El entonces Cardenal Bergoglio lo acompañó durante una grave crisis espiritual que le hizo abandonar su vocación
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El ‘Padre Pepe’ trabaja en la villa La Cárcova, ubicada en José León Suárez, a unos 30 kilómetros de Buenos Aires, y realiza tareas sociales y pastorales donde asiste a los jóvenes que cayeron en el mundo del alcohol y las drogas
Hace un par de meses el Papa Francisco recibió en el Vaticano a José María di Paola, el ‘Padre Pepe’. Nada hubiera tenido de particular si no fuera porque este cura joven es, en realidad, un viejo amigo que continúa su apostolado en las zonas más miserables de Buenos Aires, en gran parte gracias al apoyo del entonces Cardenal Bergoglio, quien lo acompañó durante una grave crisis espiritual que le hizo abandonar su vocación.
El Papa Bergoglio «me acompañó en aquel momento de crisis como un padre, con gran delicadeza de ánimo. No me decía lo que debía o no debía hacer. Escuchaba, se interesaba, decía con claridad lo que pensaba. Pero siempre con libertad. Me acompañaba en un camino en el cual, en plena libertad, he podido reconocer que mi vocación era realmente la de ser sacerdote… Igual que el padre de la parábola del hijo pródigo», explicó el Padre Pepe en una entrevista concedida al diario Avvenire en Roma.
El Padre Pepe conoció al Papa Francisco en el año 1993 cuando todavía era uno de los obispos auxiliares de Buenos Aires. Era sacerdote desde hacía siete años cuando comenzó una crisis existencial que le llevó a plantearse abandonar los deberes del sacerdocio para formar una familia. A pesar de su confusión interior, el Padre Pepe quería ser leal y transparente, y pidió a la Iglesia una dispensa de sus obligaciones sacerdotales. Por un año trabajó en una fábrica de zapatos y durante ese tiempo, siempre estuvo acompañado de Mons. Bergoglio.
«Cuando le dije que estaba atravesando esta crisis −señaló el Padre Pepe−, él no forzó la mano. Me dijo solamente: “Cuando le apetezca, venga a verme”. Me inspiraba mucha confianza, así que empecé a ir a verlo una vez al mes». Al salir de trabajar, el sacerdote caminaba entre dos y tres horas para ir a la catedral a hablar con Bergoglio, quien siempre le esperaba, incluso en la noche, y le abría personalmente la puerta.
Como en la parábola del hijo pródigo, Pepe regresó a la casa del Padre, y todavía recuerda con cariño el día que le anunció al Cardenal Bergoglio sus deseos de volver a los deberes del sacerdocio: «“Padre, aquí estoy… Me gustaría celebrar la Misa”: Él me abrazó y me sentí muy feliz», explica.
El Papa Francisco decidió que la primera Misa después de la crisis la celebraran el día de la Fiesta del Amigo, el 20 de julio, en la iglesia de San Ignacio, donde debían confesar a una señora y unas amigas. «¡Yo no sabía que esta señora había sido prostituta y que sus amigas todavía ejercitaban este trabajo! Pero esta fue la Misa con la cual retomé el camino sacerdotal unido a mi Obispo, y fue para los dos muy significativo».
«Después de aquél periodo Bergoglio comenzó a enviarme diversos sacerdotes y seminaristas. Me pedía que les escuchara y les ayudara en su vocación, confiaba en que la experiencia existencial que pasé pudiera ayudar a otros... Ahora todo lo hago con fuerza, con una convicción y una paz interior que antes no tenía. Desde aquél momento no dudé más en el hecho de que mi vocación es darle todo a Cristo y a la Iglesia a través del sacerdocio».
El Padre Pepe trabaja en la villa La Cárcova, ubicada en José León Suárez, a unos 30 kilómetros de Buenos Aires, y realiza tareas sociales y pastorales donde asiste a los jóvenes que cayeron en el mundo del alcohol y las drogas.