El Prelado comenta el amor de don Álvaro a la Santa Cruz, con ocasión del aniversario del 14 de febrero. "Recurramos a su intercesión −dice− para que sepamos mantenernos fuertes ante las dificultades y contradicciones"
Afirma Mons. Javier Echevarría, en referencia al anuncio de la fecha de beatificación, el próximo 27 de septiembre, de Mons. Álvaro del Portillo, que hemos comenzado la ‘cuenta atrás’ para este acontecimiento, un don de Dios que enriquecerá a la Iglesia, a la Obra y a cada uno de nosotros, por lo que pide más esmero en seguir con mayor fidelidad diaria la llamada a la santidad que Jesucristo anunció; la senda de santificación en la vida cotidiana, que san Josemaría abrió con su correspondencia heroica a la gracia de Dios y que don Álvaro, y otros muchos fieles de la Prelatura, han recorrido ya en plena sintonía con esas enseñanzas.
También, próxima la celebración del centenario de su nacimiento, el próximo 11 de marzo, sugiere que pongamos los ojos con detenimiento en la figura de este ‘siervo bueno y fiel’, a quien el Señor encomendó el gobierno de la Prelatura del Opus Dei después del tránsito de san Josemaría al Cielo, así como a proceder con afán de conocer mejor su correspondencia a la vocación cristiana, y tratemos de reproducirla en nuestras jornadas, asegurando más adelante que para los fieles del Opus Dei, para los Cooperadores y para todos aquellos que desean santificarse según este espíritu, la conducta constante de don Álvaro nos muestra un modo bien concreto de seguir a Jesucristo, el único Maestro y Modelo de toda perfección.
Recuerda el Prelado que, en este mes, además de la presentación de Jesús en el templo y la purificación de Nuestra Señora, vivamos la fiesta del 14 de febrero, en la que reluce de modo especial la unidad del Opus Dei, refiriéndose al comienzo de la labor de la Obra entre las mujeres, en 1930, y a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en 1943, y rememora que en el acta de consagración de un altar, en 1972, san Josemaría escribió que lo consagraba “en honor y alabanza de Nuestro Señor Jesucristo, que quiso coronar su Obra con el santo signo de la Cruz; lo hizo en un Centro de mis hijas y en el aniversario de su fundación: en eso vi un nuevo mandamiento divino de unidad para nuestra Familia, teniendo en cuenta que los sacerdotes habían de ordenarse para servir a las dos Secciones de la Obra”.
Se refiere más adelante a la Santísima Virgen como ejemplo acabado de una criatura que, durante toda su existencia, se identificó completamente con el querer de Dios; lo contemplamos especialmente en el momento en que recibió el anuncio de que iba a ser Madre de Dios y en su perseverancia, llena de fortaleza, de fe, esperanza y caridad, junto a la Cruz donde moría su Hijo para nuestra salvación, para, más adelante, después de referirse al amor a la Cruz en dos textos del Papa Francisco y de san Josemaría, considera que don Álvaro se comportó así desde que pidió la admisión en el Opus Dei; luego, en el transcurso de los años, con su acendrada fidelidad a la gracia y su estrecha unión con nuestro Fundador, fue creciendo en amor al Santo Madero, jornada tras jornada. Después de su marcha a la casa del Cielo, hemos ido conociendo muchos detalles en los que se manifiesta su amor al sacrificio, que nos une a la Cruz de Cristo.
Después de recordar algunas ocasiones en las que se manifestó el amor de don Álvaro al sacrificio, en las que afrontó esas situaciones sin quejarse, con una sonrisa en los labios, feliz de poder ofrecerlas al Señor por la Iglesia y por el desarrollo de la Obra, se pregunta Mons. Echevarría: ¿Y cuál era la profunda razón de este comportamiento?, cita algunos párrafos del Decreto sobre las virtudes del Siervo de Dios Álvaro del Portillo, para continuar con unas recientes palabras del Papa Francisco: “…los santos no son superhombres, ni nacieron perfectos. Son como nosotros, como cada uno de nosotros, son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo vivieron una vida normal, con alegría y dolores, fatigas y esperanzas. Pero, ¿qué es lo que cambió su vida? Cuando conocieron el amor de Dios, le siguieron con todo el corazón, sin condiciones e hipocresías; gastaron su vida al servicio de los demás, soportaron sufrimientos y adversidades sin odiar y respondiendo al mal con el bien, difundiendo alegría y paz. Ésta es la vida de los santos: personas que por amor a Dios no le pusieron condiciones a Él en su vida”, palabras que a mi parecer –afirma el Prelado−, componen un retrato de don Álvaro.
Ya casi al final de su Carta, insiste: Vuelvo a repetir que la consideración de la respuesta diaria de don Álvaro puede ayudarnos, más aún en los meses próximos, a poner nuestros pasos en las huellas de san Josemaría; así imitaremos más perfectamente a Cristo, y recoge algunas palabras de mi predecesor, que nos ayudarán a hacer un examen personal hondo y lleno de paz.
Pide seguir rezando por el Papa, por sus intenciones y por sus colaboradores inmediatos. De modo especial, encomendemos los frutos del Consistorio que se celebrará en la segunda parte de este mes, para que redunde en gran bien para la Iglesia, para el mundo, para las almas. Y continuad muy unidos también a mis intenciones, que son muchas, para que se vayan realizando como Dios quiere, y urge a todos en este sentido: ¿cómo y cuánto rezáis por la persona de Francisco? ¿Cómo le ayudáis con un espíritu generoso de sacrificio? ¿Vivís con frecuencia el ‘omnes cum Petro ad Iesum per Maríam’?: todos, con Pedro, a Jesús por María.
Y para terminar pide oraciones por la expansión de la Obra a nuevos países, desde no cesan de llamarnos (…), a dar muchas gracias a Dios,y a renovar el propósito de participar en la expansión apostólica, cada uno desde su puesto, con la oración y el trabajo convertido en oración, amando a todas las almas, a toda la humanidad: ¡qué tarea tan maravillosa la de nuestra Madre santa, la Iglesia!