Entrevista a Mons. Anthony Muheria, obispo de Kitui (Kenia), una diócesis golpeada por la sequía y la hambruna del Cuerno de África <br /><br />
Vida Nueva
Entrevista a Mons. Anthony Muheria, obispo de Kitui (Kenia), una diócesis golpeada por la sequía y la hambruna del Cuerno de África
Una de las sequías más duras en las últimas décadas ha sumido al Cuerno de África en una crisis alimentaria que, según datos de Naciones Unidas, afecta ya a más de 13 millones de personas. Solo en Kenia, las víctimas ascienden a 3,5 millones, la mayoría en condición de desplazados. Anthony Muheria, obispo de Kitui, al este del país (una de las zonas más afectadas), solicita de la Iglesia un papel activo a la hora de ofrecer soluciones. Primero, interpelando al Gobierno para que acometa una política de infraestructuras que responda eficazmente a próximas sequías. Segundo, educando ella misma a las futuras élites para que fomenten un clima de estabilidad y paz en un país dividido por los choques tribales.
Respecto a lo más inmediato, el golpeo de la sequía, Muheria se siente esperanzado, al menos desde el punto de vista del retroceso de la hambruna: «Pensamos que no debería haber más muertes por hambre a causa de esta crisis». Algo que atribuye, en gran parte, al llamamiento que Benedicto XVI dirigió a todas las naciones pidiéndoles ayuda para el Cuerno de África, siendo muchos organismos internacionales, como Cáritas, los que se han volcado.
Aun así, denuncia, «más importante que la hambruna es la falta de agua. Sus consecuencias pueden ser catastróficas: puede haber muertes por sed, el ganado se vería muy afectado, podría haber enfermedades por verse obligadas las personas a beber agua sucia… Esto afectaría en primer lugar a los niños, que son los más desprotegidos».
El problema es que, en materia de agua, «es mucho más difícil estructurar las ayudas, ya que su traslado a otro lugar es complicado». Sin embargo, el obispo no se resigna, sino que pide ir al eje de la crisis, al menos como una vía para el futuro: «Las sequías se producen aquí cíclicamente, aproximadamente, cada tres años. ¿No podemos buscar una solución previa, estructurada y definitiva? Necesitamos ayudas verdaderas en materia de prevención». Una tarea que incumbe al Gobierno… Y es que «hay que crear infraestructuras para recoger la lluvia cuando esta se produzca. Si esto se hiciera, tendríamos una solución definitiva a este problema para dentro de 20 años».
Pase lo que pase, esta crisis ya ha traído una consecuencia positiva: «La solidaridad de la gente. No solo a nivel internacional, sino dentro del país. Un dato es muy revelador: hemos recaudado más de 10 millones de dólares para ayudas en la propia Kenia. Esto muestra que situaciones como la que sufrimos son también una oportunidad para el ejercicio de la caridad y la solidaridad humana y cristiana».
Este sentimiento, el de comunidad, como defiende don Anthony, es el que necesita Kenia para avanzar en la configuración de una auténtica convivencia. Superada «la etapa de fuerte tensión que se produjo tras las elecciones de 2007, hoy el clima político es de calma. Pero aún tenemos que luchar mucho por resolver los conflictos étnicos que no paran de aflorar. Todavía no están cerradas las heridas. Para la Iglesia es un reto ser instrumento de reconciliación, perdón y estabilidad. Es un mensaje difícil de asimilar por algunos, pero hemos de explicar que también tiene cabida en el debate político», reivindica.
En este sentido, «lo idóneo es que surgieran líderes que priorizaran estos valores de cambio. De ahí quela Iglesia deba implicarse en la formación de líderes para dentro de 20 años. Ellos han de ser quienes introduzcan la unidad dentro de las diversidades tribales. Este reto de la Iglesia no es solo para Kenia, sino para todo el mundo».
Un proceso que puede emprenderse por el gran peso del catolicismo en el ADN keniano: los católicos suponen un 35% del total de la población, frente a un 60% de protestantes (muy divididos entre sí) y un 5% de musulmanes y no creyentes. Además, como defiende este prelado vinculado al Opus Dei, «la Iglesia es muy valorada socialmente, también por el Gobierno. El 70% de los colegios fueron fundados por instituciones eclesiales, y aún hoy el 40% son de titularidad católica. Nuestro papel es esencial para formar a las nuevas generaciones en valores como la justicia y la paz. Los obispos no somos políticos, pero desde la Iglesia sí que podemos promover los espacios para la formación de la gente en valores positivos para todos».