La relación con Dios es personal y no dependiente de las circunstancias externas
Bien se puede decir que los fieles laicos han de ser contemplativos en medio del mundo, como los religiosos han de ser contemplativos en sus clausuras, apartándose del mundo
Cuál es el tercer modo? Fue la pregunta que me espetó impaciente el padre de un niño que prepara la Primera Comunión. Con él y su esposa teníamos una conversación de tutoría; hablábamos de los modos de la oración. El Catecismo concreta que son tres las formas principales de la oración, y me limitaba, en mi exposición, a las dos primeras, la oración vocal y la oración mental o meditación, pues mi objetivo era estimular al pequeño en el hábito de hablar con Dios de modo personal, con un diálogo espontáneo, sin fórmula fija, como hacemos en la oración vocal cuando rezamos el Padrenuestro o el Avemaría.
Aunque el niño era jovencillo es interesante iniciarle en la reflexión y en el diálogo con Dios, a la vez que lo hace en las disciplinas de estudio y en las conversaciones con profesores, compañeros y amigos; ha de desarrollarse espiritualmente, y no dejarlo enano en el alma. Y también es interesante que los padres, en los desvelos por la formación de sus hijos, los estimulen al trato personal con Dios, de modo que desarrollen una amistad filial y confiada con Él.
Me explayaba en mis consideraciones concretando que con Dios hemos de hablar ¡de todo! Todo lo nuestro le interesa a Dios, todo lo que nos afecta. Por ejemplo, les digo a los chavalillos, ¿se puede hablar de fútbol en la oración? Y contestan con un expresivo ¡no...!
Pero imagínate, añado, que has jugado un partido de vuestro campeonato, que hubo muchos goles por ambos equipos, que os reísteis un montón, que no se lesionó nadie, y lo pasasteis bomba. Se lo cuentas al Señor, y le dices "gracias, Señor, en nombre de los demás y en el mío propio". O al revés: "Señor, te pido perdón, por haber visto tres partidos en días consecutivos que dieron por la tele, no haber preparado el examen que tenía a continuación, y me bajaron la nota a la mitad. Me he dejado llevar por lo que más me apetecía y no cuidé lo que debía hacer primero".
En ambos casos hablabas con Dios y a la vez, inevitablemente, de fútbol. Y así de tantos otros temas: de los compañeros, de las asignaturas, de la familia, de los amigos, de pedir por la Iglesia y por el Papa, etcétera. Todo lo nuestro le interesa a Dios, y todo lo de Dios ha de interesarnos a nosotros: la Creación, la Redención, la Pasión y Resurrección, el Evangelio entero, lo que Jesús hizo y dijo.
Además, como la oración, hablar con Dios, es asunto importante, ha de tener cierta duración y horario; como comer, dormir o trabajar tienen su hora y ocupan su tiempo. Si no tenemos prefijado el momento de la oración, seguramente no la haremos, y se pasarán días, meses y años sin dedicar ese tiempo al trato con Dios, anteponiéndole a otras personas o actividades, ¡qué pena!
En cambio, si perseveramos con generosidad alegre, el hábito de la oración mental arraigará más y más, y no llevará a su abandono dejar el hogar familiar, o el colegio, al estudiar en la universidad o por cualquier otro cambio de ambiente. La relación con Dios es personal y no dependiente de las circunstancias externas.
Debió de ser a esta altura de la conversación cuando saltó la pregunta sobre cuál es el tercer modo de la oración: "Es la oración contemplativa", contesta el Catecismo, y la describe de este modo: "Es la expresión más sencilla de la oración. Es una mirada de fe, fijada en Jesús, una escucha de la palabra de Dios, un silencio amoroso". No se puede rezar con oraciones vocales en todo momento, ni se puede meditar mientras hacemos, trabajando, otras cosas que absorben nuestra atención, "pero sí podemos entrar en contemplación, independientemente de las circunstancias de salud, trabajo o afectividad", dice el Catecismo.
Si nuestro trabajo está bien hecho, si actuamos con rectitud de intención, para servir a los demás y dar gloria a Dios, y estamos unidos a Él por la gracia, podemos decir que el trabajo no nos aparta de Dios, y que nuestro trabajo es verdadera oración, que tiene como precedentes tantas oraciones vocales y tantos ratos de meditación en nuestro haber.
Esto es lo que testifican los santos que hablaron sobre la oración, como Teresa de Jesús, Francisco de Sales y los místicos en general, y lo ha repetido en nuestros días con particular vigor Josemaría Escrivá, al subrayar la espiritualidad de los laicos y su vocación a la santidad en las circunstancias ordinarias de la vida familiar y del trabajo profesional.
Lo ratifica este punto número 734 de su libro Forja: "Nunca compartiré la opinión −aunque la respeto− de los que separan la oración de la vida activa, como si fueran incompatibles. Los hijos de Dios hemos de ser contemplativos: personas que, en medio del fragor de la muchedumbre, sabemos encontrar el silencio del alma en coloquio permanente con el Señor: y mirarle como se mira a un Padre, como se mira a un Amigo al que se quiere con locura".
Bien se puede decir que los fieles laicos han de ser contemplativos en medio del mundo, como los religiosos han de ser contemplativos en sus clausuras, apartándose del mundo. A todos nos urge, y de qué manera, el papa Francisco.