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Enojarse con ‘Evangelii Gaudium’ puede ser el síntoma que el mensaje del Papa provoca miedo. Pero ¿por qué provoca miedo un mensaje que llama a la solidaridad, a la justicia y a la paz?
La exhortación apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco molesta porque interpela. Es imposible leerla sin sentir una voz que interroga, cuestiona y exige. Francisco no es un Papa cómodo y va a molestar mientras dure su papado:
«Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una “caridad a la carta”, una serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia».
El Papa está pidiendo a todos los cristianos un compromiso personal y directo en la lucha contra la pobreza, contra la exclusión, contra la injusticia.
«Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales» (EG, 201).
En el mejor estilo de Francisco donde nadie se salva, la interpelación es también hacia los medios eclesiales, puertas adentro de la jerarquía y eso le da, además, más autoridad. Por lo demás, cada uno sabrá “donde le aprieta el zapato”.
Según algunos comentaristas, Evangelii Gaudium constituye una suerte de programa de este papado, por la amplitud de los temas abordados y por la abundancia de propuestas. Programa teñido de urgencias, no solamente por una urgencia intrínseca de los problemas, sino también por un contacto directo y una vivencia personal que no es frecuente en las jerarquías, tanto laicas como religiosas.
Es imposible comentar en pocas líneas la riqueza de un documento diverso y extenso, pero un rasgo que lo atraviesa en su totalidad es la tensión que mantiene entre dos dimensiones: una más estructural y una más personal. Y, si bien reconoce la autonomía de cada una de estas dimensiones, nos plantea que el cristiano tiene que actuar en los dos niveles: en la transformación personal y en la transformación de la sociedad. Pero la transformación de la sociedad no es solamente la acumulación de intervenciones individuales, sino que se procura actuando en la transformación de las estructuras. ¿Es una novedad en la Doctrina Social de la Iglesia? Sin duda que no, pero la originalidad de la reflexión está en la fuerza y urgencia con que nos demanda unir las dos dimensiones en un único compromiso.
Al tiempo que reconoce la autonomía de la dimensión estructural de la realidad (por ej. EG 51, 182) así como la autonomía de las instancias locales de la Iglesia (por ej. EG 16, 32), el Papa Francisco no confunde autonomía con independencia y tampoco autonomía con impunidad. Aquí llegamos a un aspecto que ha generado algunas de las críticas que recibe este documento: parece que el pensamiento del Papa estuviera ignorando la independencia y los avances de las Ciencias Económicas, así como las evidencias de la realidad económica.
En relación a lo primero, si bien la constitución de las Ciencias Sociales requirió un proceso de independencia de un pensamiento científico que estaba anclado en la Teología, con el tiempo se pasó a algo opuesto: la creencia que es posible construir ciencia social sin pensar en lo ético, que es posible crear a una mirada “100 por ciento objetiva” de la realidad. De allí el paso siguiente: los problemas de la sociedad tendrían soluciones meramente técnicas. El pensamiento económico neo-clásico transformado en acción política constituye un buen ejemplo: el libre mercado lleva a un óptimo económico y todo intento de regular los mercados constituye un error técnico. Cuanto más se transforme la sociedad a imagen y semejanza de los modelos matemáticos de la competencia perfecta, mejor funcionará la sociedad, más ricos seremos y quienes sean pobres lo serán por su desidia, mientras que los multimillonarios recogerán en fortuna, el valor de su aporte a la sociedad. ¡Cuánta ingenuidad culpable!
En cuanto lo segundo, la “Teoría del derrame”, cómo sostenerla cuando desde el propio foco del capitalismo mundial y de la libertad de los mercados, un premio Nobel de Economía, ex-asesor de Clinton y antiguo vicepresidente del Banco Mundial escribe:
«Uno de los aspectos más siniestros de la economía de mercado que salió a la luz era la enorme y creciente desigualdad que ha dejado hechos jirones el tejido social estadounidense y la sostenibilidad económica del país: los ricos se hacían cada vez más ricos, mientras que los demás tenían que afrontar unas dificultades que parecían incompatibles con el sueño americano».
Si este es el “derrame” al interior de los países ricos, podemos suponer cuál será de los países ricos a los países pobres. Pero aun suponiendo que la “Teoría del derrame” sea cierta, confrontémosla con el Evangelio al cual un cristiano tiene que responder:
Alzando Jesús la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas. Dijo entonces: “De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que nadie. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobra, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, de todo lo que tiene para vivir” (Lc. 21, 1-4).
Léase ahora la siguiente frase de la Exhortación:
«Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera» (EG, 56).
¡Atención, dice “autonomía absoluta”! Al momento de escribir estas líneas se difunde la información de la multa récord de 1.750 millones de euros que la Unión Europea ha impuesto a un grupo de grandes bancos por manipulación de la líbor y otras tasas financieras. Quizás esto sea un buen ejemplo de las consecuencias de la autonomía absoluta.
En cualquier caso, la Economía debe ser prudente. No existe un pensamiento económico absoluto y unánime, hay pluralidad de escuelas económicas, redescubrimiento de autores olvidados, de propuestas otrora menospreciadas que hoy se vuelven moda. Recordemos el ahora desvalorizado Consenso de Washington que rigió las políticas de muchos países latinoamericanos en los años 90. Tampoco hay unanimidad en las otras Ciencias Sociales; estas ciencias avanzan más por sus polémicas que por sus certezas. Seamos más humildes, no hay tanta evidencia compartida en la Economía como para suponer unanimidades.
Pero más allá del mero conocimiento “científico”, ¿cómo pensar que la política económica se construye solo en base a aspectos técnicos? ¿Es posible pensar que el mercado laboral es un mercado más? ¿Es lo mismo un “mercado” de personas que un mercado de bienes?
¿Está diciendo el Papa cosas nuevas? ¿Está creando una nueva Doctrina Social de la Iglesia? No parece así. La lectura de la Exhortación muestra abundantes referencias a otros documentos pontificales, de conferencias episcopales y por supuesto, de las Sagradas Escrituras en aquellos aspectos que para algunos pueden ser más polémicos. Entonces ¿por qué ha generado un malestar que otros documentos no han provocado? No pretendo tener la respuesta a este interrogante, pero me atrevo a indicar dos aspectos: la propia figura de Francisco y la acuciante demanda de un compromiso personal.
El Papa Francisco ha concitado una expectativa y una simpatía que no es frecuente en la nominación de los Papas. Más que nunca es una figura pública −mediática se diría− y ha establecido un puente con los pobres y desfavorecidos. Su mensaje tiene eco, su mensaje repercute, su mensaje puede despertar una Iglesia que pese a todo no deja de ser la más numerosa del planeta.
Pero además, tenemos una acuciante demanda de un compromiso personal. Esto tampoco es nuevo; sin embargo hay un énfasis de unidad de vida que pocas veces se observa en los documentos pastorales. Francisco no quiere cristianos esquizofrénicos, que se comporten en su actividad profesional en “forma correcta” de acuerdo a los códigos vigentes, aceptándolos sin críticas, sino que pide que seamos actores que impulsemos transformaciones inspiradas en la solidaridad y la justicia en las propias estructuras de nuestra vida laboral y de la sociedad en la cual vivimos. No acepta la existencia de dos éticas, una ética de la vida pública y una ética de la vida privada. No acepta un discurso “a la Friedman”: la responsabilidad de una empresa es hacer dinero para sus dueños y la caridad es un asunto personal.
La cultura moderna, la privatización de la religión, la espiritualidad solipsista llevan a esa esquizofrenia, de la cual la Iglesia también es responsable, pues cuando tenía un verdadero peso político no siempre testimoniaba lo que hoy exige.
Las reacciones agresivas suelen ser respuestas a comportamientos percibidos como amenazas a la seguridad y suelen generar temor. Enojarse con Evangelii Gaudium puede ser el síntoma que el mensaje del Papa provoca miedo. Pero ¿por qué provoca miedo un mensaje que llama a la solidaridad, a la justicia y a la paz?
Ec. Alberto González Ramagli
Facultad de Ciencias Empresariales
Universidad Católica del Uruguay
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