La expresión "saberse querer", título de este artículo, es un buen lema para las esperanzas e ilusiones de los novios, sabiduría llena de experiencia para los esposos, y una cuestión en la que todos hemos de estar duchos si queremos vivir como personas
De toda la riqueza, variada y fresca, de las enseñanzas pontificias de estos días pasados, no quiero dejar de comentar el discurso y encuentro del Papa con los novios, el día de san Valentín en el Vaticano, encuentro festivo que se celebraba por primera vez. La nada despreciable multitud de doce mil parejas, o veinticuatro mil prometidos, se reunió con el papa Francisco, doblando la estimación de asistencia prevista inicialmente. Eran personas de procedencia muy variada y actuaron como protagonistas junto con el Santo Padre. Hubo testimonios, canciones, aplausos y músicas. Incluso el estreno de una composición para el evento. Hora y media de auténtica fiesta antes del discurso del Papa y escucharle era prolongar la fiesta.
El sentido de toda aquella aglomeración y tema de las distintas actuaciones podría resumirse en la expresión "saberse querer", título de este artículo, buen lema para las esperanzas e ilusiones de los novios, sabiduría llena de experiencia para los esposos, y una cuestión en la que todos hemos de estar duchos si queremos vivir como personas. Para los que tenemos fe en Jesucristo el tema es incuestionable: hemos de saber querer a Dios sobre todas las cosas, hemos de querer a los demás como a nosotros mismos, y hemos de amar también a los enemigos. Cristo lo urge a los apóstoles en el cenáculo: "un mandato nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado".
Dice un texto sagrado "misericordia quiero y no sacrificio", poniendo en boca de Dios esa afirmación. Pero la misma frase se puede decir con labios humanos: quiero que me quieras tú, no quiero tus obsequios y regalos; no valen nada si tú no me quieres, si no me comprendes y me perdonas. Dios rico en misericordia nos quiere misericordiosos.
Saber amar es el fundamento de todas las fidelidades y heroísmos de las biografías que tachonan la historia. Y también el sustrato de todas las obras de arte geniales, cualquiera que sea su modo de expresión, plástica, musical o literaria. ¿Por qué atraen y subyugan? ¿Por qué atraen a todos y permanecen en el tiempo? Porque señalan la verdad del amor en sus diversísimas manifestaciones.
Volvamos a la fiesta de san Valentín en el Vaticano. Unos novios daban este testimonio. "Santo Padre, nos vamos a casar porque nos queremos, y además estamos convencidos de que en el matrimonio las alegrías se multiplican por dos y las penas se dividen por la mitad". Estas operaciones aritméticas son correctas, están bien hechas, son exactas, porque tienen un presupuesto: estar unidos, ser uno, constituir una unidad de vida y de amor. Si fuesen dos que se juntan, dos solterones que conviven, no tendrían nada en común, ni mutuo, sólo coincidencia de intereses egoístas, así su duración dependería de las circunstancias. Y si eso se generaliza la sociedad se resquebrajaría a la vez.
El cierre de la fiesta, el discurso incisivo y luminoso de Francisco, que aquí sintetizo en lo fundamental, fue respuesta a tres de las preguntas que los novios le habían formulado: el miedo del sí para siempre, la vida en común, y el modo de celebración de la boda.
"Pero, ¿¡qué entendemos por amor? ¿Solo un sentimiento, una condición psicofísica? Ciertamente, si es así, no se puede construir sobre ella nada sólido… pero si el amor es una relación, entonces es una realidad que crece…, y se edifica en compañía, ¡no solos!... Los esposos pueden rezar así: Señor, danos hoy nuestro amor de todos los días… enséñanos a querernos". Ya se ve que por este sendero el amor se afianza, no se rompe, y será soporte de muchas otras cosas buenas.
La sabiduría de la convivencia la describe Francisco en torno a tres palabras: ¿puedo?, gracias, perdón.
"¿Puedo?, es la petición amable de entrar en la vida de algún otro con respeto y atención. El verdadero amor no se impone con dureza ni agresividad".
"Gracias. La gratitud es un sentimiento importante. ¿Sabemos dar gracias? En vuestra relación ahora y en vuestra futura vida matrimonial es importante mantener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios… Y a los dones de Dios se dice gracias. No es una palabra amable para usar con los extraños, para ser educados. Hay que decir gracias para caminar juntos".
"Perdona. En la vida cometemos muchos errores, nos equivocamos tantas veces. Todos. De ahí la necesidad de utilizar esta palabra tan sencilla 'perdona'… Aprendamos a reconocer nuestros errores y pedir disculpas… Todos sabemos que no existe la familia perfecta, ni el marido o la mujer perfecta. Existimos nosotros, los pecadores… Si aprendemos a pedir perdón y perdonar a los demás, el matrimonio durará, saldrá adelante".
Bien luminosas son estas consideraciones, que pueden verse más completas en el texto original, que no tiene espacio aquí. Pero al menos he querido hacerme eco y tratar de llegar a la periferia, a otros muchos, a donde llegue la letra impresa.
Termina el discurso del Papa con una indicación sobre la celebración de la boda, la tercera pregunta. La contestación no se hace esperar. "Deben ser una fiesta, pero una fiesta cristiana y no mundana… Los signos externos, el banquete… los trajes… son importantes en una fiesta, pero sólo si muestran el verdadero motivo de nuestra alegría, la bendición de Dios sobre vuestro amor".
En verdad la luz de la fe es poderosa y alcanza a todo, y la plenitud de la Revelación es Cristo. Su presencia en las bodas de Caná y en el mundo entero es definitiva, siendo verdadero Dios y verdadero Hombre. Busquémoslo, contemplémoslo, y sigámoslo, no nos defraudará.
Pedro Rodríguez Mariño
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