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«Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: “He ahí a tu madre”»
El Pontífice presidió la Eucaristía del primer día del año en la Basílica de San Pedro en la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios y en la 47ª Jornada Mundial de la Paz.
Incluimos el texto de la homilía del Santo Padre y sus palabras durante el rezo del Ángelus.
Texto completo de la homilía del Santo Padre Francisco
La primera lectura que hemos escuchado nos propone una vez más las antiguas palabras de bendición que Dios sugirió a Moisés para que las enseñara a Aarón y a sus hijos: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-26). Es muy significativo escuchar de nuevo esta bendición precisamente al comienzo del nuevo año: ella acompañará nuestro camino durante el tiempo que ahora nos espera.
Son palabras de fuerza, de valor, de esperanza. No de una esperanza ilusoria, basada en frágiles promesas humanas; ni tampoco una esperanza ingenua, que imagina un futuro mejor sólo porque es futuro. Esta esperanza tiene su razón de ser precisamente en la bendición de Dios, una bendición que contiene el mejor de los deseos, el deseo de la Iglesia para todos nosotros, impregnado de la protección amorosa del Señor, de su ayuda providente.
El deseo contenido en esta bendición se ha realizado plenamente en una mujer, María, por haber sido destinada a ser la Madre de Dios, y se ha cumplido en ella antes que en ninguna otra criatura.
Madre de Dios. Este es el título principal y esencial de la Virgen María. Es una cualidad, un papel, que la fe del pueblo cristiano siempre ha experimentado, en su tierna y genuina devoción por nuestra madre celestial.
Recordemos aquel gran momento de la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que fue definida con autoridad la divina maternidad de la Virgen. La verdad sobre la divina maternidad de María encontró eco en Roma, donde poco después se construyó la Basílica de Santa María “la Mayor”, primer santuario mariano de Roma y de todo occidente, y en el cual se venera la imagen de la Madre de Dios −la Theotokos− con el título de Salus populi romani. Se dice que, durante el Concilio, los habitantes de Éfeso se congregaban a ambos lados de la puerta de la basílica donde se reunían los Obispos, gritando: «¡Madre de Dios!». Los fieles, al pedir que se definiera oficialmente este título mariano, demostraban reconocer ya la divina maternidad. Es la actitud espontánea y sincera de los hijos, que conocen bien a su madre, porque la aman con inmensa ternura.
Pero es más, es el sensus fidei del santo pueblo de Dios que jamás, en su unidad, jamás se equivoca, el santo Pueblo de Dios.
María está desde siempre presente en el corazón, en la devoción y, sobre todo, en el camino de fe del pueblo cristiano. «La Iglesia… camina en el tiempo… Pero en este camino −deseo destacarlo− procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María» (Juan Pablo II, Enc. Redentoris Mater, 2), y por eso la sentimos particularmente cercana a nosotros. Por lo que respecta a la fe, que es el quicio de la vida cristiana, la Madre de Dios ha compartido nuestra condición, ha debido caminar por los mismos caminos que recorremos nosotros, a veces difíciles y oscuros, ha debido avanzar en «la peregrinación de la fe» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58).
Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: «He ahí a tu madre» (Jn 19,27). Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. En aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la “mujer” se convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, todos, y los ama como los ama Jesús. La mujer que en las bodas de Caná de Galilea había cooperado con su fe a la manifestación de las maravillas de Dios en el mundo, en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.
La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de María.
A ella confiamos nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre y la sed de justicia, de paz y de Dios; y la invocamos todos juntos, imitando a nuestros hermanos de Éfeso. Digamos juntos por tres veces: ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! Amén.
Una vez concluida la Santa Misa, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus desde la ventana de su estudio frente a la Plaza de San Pedro. El Obispo de Roma dirigió sus más cordiales felicitaciones al inicio del nuevo año, con sus deseos de paz y de todo bien.
Texto completo de la alocución del Papa a la hora del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y buen año!
Al inicio del nuevo año dirijo a todos ustedes las felicitaciones de paz y de todo bien. Mi deseo es el de la Iglesia, ¡es el deseo cristiano! No está ligado al sentido un poco mágico y un poco fatalista de un nuevo ciclo que inicia. Nosotros sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado, que está vivo entre nosotros; y tiene un fin: el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor; y tiene una fuerza que la mueve hacia aquel fin, y la fuerza es el Espíritu Santo.
Todos nosotros tenemos al Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo. Y Él nos impulsa a ir hacia adelante en el camino de la vida cristiana, en el camino de la historia, hacia el Reino de Dios.
Este Espíritu es el poder del amor que ha fecundado el seno de la Virgen María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los artífices de la paz.
Donde hay un hombre o una mujer constructores de paz allí está precisamente el Espíritu Santo que los ayuda, los impulsa a construir la paz.
Dos caminos que se cruzan hoy, fiesta de María Santísima Madre de Dios y Jornada Mundial de la Paz. Hace ocho días resonó el anuncio angélico: «Gloria a Dios y paz a los hombres»; hoy lo acogemos nuevamente de la Madre de Jesús, que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19), para hacer de él nuestro empeño en el curso del año que se abre.
El tema de esta Jornada Mundial de la Paz es Fraternidad, fundamento y camino para la paz. Fraternidad. Siguiendo las huellas de mis Predecesores, a partir de Pablo VI, he desarrollado el tema en un Mensaje, ya difundido y que hoy entrego a todos idealmente. En la base está la convicción de que somos todos hijos del único Padre celestial, formamos parte de la misma familia humana y compartimos un destino común. De aquí deriva para cada uno la responsabilidad de trabajar a fin de que el mundo se convierta en una comunidad de hermanos que se respetan, se aceptan en su diversidad y se cuidan recíprocamente. También estamos llamados a darnos cuenta de las violencias y de las injusticias presentes en tantas partes del mundo y que no pueden dejarnos indiferentes e inmóviles: se necesita el empeño de todos para construir una sociedad verdaderamente más justa y solidaria.
Ayer recibí una carta de un señor, quizás de uno de ustedes, que contándome una tragedia familiar, sucesivamente listaba tantas tragedias y guerras hoy en el mundo. Y me preguntaba: ¿Qué sucede hoy en el mundo, que está llevando a hacer todo? Y decía, en fin, es hora de detenerse. También yo creo que nos hará bien detenernos en este camino de violencia y buscar la paz.
Hermanos y hermanas, hago mías las palabras de este hombre: ¿Qué sucede en el corazón de los hombres? ¿Qué sucede en el corazón de la humanidad? ¡Es hora detenerse!
Desde cada rincón de la tierra, hoy los creyentes elevan su oración para pedir al Señor el don de la paz y la capacidad de llevarla a cada ambiente. Que en este primer día del año, el Señor nos ayude a encaminarnos todos con más decisión por los caminos de la justicia y de la paz. Comenzamos en casa ¡eh! Justicia y paz en casa. Entre nosotros ¡eh! Se comienza en casa y después se va adelante, a toda la humanidad, pero debemos comenzar en casa.
Que el Espíritu Santo obre en los corazones, disuelva las cerrazones y las durezas y nos conceda que nos enternezcamos ante la debilidad del Niño Jesús. La paz, en efecto, requiere la fuerza de la mansedumbre, la fuerza no violenta de la verdad y del amor.
En las manos de María, Madre del Redentor, ponemos con confianza filial nuestras esperanzas. A ella, que extiende su maternidad a todos los hombres, encomendamos el grito de paz de las poblaciones oprimidas por la guerra y por la violencia, para que el coraje del diálogo y de la reconciliación prevalezca sobre las tentaciones de venganza, de prepotencia, de corrupción. A Ella le pedimos que el Evangelio de la fraternidad, anunciado y testimoniado por la Iglesia, hable a cada conciencia y derrumbe los muros que impiden a los enemigos reconocerse hermanos.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
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Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
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