En la misa en Santa Marta el Santo Padre volvió a proponer la imagen de la plaza de Jerusalén llena de ancianos, de niños
Paz y alegría: «éste es el aire de la Iglesia»
Comentando las lecturas de la misa celebrada en la mañana del lunes 30 de septiembre, en la capilla de Santa Marta, el Papa Francisco se detuvo en la atmósfera que se respira cuando la Iglesia sabe percibir la presencia constante del Señor. Una atmósfera de paz, precisamente, donde reina la alegría del Señor.
Los episodios de referencia proceden del libro de Zacarías (8, 1-8) −con la profecía de las plazas de Jerusalén que se llenarán de ancianos apoyados en el bastón, para manifestar el valor de su longevidad, junto a jóvenes que juegan felices, para mostrar la alegría del pueblo de Dios− y el pasaje del Evangelio de Lucas (9, 46-50) que narra la disputa surgida entre los apóstoles sobre quién era el más grande entre ellos.
En los dos pasajes el Pontífice ve una especie de discusión, o mejor, un intercambio de opiniones sobre la organización de la Iglesia. Pero −recordó− «al Señor le gusta sorprender» y así «desplaza el centro de la discusión»: toma a un niño a su lado y dice: «El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí. El más pequeño de vosotros es el más importante». Y los discípulos no entendían.
«En la primera lectura −especificó el Papa− hemos oído la promesa de Dios a su pueblo: Voy a volver a Sión, habitaré en Jerusalén; llamarán a Jerusalén ‘Ciudad Fiel’. El Señor volverá». Pero «¿cuáles son los signos de que el Señor ha vuelto? ¿Una bonita organización? ¿Un gobierno que va adelante limpio y perfecto?», se preguntó. Para responder el Santo Padre volvió a proponer la imagen de la plaza de Jerusalén llena de ancianos, de niños.
Así que «los que dejamos aparte cuando pensamos en un programa de organización −comentó− serán el signo de la presencia de Dios: los ancianos y los niños. Los ancianos porque llevan consigo su sabiduría, la sabiduría de su vida, la sabiduría de la tradición, la sabiduría de la historia, la sabiduría de la ley de Dios; y los niños porque son también la fuerza, el futuro, los que llevarán adelante con su fuerza y con su vida el futuro».
El futuro de un pueblo −recalcó el Papa Francisco− «está precisamente ahí y ahí, en los ancianos y en los niños. Y un pueblo que no se ocupa de sus ancianos y de sus niños no tiene futuro, porque no tendrá memoria ni tendrá promesa. Los ancianos y los niños son el futuro de un pueblo».
Lamentablemente es una triste costumbre −añadió− dejar de lado a los niños «con un caramelo o con un juego». Igual que lo es no dejar hablar a los ancianos y «prescindir de sus consejos». Sin embargo Jesús recomienda prestar máxima atención a los niños, no escandalizarles; igual que recuerda que «el único mandamiento que lleva consigo una bendición es precisamente el cuarto, el de los padres, los ancianos: honrar».
Los discípulos querían naturalmente «que la Iglesia fuera adelante sin problemas. Pero esto −advirtió el Pontífice− puede convertirse en una tentación para la Iglesia: la Iglesia del funcionalismo, la Iglesia de la buena organización. Todo en su lugar». Pero no es así, porque sería una Iglesia «sin memoria y sin promesa», y esto ciertamente «no puede funcionar».
«El profeta −prosiguió el Santo Padre− nos habla de la vitalidad de la Iglesia. No nos dice en cambio: “yo estaré con vosotros y todas las semanas tendréis un documento para pensar; cada mes haremos una reunión para planificar”». Todo ello, como añadió el Papa, es necesario, pero no es el signo de la presencia de Dios. Cuál es este signo, lo dice el Señor: «De nuevo se sentarán ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, todos con su bastón, pues su vida será muy larga. Y sus calles estarán llenas de niños y niñas jugando».
«El juego −concluyó el obispo de Roma− nos hace pensar en la alegría. Es la alegría del Señor. Y estos ancianos sentados con el bastón en su mano nos hacen pensar en la paz. Paz y alegría. Este es el aire de la Iglesia».