No hay nadie que esté en mejores condiciones para educar a un hijo que sus padres
Urge recuperar el sentido común, ese que parece que se nos ha ido a las antípodas
Educar con sentido común es lo que propone Gregorio Luri en su último libro Mejor educados: “Para una familia lo verdaderamente importante −escribe en el prólogo− no es la cantidad de conocimientos técnicos que tengan los padres sobre la educación de sus hijos, sino lo que se quieren entre sí todos sus miembros. No hay nadie que esté en mejores condiciones para educar a un hijo que sus padres. Y no hay mejores padres que los que gestionan, con más amor que recursos técnicos, las alegrías, penas y problemas inherentes a la vida familiar”. Porque educar es un arte que se ejerce con sentido común.
El libro está formado por un centenar de reflexiones sobre la educación agrupadas en cinco apartados:
La disciplina. “Disciplinar no es solamente poner límites, es, sobre todo, educar en la conciencia del respeto al valor terapéutico de los límites”. Así, “el cariño de los padres no se mide por el número de sus concesiones a los caprichos de los hijos”. El ‘buenrollismo paterno’ no lleva sino al “síndrome de oposición desafiante”; lo evidencian las más de quinientas denuncias mensuales que en España presentan los padres contra sus hijos maltratadores.
La escuela. “Hay que hacer de padres, no de padres de alumnos”. Aunque parezca mentira, “en los países con mejores resultados escolares los padres participan muy poco en los centros educativos”. Eso no significa que no se preocupen por ellos, claro está, sino que dejan que los profesores hagan de profesores.
Paternidad y pantallas. Vigilemos las “aventuras digitales” de nuestros hijos, pues los estamos abandonando en una realidad muy poco real. Así, afirma el autor, “la pornografía es real, pero no es la realidad”. Todo el mundo enseña a los jóvenes a usar la tecnología, pero ¿quién les enseña a no usarla?
El rol de los padres. Como decía Balzac, “el espíritu de una familia se puede adivinar por su cuidado de las pequeñas cosas”. Seamos claros con nuestros hijos a la hora de hablarles de cosas importantes y que sepan que “nosotros eso no lo hacemos”, que tenemos un estilo familiar. Habría que ampliar, piensa Gregorio Luri, los derechos del niño con estos: vivir en la realidad, ser frustrado, aprender a postergar la satisfacción del deseo, meditar una respuesta antes de apresurarse a contestar, disfrutar del silencio.
Dar valor a los valores. “Ningún saco vacío se aguanta derecho”. La clave está en la formación del carácter, pues será el carácter “lo que se llevarán nuestros hijos de casa como su principal herencia cuando vayan a formar su propio hogar”. Pero no se puede formar el carácter sin exigencia. El autor aboga por el ideal republicano de la meritocracia: el convencimiento de que “el trabajo personal es más determinante para el futuro de una persona que su suerte, el amiguismo o las influencias familiares”.
Hoy ser padres no es nada fácil, requiere formación continuada y debe ejercerse con responsabilidad, presión constante y miedo al fracaso. En cierto modo, afirma Gregorio Luri, la paternidad se ha profesionalizado. Urge, según él, recuperar el sentido común, ese que parece que se nos ha ido a las antípodas. Lo que ocurre es que, justamente por ello, para recuperarlo no basta sólo con sentido común.