Si la familia se borra del mapa desaparece la persona y la sociedad
diariodecadiz.es
La familia es el primer desarrollo social y ámbito de convivencia; sin ella el individuo queda a la intemperie, como en Esparta, desprotegido de lo que más le conviene: la confianza
Entre los comentarios que afloraron con ocasión del fallecimiento de Mandela se hizo alusión a los peligros de futuro para la herencia de su gesta política en Sudáfrica. Hay amenaza de que unos pocos −otros− se hagan con el poder y sojuzguen a los demás. Mandela no tiene un sucesor que aglutine a los ciudadanos como él lo hizo.
Es ésta una cuestión difícil que está en la entraña de tantos conflictos, a veces muy violentos, esparcidos por la superficie de la tierra: la amenaza de que unos pocos, o muchos, esclavicen a los demás. No es fácil la paz, y qué bien tan grande cuando se realiza. Cómo no desearla a los demás, y no sólo como algo lejano, sino también como circunstancia cercana de nuestro entorno, e incluso del interior de cada uno, y ser personas que sumen. Que seamos «sembradores de paz y de alegría», exhortaba San Josemaría Escrivá a los que le seguimos. Porque la paz está en la base de todos los bienes, si falta cuánto se complica todo.
Junto a la paz del mundo otro bien universal es necesario y hemos de desear a todos. La verdad de las filosofías y del pensamiento religioso que inspiren la acción política. El horizonte humano y la actuación civil, sin la luz de la verdad del pensamiento y de la fe religiosa, van a la deriva, llevarían en sí el principio de la fragmentación y el debilitamiento. Sólo la filosofía recta y la fe anclada en la Revelación divina pueden señalar objetivos verdaderos a un humanismo real. Por eso en mis conversaciones con frecuencia he sugerido: pide por la paz del mundo y la unidad de la Iglesia, que son bienes muy necesarios para que nos podamos desenvolver en la sociedad los individuos y las familias.
Sí, la familia es el primer desarrollo social y ámbito de convivencia. Sin ella el individuo queda a la intemperie, como en Esparta, desprotegido de lo que más le conviene: la confianza. La confianza para actuar ante los demás y la capacidad para dar confianza a los otros. Qué difícil se torna todo cuando falta el que se me quiera “porque soy”, no por lo que tengo o valgo. No es un bien cultural la familia, es un bien anterior, primario, aunque la cultura la reconozca y la perfeccione. Si la familia se borra del mapa desaparece la persona y la sociedad. Nos deben bastar los ensayos de los totalitarismos del siglo XX, ¿a dónde condujeron? No han sido cauce de felicidad y de progreso en los demás bienes. La familia es cauce de la formación en la infancia, en la juventud, y también en la formación que podría decirse permanente, utilizando terminología académica. Más allá están los centros de enseñanza, que capacitan para la actividad profesional.
Después del bien de la familia viene la importancia radical del trabajo en la vida del hombre. Sin trabajo no hay sustento ni perfeccionamiento humanos. Tanta categoría tenemos al ser espirituales-corporales que podemos trabajar, transformar la realidad y extraerle enormes posibilidades magníficas como se manifiesta en las artes, las letras y las técnicas, ¡qué obras tan admirables! Qué urgente es la capacitación y el desarrollo consiguiente en las distintas actividades. Cómo no vamos a desear un buen trabajo o un halagüeño futuro laboral. No estamos hechos para la crisis, estamos hechos para solucionar las crisis, por ejemplo.
Un trabajo que tiene gran relieve, porque afecta a muchas personas, y las afecta profundamente, es el trabajo de hacer opinión pública, o de servir a la verdad: en los medios de comunicación, en la enseñanza de las humanidades a los jóvenes y en el amplio mundo de la cultura y del espectáculo. Todos somos consumidores de opinión pública, y todos debemos ser emisores de opinión, aunque sólo sea a nivel coloquial o con el ejemplo de nuestra actividad. En particular, la buena opinión pública de la Iglesia siempre debería estar patente, por ser una institución que se dedica desinteresadamente a promover el bien y la verdad, siendo continuidad del ejemplo y las enseñanzas de Cristo. Ojalá los fieles de la Iglesia no defraudemos.
Éstas son las trazas que la fe, la esperanza y la caridad cristianas nos ofrecen como bienes deseables que Cristo ha venido a traer al mundo, y con ellos todos los demás bienes. Ciertamente no excluyen ni la debilidad e injusticia de los hombres, ni la presencia en el mundo del mal y el dolor, que hemos de transformar en purificación y penitencia saludables, convertidas en fortaleza santa, amor a la justicia y generosidad heroica, como muestran las vidas santas, y eminentemente los sufrimientos del Verbo encarnado desde Belén a la Cruz, y en su cuerpo glorioso resucitado. Que estas cinco grandes cuestiones de bienes, esperanzas y deseos que en los párrafos anteriores del artículo hemos abierto, para nosotros las cierre Dios con sus bendiciones, estas fiestas santas y el año nuevo dos mil catorce.