Nuestras convicciones o nuestro gusto estético se van por derroteros robados a las intenciones que nos llevaron al shopping center o a la red
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Dicho de otro modo: "¿Traemos lo que vinimos a buscar?", plantea hoy The New Yorker
Es el sino de nuestros días. En los shopping centers, supermercados o almacenes. Y desde luego en la red: correo, periódicos, blogs, revistas, descargas de aplicaciones, etc. Quizá hay que volver a las listas de la compra y −en la red− a una lista de visitas a hacer.
El caso es que íbamos por algo más o menos urgente, interesante, necesario, y volvemos con algo insospechado y quizá inútil o innecesario. Algo que −tras salirnos al paso en nuestro camino− distrajo la atención y la llevó −junto a nuestro tiempo y dinero− por otros derroteros.
Son muy poderosas las armas retóricas de persuasión masiva con las que el marketing agrede, dando al tiempo la impresión de hacernos un favor.
Una vez instaurada en sociedad una mentalidad básica de mercado, o de supermercado, o de shopping center, como sitios en los que pasar el rato, curiosear o desparramar la atención, no resulta complicado extender esa mentalidad a asuntos de tipo político: hoy por hoy, nadie negará el casi natural maridaje entre poder económico y poder político.
Pero entonces ya no se trata sólo de mercancías de consumo las que distraen la atención y llevan por derroteros imprevistos nuestro tiempo y nuestro dinero. También nuestras ideologías políticas o quizá algo más sólido, como nuestras convicciones éticas o morales, o nuestro gusto estético, resulta que se van −son conducidos, distraídamente, sin parecerlo− por derroteros robados a las intenciones que nos llevaron al shopping center o a la red.
Quizá hay que volver a hacer la lista de la compra, y −además, en la red, ante tanta oferta de gratuidad aparente− la lista de lo que realmente queremos buscar y hacer nuestro.