En la mañana de hoy, fiesta del Bautismo del Señor, el Papa Francisco presidió en la Capilla Sixtina del Vaticano la Santa Misa con la celebración del rito del bautismo a 32 niños recién nacidos, o de pocos meses, normalmente hijos de empleados vaticanos
El Papa recordó a los progenitores que «tienen que trasmitir la fe a estos niños», esta es «la mejor herencia». «Estos niños son el anillo de una cadena. Ustedes traen a estos chicos para el bautizo, después de unos años, ellos traerán un hijo, o un sobrino a bautizar y ésta es la cadena de la fe», explicó.
Palabras del Papa durante la homilía:
Jesús no tenía necesidad de ser bautizado, pero los primeros teólogos dicen que con su cuerpo, con su divinidad, con su bautismo bendijo todas las aguas para que las aguas tuvieran este poder de dar el bautismo. Después, antes de subir al cielo, Jesús nos ha dicho de ir por todo el mundo a bautizar. Desde aquel día hasta el día de hoy esto ha sido una cadena ininterrumpida: se bautizan a los hijos, y a los hijos, después a los hijos y a los hijos…
Y hoy también esta cadena continúa. Estos niños son el anillo de una cadena. Ustedes traen a estos chicos para el bautizo, después de unos años, ellos traerán un hijo, o un sobrino… a bautizar y esta es la cadena de la fe. ¿Qué quiere decir esto? Yo quisiera solamente decirles esto: ustedes son trasmisores de la fe, tienen el deber de trasmitir esta fe a estos niños. Es la mejor herencia que les dejarán a ellos: ¡la fe! Sólo esto. Hoy lleven a casa este pensamiento.
Nosotros debemos ser trasmisores de la fe, piensen esto, piensen siempre como trasmitir la fe a los niños. Hoy canta el coro, pero el coro más bonito es este de los niños, que hacen ruido… Algunos llorarán, porque no están cómodos o porque tienen hambre: si tienen hambre mamás denles de comer. ¡Tranquilas eh! Porque aquí son ellos ‘lo principal’. Y ahora con esa conciencia de ser sus trasmisores de la fe, continuamos la celebración del bautismo.
Una mañana nublada y fría en Roma, que no ha sido obstáculo para que miles de peregrinos llegaran a la Plaza de San Pedro para escuchar al Papa Francisco, durante la hora de la oración mariana del Ángelus, este domingo 12 de enero, festividad del Bautismo del Señor.
El Santo Padre ha agradecido a los presentes «por cada vida nueva, cada niño que nace es un don de alegría y esperanza, y cada niño que es bautizado es un prodigio de la fe y una fiesta para la familia de Dios», dijo el Papa introduciendo el rezo a la Madre de Dios.
Palabras del Papa antes de la oración mariana del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy es la fiesta del Bautismo del Señor, y esta mañana he bautizado a treinta y dos recién nacidos. Agradezco con ustedes al Señor por estas criaturas y por cada nueva vida. ¡A mí me gusta bautizar niños, me gusta tanto! Cada niño que nace es un don de alegría y esperanza, y cada niño que es bautizado es un prodigio de la fe y una fiesta para la familia de Dios.
La página del Evangelio de hoy subraya que cuando Jesús recibió el bautismo de Juan en el río Jordán, «se abrieron para Él los cielos» (Mt 3,16). Esto realiza las profecías. De hecho, hay un invocación que la liturgia nos hace repetir en el tiempo de Adviento: «¡Si tú abrieras el cielo y descendieras!» (Is 63,19).
Si los cielos quedan cerrados, nuestro horizonte en esta vida terrena es oscuro, sin esperanza. En cambio, celebrando la Navidad, la fe, una vez más, nos ha dado la certeza de que los cielos se han abierto con la venida de Jesús. Y en el día del Bautismo de Cristo todavía contemplamos los cielos abiertos.
La manifestación del Hijo de Dios en la tierra marca el comienzo del gran tiempo de la misericordia, después que el pecado había cerrado los cielos, elevando como una barrera entre el ser humano y su Creador. ¡Con el nacimiento de Jesús los cielos se abren! Dios nos da en Cristo la garantía de un amor indestructible. Desde cuando el Verbo se hizo carne es pues posible ver los cielos abiertos.
Ha sido posible para los pastores de Belén, para los Magos de Oriente, para el Bautista, para los Apóstoles de Jesús, para San Esteban, el primer mártir, que exclamó: «¡Contemplo los cielos abiertos!» (At 7,56). Y es posible también para cada uno de nosotros, si nos dejamos invadir por el amor de Dios, que nos es donado por primera vez en el Bautismo, por medio del Espíritu Santo. ¡Dejémonos invadir por el amor de Dios! ¡Este el gran tiempo de la misericordia! ¡No lo olvidemos! ¡Este el gran tiempo de la misericordia!
Cuando Jesús recibió el Bautismo de penitencia de Juan el Bautista, solidarizando con el pueblo penitente −Él sin pecado y sin necesidad de conversión− Dios Padre hizo sentir su voz en el cielo: «¡Éste es mi Hijo amado en quien me complazco!» (v 17). Jesús recibe la aprobación del Padre celeste, que lo ha enviado justamente para que acepte compartir nuestra condición, nuestra pobreza. Compartir es el verdadero modo de amar. Jesús no se separa de nosotros, nos considera hermanos y comparte con nosotros. Y así nos hace hijos, junto con Él, de Dios Padre. Ésta es la revelación y la fuente del verdadero amor. Y este es el gran tiempo de la misericordia.
¿No les parece que en nuestro tiempo haya necesidad de un suplemento de comunión fraterna y de amor? ¿No les parece que todos tenemos necesidad de un suplemento de caridad? No aquella que se conforma de la ayuda improvisada que no involucra, no pone en juego, sino de aquella caridad que comparte, que se hace cargo del malestar y del sufrimiento del hermano. ¡Cuál sabor adquiere la vida, cuando se deja inundar por el amor de Dios!
Pidamos a la Virgen Santa que nos sostenga con su intercesión en nuestro compromiso de seguir a Cristo en la vía de la fe y de la caridad, la vía trazada por nuestro Bautismo.
Después del Ángelus el Santo Padre dirigió un saludo a todos los presentes y dedicó unas palabras a los padres que bautizan a sus hijos y dijo que este sacramento ayude a los progenitores a «redescubrir la belleza de la fe y a volver en modo nuevo a los Sacramentos y a la comunidad».
Queridos hermanos y hermanas,
Dirijo a todos ustedes mi saludo cordial, en particular a las familias y a los fieles venidos de diversas parroquias de Italia y de otros países, como también a las asociaciones y a los varios grupos.
Hoy querría dirigir un pensamiento especial a los padres que han llevado a sus hijos al Bautismo y a los que están preparando el Bautismo de uno de sus hijos. Me uno a la alegría de estas familias, agradezco con ellos al Señor, y rezo para que el Bautismo de los niños, ayude a los mismos padres a redescubrir la belleza de la fe y a volver en modo nuevo a los Sacramentos y a la comunidad.
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