Vagón-Bar
El aturdimiento solo conduce al descontrol sobre uno mismo y se presenta de ordinario como antisistema, y la sobriedad como sumisión o falta de espontaneidad
A veces cerramos los ojos para no sentir, para escapar de la realidad, para huir de lo que nos desagrada o preocupa. O miramos para otro lado. Pero también se pueden cerrar los ojos para sentir más, para concentrarnos en un recuerdo, en un proyecto, en el olor de un vino o en la delicadeza de una melodía.
Se podría decir otro tanto del oído: podemos desactivarlo para no enterarnos de lo que nos molesta escuchar o para buscar el silencio donde la creatividad crece y engendra. Por eso el silencio asusta al sistema, que prefiere el ruido.
Al sistema le convenimos embotados, con los sentidos en colapso por exceso de luces, sonidos y sensaciones, aturdidos, en ese estado morboso en el que se entremezclan los ecos y comienzan a desdibujarse o a bailar las cosas, de modo que desaparece cualquier capacidad de respuesta precisa, apropiada. El aturdimiento facilita la manipulación, incluso la de uno mismo.
Hay quien lo pretende para olvidar o para hacerse capaz de lo que nunca acometería sereno. Umbral decía que se emborrachaba para escribir hasta que se dio cuenta de que no se le ocurrían ideas mejores. En realidad, el aturdimiento solo conduce al descontrol sobre uno mismo, y por eso gusta tanto al sistema, que se apresura a asumir la dirección vacante.
Sorprende, sin embargo, que el aturdimiento se presente de ordinario como antisistema y la sobriedad como sumisión o falta de espontaneidad. Excelente maniobra del sistema, que se muestra capaz de dictar la moda de sus adversarios y vestirla de poesía rebelde e irreverente en apariencia. Pero la verdadera rebeldía empieza por la sobriedad.
Paco Sánchez
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