El lenguaje “a la argentina” es el modo en que se ha hecho explícito el lenguaje que siempre ha transmitido la Iglesia
Si alguna conclusión se puede sacar después de un año del pontificado de Francisco es que la Iglesia ha experimentado que su lenguaje se ha “refrescado”
Se cumple un año desde que el cardenal Bergoglio fue elegido papa. Un año que no ha pasado “sin más”: el “estilo Francisco” ha revolucionado la manera que tenían los medios de comunicación de ver la Iglesia y también el modo que tenía la Iglesia de verse a sí misma. No en vano Francisco es llamado por algunos un papa “reformista”.
Me quedo con la idea, no con el nombre; voy más allá: Francisco es un papa revolucionario. Sí, es revolucionario porque es un papa que ha dado un giro a la imagen de la Iglesia. Esto, ahora, no tiene nada que ver con que el papa sea un “relaciones públicas”, sino con algo más básico: el lenguaje.
No quiero decir con esto que Benedicto XVI o algún papa anterior no hayan sabido cómo hablar en público. Lo que quiero decir es que Francisco ha traído consigo un nuevo modo de hablar: nos ha puesto a aprender “argentino”. Esta novedad ha tenido sus consecuencias: la gente está descubriendo otra vez las riquezas de la Iglesia porque se las están presentando de una forma distinta a la habitual −argentinamente, digamos−. No es otra Iglesia: es la misma que se presenta con un lenguaje distinto, y que por esta razón resulta “atractiva”.
Este lenguaje “a la argentina” es el modo en que se ha hecho explícito el lenguaje que siempre ha transmitido la Iglesia. Un lenguaje del que el papa habló recientemente en el vídeo casero que envió a los pastores pentecostales reunidos en Texas. Allí dice Francisco: “I will speak no Italian, no English, but heartfully”, “No hablaré ni italiano, ni inglés, pero con el corazón en la mano”, podríamos traducir. El lenguaje “argentino” ha hecho notar otra vez que la Iglesia habla con el corazón en la mano: ¿no hizo Benedicto XVI lo mismo cuando anunció que renunciaría?
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Así, si alguna conclusión se puede sacar después de un año del pontificado de Francisco es que la Iglesia ha experimentado que su lenguaje se ha “refrescado”. Es un cambio en el que se tiene que seguir trabajando en los próximos años, ya no solo a través del “argentino”, sino en todas las lenguas y dialectos: tenemos la tarea de aprender, en cada uno de los idiomas, a hablar con el corazón en la mano.
Se dice que la filosofía vivió su giro lingüístico en el siglo XX: la Iglesia está viviendo el suyo en el XXI. No pasa nada: ya el Espíritu Santo contaba con ello (y quizá Benedicto XVI también). No es nada más que el “don de lenguas”: saber hablar y adaptarse a quienes nos escuchan.