transmite una fe viva, han de ser personas vivas las que garanticen la conexión con el origen. La fe se basa en la fidelidad de los testigos que han sido elegidos por el Señor para esa misión. Por eso, el Magisterio habla siempre en obediencia a la Palabra originaria sobre la que se basa la fe, y es fiable porque se fía de la Palabra que escucha, custodia y expone (idem, n.49).