Novios camino del matrimonio: en España, empieza a cobrar cuerpo el interés por la preparación remota al matrimonio
Mañana, 14 de febrero, fiesta de San Valentín, el Papa Francisco celebrará un encuentro, en la Plaza de San Pedro, con casi 20.000 parejas de novios, bajo el lema La alegría del «Sí» para siempre. Ante las inquietudes acerca de la futura vida en común, todos ellos cuentan con la certeza que da el sacramento del Matrimonio: Dios apuesta por su amor, y asegura su alegría para siempre
En el noviazgo se juega buena parte del futuro de la sociedad. Tal como vivan el amor los jóvenes, así será el futuro que nos espera: si se prepara bien la vida en común, nacerán después familias fuertes y felices; si no, las consecuencias sociales, familiares y emocionales de una relación rota pueden llegar a ser muy graves. Consciente de la necesidad de preparar bien el matrimonio, el Papa Francisco afirmó, la semana pasada, durante un encuentro con obispos polacos, que es preciso «preguntarse cómo mejorar la preparación de los jóvenes al matrimonio, para que puedan descubrir cada vez más la belleza de esta unión que, bien fundada sobre el amor y sobre la responsabilidad, es capaz de superar las dificultades, los egoísmos, con el perdón recíproco, reparando lo que corre el riesgo de arruinarse, y sin caer en la trampa de la mentalidad de desecho».
Precisamente para concienciar a los novios, el Papa celebra mañana, 14 de febrero, fiesta de San Valentín, un encuentro en la Plaza de San Pedro al que van a asistir unas 20.000 parejas de novios, bajo el lema La alegría del «Sí» para siempre. En Terni (Italia), donde vivió el obispo san Valentín, tienen una celebración similar: lo llaman la Fiesta de la promesa. En España, la diócesis de Alcalá de Henares celebra, también mañana, una Vigilia de oración por los novios, los prometidos y los matrimonios, a la que «están invitados todos los que deseen la bendición de Dios para aprender a amar o crecer en el amor». También en nuestro país, aumenta cada vez más, junto a un mayor cuidado de los cursillos prematrimoniales, la preocupación, en parroquias y asociaciones, por la formación remota de los novios.
Todo ello da idea de la respuesta que da la Iglesia a la emergencia afectiva por la que atraviesa hoy Occidente. Uno de los signos de esta situación es, precisamente, la pérdida de peso del noviazgo, algo que se refleja, por ejemplo, en el aumento de la cohabitación como paso previo al matrimonio, como para probar si la relación funciona o no antes de casarse: una solución que cada vez más novios contemplan antes de formalizar su unión. Se trata de relaciones de bajo riesgo que, al final, sin embargo, pasan factura: recientemente, el New York Times −diario poco sospechoso de conciliación con la moral de la Iglesia− constataba en un estudio que las parejas que cohabitan antes del matrimonio «tienden a estar menos satisfechas con su relación una vez se han casado −y son más propensas a divorciarse−, que las que no han cohabitado». Afirma también que muchos jóvenes perciben la cohabitación como profilaxis: dos tercios de ellos creen que vivir juntos antes del matrimonio es una buena manera de evitar el divorcio.
Sin embargo, los datos manifiestan, precisamente, todo lo contrario: en Gran Bretaña, por ejemplo, la mitad de las parejas que cohabitan acaban rompiendo al cabo de un año de irse a vivir juntos; y 9 de cada 10 de sus hijos vivirán solamente con uno de sus padres cuando alcance los 10 años de edad, según LifeSiteNews.
En España, los datos muestran más estabilidad en las parejas de hecho, pero sigue existiendo una desproporción con respecto a la consistencia de la institución matrimonial. El Informe El déficit de la natalidad en Europa, de la Obra Social La Caixa, señala que, después de 15 años de convivencia, el 24% de las parejas de hecho españolas se acaba separando; y, después de 8 años, lo hace el 18%. En comparación, los matrimonios son claramente mucho más estables: España tiene una tasa de divorcio muy inferior, en torno al 8-9% a los 15 años, con lo que se concluye que hay 3 rupturas de parejas de hecho por cada ruptura matrimonial. Si se considera, además, que muchas parejas de hecho no llegan a registrarse, la diferencia podría ser incluso mayor. Por tanto, si lo que se quiere es una relación para toda la vida, ¡lo mejor es casarse!
Antes de tomar la decisión de casarse, hay que prepararse bien. En España, empieza a cobrar cuerpo el interés por la preparación remota al matrimonio. En la parroquia de San Germán, de Madrid, funciona desde hace algunos años un encuentro quincenal de parejas de novios, con y sin fecha de boda, más algunos matrimonios jóvenes que ya hicieron la fase de discernimiento dentro de este grupo. Manuela Daunesse y su marido Giuseppe dirigen las actividades del grupo, que básicamente consisten en una charla de formación humana, de comunicación, sexualidad, psicología...; y otra sobre cómo vivir la fe en la pareja. «Todo esto surgió por la petición expresa de algunos novios de la parroquia −afirma Manuela−, que buscaban un acompañamiento para vivir su noviazgo a la luz de la fe y que esto les ayudara a discernir su vocación».
Juan José y Concepción, que participan en las reuniones de este grupo, afirman que «hemos descubierto lo importante que es encontrarse con otras parejas que quieren vivir su noviazgo con Cristo y con la propuesta valiente que hace la Iglesia. Nos ayuda ver cómo se enfrentan otros novios a situaciones que tú también estás viviendo. Y ayuda a conocer mejor a tu pareja, puesto que puedes hablar de muchos temas que a lo mejor en el encuentro cotidiano no salen y son decisivos. Te ayuda a comprender y relacionarte mejor con el otro; y te fortalece en la fe».
Manuela confirma que la preparación remota en el noviazgo «es una pastoral muy bonita, que se hace sin prisas; y es importantísima, una inversión muy grande, porque muchas veces los cursillos prematrimoniales llegan un poco tarde para algunos. Los novios que quieren vivir su amor dentro de la Iglesia necesitan este acompañamiento, y no les podemos dejar solos».
La importancia de la preparación inmediata, la que se hace en los llamados cursillos prematrimoniales, resulta cada vez más decisiva en la pastoral familiar, puesto que ahí muchos novios descubren la llamada a una manera de amar distinta de la que se vive habitualmente en sus ambientes. Doña Carmen García de Mingo, que lleva ya 30 años dirigiendo cursillos de preparación al matrimonio, reconoce que «muchos novios vienen con la idea general de que hay que pasar ese trámite para casarse, pero en el cursillo empiezan a descubrir lo que debe ser el amor entre un hombre y una mujer, lo que ha planeado Dios para la familia». Al final, «el 99% de ellos agradece el cursillo: muchos, por la fe que reciben; y otros por los consejos e ideas para su vida matrimonial».
El problema de los novios de hoy es que «los chicos llegan con muy poca preparación al noviazgo −reconoce Carmen−. El atractivo entre un chico y una chica debe desembocar en una fase de conocerse a fondo y de saber a qué se van a comprometer, pero hoy la formación de los chicos en afectividad está muy poco desarrollada, ni en colegios, ni en las catequesis de la parroquia, ni siquiera en la familia; y eso que la familia debe ser la primera escuela, donde deben aprender los niños lo que es el amor, primero viendo a sus padres quererse mucho. Los chicos, hoy, vienen sin esa formación mínima». Por eso, en el noviazgo hay que hablar «del proyecto de vida que quieren compartir, y eso a veces es algo que se pasa por alto. No lo suelen hablar entre ellos: Nos casamos y ya está. No se dan cuenta de lo que significa formar una familia, de toda la belleza que encierra, de tener hijos».
Así, cuando llegan al cursillo, «a los novios, les sorprende mucho el enfoque de una familia feliz que tenga por centro de su vida familiar la fe. Lo que queremos que, al final, se lleven a casa es la perspectiva de una vida feliz poniendo a Cristo en su vida», concluye. Así lo confirma una de tantas parejas de novios que, al acabar el curso, cuentan sus impresiones: Hacía tanto tiempo que no volvía a conectar con la Iglesia... Hoy, mi marido y yo sabemos que la Iglesia está con nosotros; y que, poquito a poco, haremos un hogar donde vivir, sin olvidar que la Iglesia está a diario con nosotros. Muchas gracias por acercar nuestro futuro matrimonio a Dios.
Ante la idea de que la preparación al matrimonio debería ser más intensiva y prolongada, Carmen confiesa que «lo bueno que tienen los cursillos es que dejan a los novios con hambre de Dios, que es muy importante. El hecho de que se haga mucho más largo, a algunos novios les echaría para atrás; en cambio, muchos se sorprenden y reconocen: ¡Se nos ha hecho corto! Por eso, mantenemos la relación con ellos después de la boda, y ofrecemos la posibilidad de reuniones ya como matrimonio. En cambio, lo que sí veo necesario es que haya un reciclaje pasado un tiempo, que los cónyuges se actualicen y repasen temas que se tratan en el cursillo».
Precisamente sobre la duración e intensidad de los cursillos y la necesidad de acompañar los primeros pasos de los recién casados, se manifestó monseñor Vincenzo Paglia, Presidente del Consejo Pontificio para la Familia, en entrevista a Alfa y Omega hace pocas semanas: «La Santa Sede va a pedir un camino más largo de reflexión y de vida práctica cristiana [antes de casarse]. El matrimonio no se prepara en un tubo de ensayo, se prepara viviendo dentro de una comunidad cristiana. Y esto comporta el acompañamiento de los primeros pasos de los matrimonios recién fundados, algo que, desgraciadamente, se aleja mucho de la práctica real en nuestras parroquias. Hay que ayudar a las parejas que se preparan al matrimonio; es urgente una mayor conciencia del paso que van a dar».
En este paso hacia el para siempre, Benedicto XVI explicaba, en el Encuentro Mundial de las Familias de Milán, que «el enamoramiento debe hacerse verdadero amor»: ése es el objetivo del noviazgo. Y, si implica renuncias, también ofrece un horizonte de alegría al que nada se puede comparar. «Pienso con frecuencia en la Boda de Caná −decía Benedicto XVI−. El primer vino es muy bueno: es el enamoramiento. Pero no dura hasta el final: debe venir un segundo vino, es decir, tiene que fermentar y crecer, madurar. El amor definitivo que llega a ser realmente el segundo vino es más bueno, mejor que el primero. Esto es lo que hemos de buscar». Y esto es lo que, como Jesús en Caná, ofrece la Iglesia: el segundo vino, la alegría del «Sí» para siempre.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
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