Las cualidades brindadas por el DRAE son más bien pobres, aunque nos gustaría que nuestros líderes poseyeran algunas
Las Provincias
Se me ocurre que acaso en vez de solicitar empeño en el bien común, reclamamos sólo aquello de la vieja canción: ‘salud, dinero y amor’; que no son poca cosa, pero que resultan claramente insuficientes, tanto que, cuando falta un verdadero trabajo por la persona y el bien común, acabamos sin salud, sin dinero y sin amor
No es infrecuente el lamento sobre la falta de líderes en nuestro mundo. Hay jefes de ámbitos varios, pero pocos líderes, personas que tengan tirón en la sociedad por su valía personal, por sus virtudes, ideales, aprecio por el bien común, búsqueda del necesitado, espíritu de servicio, ejemplaridad, aprecio por el encuentro de una ley común a todo humano, etc. Luego lo de la buena presencia, que hablen bien, etc. está muy después. Tal vez valga la pena preguntarse a qué sea debida esta escasez.
Indudablemente, estaría fuera de lugar pretender solucionar tan importante asunto en unas líneas. Pero algo hay que decir y, además, sin salirme de mi espacio. Mejor dicho, precisamente dentro de lo que me compete. Para comenzar, aprovecho una sugerencia de un amigo: los líderes naturales en una familia son los padres y madres, ciertamente si viven su tarea de modo adecuado. No es esa la pega de Dios, que cumple infinitamente bien su trabajo. Aunque sea entrar en corto y por derecho, como diría un taurino, dirigir como si Él no existiera ya es una seria dificultad. Pero veamos alguna otra cosa.
Las cualidades brindadas por el DRAE son más bien pobres, aunque nos gustaría que nuestros líderes poseyeran algunas: persona a la que un grupo sigue, reconociéndola como jefe u orientadora. Persona o equipo que va a la cabeza de una competición deportiva. Construido en aposición, indica que lo designado va en cabeza entre los de su clase. Dejando de lado lo deportivo, puede ser aprovechable la facultad de hacerse seguir por alguien, ser reconocido como orientador o que va realmente en cabeza de un proyecto.
Introduciendo en el buscador de Internet la palabra liderazgo, casi todo lo aparecido se refiere a empresas y escuelas de negocios donde hablan de adquirir una concepción global e integradora de la organización desde el punto de vista de la alta dirección, buscar el desarrollo de las capacidades de razonar adaptadas a los nuevos retos, proporcionar marcos de análisis para las decisiones, adquirir herramientas, aprender a asumir responsabilidades, etc. Para ser honrado, diré que, aunque de modo incompleto, he tomado alguna de esas ideas de un programa del IESE, prestigiosa Escuela a la que dedico un poquito de mi trabajo.
Pienso que dice más que el diccionario porque, aunque restringido al mundo de los mercados, no estaría nada mal que los líderes políticos, sindicales o de las varias formas de asociación gozaran de esas cualidades; pero a ellos hay que pedirles más, sobre todo a los situados en lugares más altos de los poderes legislativos, ejecutivos o judiciales −en plural porque tenemos muchos−, amén de otro tipo de organizaciones.
Ahora daré un salto no muy correcto políticamente. Si pocos de nuestros líderes poseen las cualidades enunciadas en el primer párrafo, ¿será cierto que tenemos los que nos merecemos? Aunque lo correcto es afirmar que el pueblo siempre tiene razón, ¿nos habremos equivocado en lo que pedimos al gobierno, a la oposición, al sindicato, al juez o al legislador? Porque, a lo peor, quizá hay un déficit en el pueblo, tal vez nos conformamos con pedir a los dirigentes pan y circo o lo que superficialmente deseamos. No, yo no me excluyo de los posiblemente errados. Escribo en voz alta. Y se me ocurre que acaso en vez de solicitar empeño en el bien común, reclamamos sólo aquello de la vieja canción: salud, dinero y amor; que no son poca cosa, pero que resultan claramente insuficientes, tanto que, cuando falta un verdadero trabajo por la persona y el bien común, acabamos sin salud, sin dinero y sin amor.
Efectivamente, dirigentes, leyes y modas conductuales influyen no poco incluso en lo que dicen las escuelas de negocios. ¿No son acaso la codicia y la mentira quienes nos han conducido a la actual situación económica? ¿Y dónde hallamos tales perlas? Es posible que prontamente cavilemos en esos grandes casos de corrupción que aparecen cotidianamente en los noticieros. Pero también es muy verosímil que los culpables seamos todos, que el error resida en la consideración que el ser humano tiene de sí mismo.
Pienso que, incluso contando con los no creyentes, nadie discute el liderazgo moral de los tres últimos papas, por ceñirme a los inmediatos. Y no presupongo que sea por los más de mil millones de católicos, puesto que muchos de ellos están entre los avariciosos y mendaces. Más bien esa capacidad radica en su integridad personal. Con esa autoridad proclamaba en Brasil el Papa Francisco: «Es propio de la dirigencia elegir la más justa de las opciones después de haberlas considerado, a partir de la propia responsabilidad y el interés del bien común; por este camino se va al centro de los males de la sociedad para superarlos con la audacia de acciones valientes y libres. Es nuestra responsabilidad, aunque siempre sea limitada, esa comprensión de la totalidad de la realidad... para tomar decisiones en el momento presente, pero extendiendo la mirada hacia el futuro, reflexionando sobre las consecuencias de las decisiones». Pero es que comenzó su pontificado afirmando con hechos y palabras que el poder es servicio.