D. Álvaro del Portillo considera en las escenas de la Pasión la virtud de la obediencia
Álvaro del Portillo considera en las escenas de la Pasión la virtud de la obediencia: “Ha de ser la obediencia de los católicos −la nuestra, por tanto (…)− una obediencia como la de Cristo, que nace del amor y al amor se ordena, que en todos los momentos se ve sostenida e impulsada por el amor”
“La consideración atenta de las escenas de la Pasión nos ayuda a valorar más y más la importancia de la obediencia en la economía de nuestra salvación. Por eso, si los cristianos debemos recorrer el mismo camino que Cristo −seguir sus huellas, como recomienda el Príncipe de los Apóstoles (I Pedro II, 21)−, también hemos de manifestar gran aprecio por esta virtud santa que nos injerta en el plan divino de la Redención y hace posible que, de verdad, seamos corredentores. Ha de ser la obediencia de los católicos −la nuestra, por tanto (…)− una obediencia como la de Cristo, que nace del amor y al amor se ordena, que en todos los momentos se ve sostenida e impulsada por el amor.
Como consecuencia del pecado original, de aquella primera desobediencia, todos llevamos dentro un germen de rebeldía y de engreimiento en la propia voluntad. Lo percibe la criatura claramente en su interior y, a la vez, se pone de relieve en tantos ambientes. Hay como un ataque generalizado contra todo lo que suponga autoridad, y en primer lugar contra la de Dios y la de la Iglesia. (…) Esta rebeldía de que os hablo no presenta en verdad algo nuevo: ha ocurrido siempre, y se correrá ese riesgo mientras el mundo dure; pero en estos momentos parece como si el eco de la primera rebeldía −el non serviam! pronunciado por Satanás y los ángeles apóstatas− se hiciera más persistente.
(…) El Señor espera que demos testimonio de Jesucristo, mostrando a los hombres y mujeres que nos rodean las maravillas de una conducta cristiana íntegra, en la que la obediencia reluce como una joya espléndida. Sujeción, por Dios, a la legítima autoridad en los diversos órdenes de la vida humana. Obediencia ante todo al Romano Pontífice y al Magisterio de la Iglesia”. (Carta, abril 1988, 359)