La Semana Santa, un momento adecuado para hablar del asombro ante un Dios que sube a la Cruz
Si nos acercamos con sencillez y buena voluntad a las procesiones y celebraciones cristianas del misterio Pascual, experimentaremos el asombro de un Dios que camina hacia la Cruz y nos brinda su Amor y su Misericordia
Estamos en la Semana Santa. Un momento adecuado para hablar del asombro ante un Dios que sube a la Cruz.
Detengámonos un momento ante el hecho de la Encarnación. A un físico, como yo, la grandeza inmensa del universo le impulsa a pensar en la distancia, también inmensa, entre el Creador y sus criaturas. Me resulta asombroso que el Todopoderoso, el Infinito, el Eterno, se abaje, no solo a acercarse a nosotros, sino a tomar carne como la nuestra.
El asombro se desborda cuando lo vemos caminar hacia la Cruz para entregar su vida por la salvación de todos y cada uno de nosotros y además nos deja el prodigio de la Eucaristía que, como portentosa máquina espiritual del tiempo, nos sitúa al pie de la Cruz.
Si miramos atrás vemos que, a lo largo de la historia, las vidas de los cristianos no fueron entregadas al fiel cumplimiento de unos mandamientos o leyes, ni siquiera a la consecución de un ideal, por muy maravilloso y atractivo que el ingenio humano pudiese llegar a pintarlo. Los santos fueron personas enamoradas, siguieron a Jesús hasta tal punto que, como dice San Pablo, todo lo que este mundo podía llegar a ofrecerles les pareció ridículo: "cuanto era para mí ganancia, por Cristo lo estimo como pérdida. Aún más, considero que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él perdí todas las cosas, y las considero como basura con tal de ganar a Cristo"[1].
Sus vidas se vaciaron de todo para llenarse solo de amor, un amor que a los simples ojos humanos siempre parecerá locura, como locura fue para muchos de sus contemporáneos la vida de ese Hombre.
Cuando vemos caminar al Señor hacia la Cruz resuenan sus palabras en nuestro corazón: "tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito para que el hombre ya no muera, sino que tenga vida eterna"[2].
Si Jesús no hubiera muerto en la Cruz no nos habríamos dado cuenta hasta dónde llega el Amor de Dios. Hasta una locura que no deja de asombrar. Es éste un buen momento para descubrir que Dios nos ha amado a todas y a todos desde siempre: "antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes de que nacieses, te tenía consagrado"[3].
El Señor camina hacia la Cruz y a la Resurrección. En las calles de muchas ciudades lo contemplaremos. Las escenas de la Pasión se recrean admirablemente en esos pasos procesionales. El Señor nos habla desde ellas: "Yo voy camino de la Cruz a ser cosido con hierros a un madero porque te quiero, y tú ¿qué haces?".
"Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría"[4]. Estas palabras del Papa nos invitan a dejarnos encontrar por Jesús que camina hacia la cruz.
Acerquémonos a esas procesiones y celebraciones cristianas del misterio Pascual de Jesucristo. Si lo hacemos con sencillez y buena voluntad experimentaremos el asombro de un Dios que camina hacia la Cruz y nos brinda su Amor y su Misericordia.
Y si invocamos a Santa María −nadie como Ella le acompañó en la Pasión− quizá nos sea más fácil descubrir que allí estábamos nosotros. Y el asombro crecerá más todavía.