Cristo nos ha salvado de las fauces de la muerte, de la esclavitud del pecado, del miedo a desaparecer y diluirnos en la nada...
Cristo nos ha salvado de las fauces de la muerte, de la esclavitud del pecado, del miedo a desaparecer y diluirnos en la nada... Cristo ha resucitado, está vivo, y quien ha conocido su amor y vive de la misericordia derramada en su sangre, puede decir, con santa Teresa: «Tan alta vida espero, que muero..., porque no muero»
Ya no se habla de la muerte; si acaso, algo del cielo, pero nada del purgatorio y mucho menos del infierno. El signo de la cruz está desapareciendo de las esquelas de los periódicos y, cuando llega el trance, se despeja la incomodidad con cuatro palabras bienintencionadas: Ha desaparecido, Lamentamos su pérdida, Sigue viviendo en nuestro recuerdo... Abundan los eufemismos. Entre gente educada no se habla de la muerte, se dice: la muerte como tabú, como algo que hay que ocultar o, si no se puede, al menos maquillar...
Don José Ruiz, capellán de la Fundación Vianorte-Laguna, en Madrid, especializada en cuidados paliativos, confirma que, «actualmente, en este proceso que padecemos en el que la verdad se relativiza, lo sobrenatural y trascendente desparece; contamos sólo con lo que tenemos delante, lo inmediato. Y, aunque veamos a nuestro alrededor que la gente se muere, pensamos: Cuando llegue, llegará. A lo sumo, se preparan los aspectos económicos que supone dejar esta vida».
¡Menos mal que nos juzga Dios!
Este mirar hacia otro lado ante un hecho que, sin duda, llegará algún día, también se percibe en la vida cotidiana de los creyentes. Los curas ya no hablan del cielo, se oye de vez en cuando. Muerte, Juicio, Infierno y Gloria no parecen ser objeto habitual de la predicación dominical ni de la catequesis familiar. El profesor Santiago del Cura, de la Facultad de Teología del Norte de España, en la Jornada sobre La catequesis de las realidades últimas, que organizó la semana pasada la Universidad San Dámaso, de Madrid, contó que, en un estudio sobre los materiales catequéticos que se manejaban en determinada ciudad, hace unos años, no se pudo encontrar apenas ninguna referencia a la vida eterna... «Muchos fieles tienen una formación muy elemental, pues permanecen anclados en el horizonte de la catequesis de la Primera Comunión; y muchos no conocen bien los contenidos de la esperanza en la vida eterna», señala.
Sin embargo, en un mundo entregado al carpe diem, obsesionado por arañar la vida en cada experiencia..., mirar de frente a la muerte es algo necesario. «Uno ha de prepararse para la muerte de la mejor manera posible», afirma don José Ruiz. Y da la clave fundamental: «Las personas que viven en la presencia de Dios mueren con más tranquilidad, con más paz, con menos miedo, se sienten más queridos y quieren más a los suyos. Esto lo da la confianza y el ponerse en manos de Dios; si uno carece de todo eso, entonces pueden venir temores, miedos, inquietudes...»
Por eso, lo esencial no es preguntarse qué nos espera tras la muerte, sino Quién nos espera: «Lo que nos espera es la plenitud de vida -afirma el capellán de Laguna-. Esta vida que tenemos aquí es buena, querida por Dios, y luego poder cumplir el destino para el que hemos sido creados para toda la eternidad: gozar de Dios. La felicidad es gozar de Dios».
Pero entonces, ¿el Juicio? Don Santiago del Cura aclara: «Ser juzgados por Dios es el motivo de nuestra esperanza. En realidad, ¡menos mal que seremos juzgados por Dios! Incluso el purgatorio es una buena noticia, porque es el amor de Dios el que nos purifica». Y don José Ruiz confirma que «no debemos tener miedo del juicio de Dios. Uno se podrá haber equivocado muchas veces. Somos débiles. Pero no hay que tener miedo, ahí está la Confesión: uno es débil, pero sigue luchando. Los que se salvan no son los que no tienen ningún pecado, sino los que han luchado. ¿Quién gana la guerra? Los soldados cansados... Y hay que hablar mucho de la Providencia divina: insistir en que no estamos solos».
Por el valle de la muerte
No estamos solos, porque Dios mismo ha venido a buscarnos. Cristo ha bajado a los infiernos de nuestro pecado y de nuestro miedo a morir; muriendo, destruyó nuestra muerte; y resucitando, restauró la vida. «La muerte de Cristo no es un fracaso; al contrario, es el medio por el que Dios sufre por nosotros. Dios nos prefiere, nos precede, y nos muestra con su amor que borra nuestro pecado», señala el capellán de Laguna. Y don Santiago del Cura concluye: «Cristo nos enseña el arte de vivir y de morir. Él pasó por el valle de la muerte y nos da una esperanza inquebrantable».
Afortunadamente, vamos a morir. Afortunadamente, nos espera Dios.