La vida humana, cualquier vida, es algo extraordinario, incluso aquellas que algunos consideran material de desecho; quizá éstas valen más
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Cuando no se ama a la persona porque es persona, cuando no se ama la vida porque es vida, todo es vacío, máscara, nada
En la novela ‘En lugar seguro’, de Wallace Stegner, el protagonista y narrador, mientras mira el pasado, dice que su mujer es muy sociable y las personas le interesan simplemente porque son personas. Es envidiable esa forma desinteresada de tener interés. Se parece un poco a nuestra época la que él recuerda de sus comienzos profesionales, cuando la Gran Depresión, afirmando que es hermoso ser joven y pobre; con la esposa adecuada, y yo la tenía −escribe−, las privaciones se convierten en un juego.
No retrata un tiempo dorado si así se considera lo fácil −ya es mayor y su esposa tiene los días contados− pero ama lo que ha vivido y lo resucita con ternura. Leyendo, he pensado en la vida, en nuestras vidas, en el respeto a la persona por serlo. Y es que descubrir la verdad sobre el hombre, observar la realidad humana es algo complejo y rico que sólo se aprende con el tiempo. La vida humana, cualquier vida, es algo extraordinario, incluso aquellas que, según expresión del papa Francisco, algunos consideran material de desecho; quizá éstas valen más.
Los cínicos que manejan perfectamente el escepticismo burlón que, como escribe Yepes, no se toma nada en serio, ni siquiera lo que es serio, especialmente esa exclusión −«el sentido de la vida no existe, pero nos queda la risa. Esto es el cinismo»− una mezcla de nihilismo y tragedia. Cuando no se ama a la persona porque es persona, cuando no se ama la vida porque es vida, todo es vacío, máscara, nada. De ahí nace el ‘carpe diem!’ de Horacio, un estímulo para apostar sólo por el presente, y a identificar el sentido de la vida y la felicidad con el placer, emergiendo como opuesto a la virtud, el placer más firme.
Todo ser vivo, pero de modo muy cualificado el humano, tiene una fuerza enorme: su ley, la ley de la vida, que lo conserva y lo hace fuerte. Cuando la fuerza pierde su ley, su medida −escribe también Yepes− deforma a los seres, es un impulso destructor que trastorna, mata, aniquila. La fuerza natural de los seres vivos sólo es violenta cuando escapa a la ley de la vida y ocasiona una destrucción desordenada, sin sentido, inútil. Eso es la violencia: la fuerza natural que se convierte en terror o fanatismo destructores del orden y de la armonía, entendidos no como una constricción extrínseca, sino como una ruptura de su naturaleza.
Eso es el aborto: violencia contra la vida natural, falta de respeto a la persona, con independencia de que el nasciturus sea o no considerado como tal: es un ser vivo, un hombre o mujer en una fase de desarrollo como tantas otras que experimentará a lo largo de su existencia. Se destrozan brutalmente. Pero violencia a la madre, aunque sea libre para tal acción. El concebido es otro ser distinto de ella, pero el cuerpo y la psique de la gestante son violentados. El aborto procurado es el cinismo de no tomarse en serio lo que es serio. Se violentan los restantes actores tanto más cuanto más bajos sean sus motivos: dinero, desecho de un disminuido, engaño. Es probablemente el acto más contrario a la ecología que toda vida requiere, cualquier vida, que es única, irrepetible.