El testimonio de vida de los santos constituye un ejemplo para todos
El mal tiene un límite: el bien, divino y humano, que es siempre más grande que cualquier mal
Hoy, 27 de abril, segundo domingo del tiempo litúrgico de Pascua, domingo de la Divina Misericordia, el Papa Francisco canoniza a los pontífices Juan XXIII y Juan Pablo II. Con el acto de canonización, el Papa declara y define santo a un fiel católico que ha sido antes beatificado y autoriza que se le pueda rendir culto público a nivel de la Iglesia universal.
El testimonio de vida de los santos constituye un ejemplo para todos; ellos nos ofrecen también la ayuda de su constante intercesión. Se cumple este año el centenario del estadillo de la primera guerra mundial. El siglo XX ha sido también un siglo de santos, también de Papas santos: Pío X fue canonizado en 1954 y actualmente están en curso los procesos de beatificación y canonización de Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo I.
Juan XXIII fue elegido obispo de Roma en 1958, a la muerte de Pío XII. Algunos pensaron que sería un pontificado de transición, considerando que en el momento de su elección estaba próximo a cumplir setenta y siete años. Sin embargo, sorprendió a muchos cuando en enero de 1959 anunció la celebración de un concilio ecuménico, un sínodo de la diócesis de Roma y la reforma del Código de derecho canónico de 1917.
La noche del día que comenzó el Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962) había luna llena en Roma y miles de personas acudieron a la plaza de san Pedro llevando antorchas. Desde la ventana de su despacho en el palacio apostólico, Juan XXIII improvisó unas palabras llenas de afecto y ternura que han pasado a la historia con el nombre de Discurso de la luna. El Papa dijo a los presentes, entre otras cosas: “Regresando a casa, encontraréis a los niños; hacedles una caricia y decidles: esta es la caricia del Papa. Tal vez encontraréis alguna lágrima que enjugar. Tened una palabra de aliento para quien sufre. Sepan los afligidos que el Papa está con sus hijos, especialmente en la hora de la tristeza y de la amargura”.
El compromiso de Juan XXIII por la paz fue firme y decidido. A este tema dedicó su última y quizá más conocida encíclica: Pacem in terris (1963), dirigida a todos los hombres de buena voluntad, en la que urgió a resolver los problemas del hambre, la justicia y la paz en el mundo con un espíritu de abierta colaboración. La mediación del Papa entre los presidentes John F. Kennedy y Nikita Jruschov, en plena guerra fría, contribuyó a evitar una catástrofe de consecuencias imprevisibles para la humanidad, que estuvo a punto de desencadenarse en el otoño de 1962 con motivo del intento de instalación de misiles soviéticos en Cuba.
Fueron trece días que mantuvieron en vilo al mundo entero. Juan XXIII no tuvo inconveniente alguno en recibir en audiencia en el Vaticano a la hija de Jruschov, Rada, acompañada de su esposo Alexis Adjubei, por entonces director del periódico Pravda (en ruso, Verdad), que hasta 1991 fue el órgano oficial del Partido Comunista de la Unión Soviética. Fue un encuentro entrañable, en el que el Papa se interesó por los nombres de los tres hijos del matrimonio: Nikita, Alexis e Iván, y al terminar les regaló, además de monedas y sellos, un rosario a la esposa, que lo recibió emocionada. Loris Capovilla, secretario particular de Juan XXIII, recuerda que durante su primera audiencia con Juan Pablo II le comentó que algunos gestos del Papa Roncalli fueron malinterpretados por algunas personas. Juan Pablo II le respondió: “No importan los comentarios superficiales. Ahora sabemos que fue un profeta. Y los profetas sufren por serlo”.
En la tarde del 16 de octubre de 1978 se celebró en Cracovia una reunión en la sede de la asociación de escritores polacos. Tenía la palabra un coronel de los servicios de seguridad y hablaba de las relaciones entre intelectuales, oposición democrática y exponentes destacados del clero, entre los que mencionó al cardenal arzobispo de Cracovia. En un determinado momento entró en la sala una camarera para dar un mensaje al oído de uno de los presentes, que saltó de su asiento y gritó al auditorio: “Es nuestro fin. La radio ha dado la noticia que Wojtyła ha sido elegido Papa”. Ante el estupor general, los participantes en la reunión oyeron el tañido de las campanas de las iglesias de Cracovia, que sonaban en señal de fiesta. En todo el país se sucedieron manifestaciones espontáneas de júbilo por la elección de un pontífice de Polonia.
Desde el primer momento, Juan Pablo II invitó a todos los hombres y mujeres a abrir de par en par las puertas a Cristo, a no tener miedo de Él. El Papa realizó su primer viaje a Polonia en junio de 1979. Habló con firmeza de libertad religiosa y afirmó que la Europa del siglo XX, tantas veces dividida por las ideologías, debe buscar su unidad esencial en el cristianismo. Durante veintiséis años se convirtió en un incansable peregrino del evangelio, con 104 viajes apostólicos a 135 países.
Juan XXIII y Juan Pablo II constituyen la parábola del siglo XX; cien años de luces, pero también cien años de sombras, con la presencia de ideologías del mal. Sin embargo, al final de su vida el Papa Wojtyła escribió que el mal tiene un límite: el bien, divino y humano, que es siempre más grande que cualquier mal. Se comprende, por tanto, que la canonización de estos dos grandes Papas del siglo XX, cuya santidad cambió el mundo, tenga lugar el día en que la Iglesia celebra la Divina Misericordia.
Miquel Delgado Galindo
Subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos