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Una vez más se tiene la impresión de que la Iglesia tiene ahora como supremo pastor un hombre de Dios, que se muestra contemplativo y a la vez decidido a cuidar de los discípulos de Jesús y de toda la humanidad
El protagonista ha sido y es el Espíritu Santo. Él guía siempre la vida de la Iglesia, también en aquel periodo tan intenso que vivimos entre la renuncia de Benedicto XVI y la elección del nuevo Papa Francisco. La acción en todas las almas se hizo muy visible en aquellas semanas. Un colega de mi universidad, experto en comunicación, me decía que el Via Crucis de este Viernes Santo ha tenido un gran aumento de participación a través de la televisión y de otros medios. Todo el mundo se muestra gratamente impresionado por los hechos y palabras del nuevo obispo de Roma. Misericordia, perdón, paciencia, ternura llaman a cada corazón a través de la Cruz de Cristo.
Una vez más se tiene la impresión de que la Iglesia tiene ahora como supremo pastor un hombre de Dios, que se muestra contemplativo y a la vez decidido a cuidar de los discípulos de Jesús y de toda la humanidad: officium amoris, tarea de amor, en palabras de San Agustín de Hipona. Los primeros compases de su música son esenciales, claros, ricos, profundos. Todos rezamos por los movimientos sucesivos de esta sinfonía inspirada por el Espíritu Santo, y vivimos gozosos en la esperanza. Como siempre en el curso de la historia de la Iglesia, es decir de Cristo presente en sus discípulos, también ahora se advierte la continuidad y la renovación. Continuidad radical, porque en el centro están Cristo y el Paráclito, enviados por el Padre. Renovación, porque el movimiento de la historia es fruto de la libertad y plantea una mezcla de luces y sombras.
Un diagnóstico para todos en la Iglesia: salir de sí mismos hacia Dios y los demás
Las notas de la intervención del cardenal Jorge Mario Bergoglio en las Congregaciones generales previas al Cónclave contienen un diagnóstico explícito sobre la actual situación de la Iglesia. Las cito aquí porque parecen muy reveladoras de los gestos del nuevo Papa, con su patente incidencia en tantos corazones.
En el n. 2 escribe: «Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar... Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir».
El párrafo 3º explica un poco más lo anterior: «La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el ‘mysterium lunae’ y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a otros. Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; la “Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans”, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí».
Y termina este número con las siguientes importantes palabras: «Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas».
La renovación: la alegría de evangelizar con sencillez
Los párrafos transcritos hablan de posibles cambios dentro del proceso de renovación en la continuidad, pero cambios no principalmente organizativos. Se trata sobre todo de salir de nosotros mismos, de escuchar religiosamente la Palabra de Dios y de anunciarla confiadamente. Para eso, quien tiene la función de confirmar a sus hermanos en la fe, exponía el cardenal Bergoglio en una de las Congregaciones generales, ha de esforzarse por ser «un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de la dulce y confortadora alegría de evangelizar» (4º párrafo de esas notas).
A lo largo de estos primeros días de pontificado, el papa Francisco nos ha hecho sentir a todos una vez más «la dulce y confortadora alegría de evangelizar», en la estupenda formulación de Pablo VI. Es importante la exposición cálida y accesible de la Buena Nueva, en un mundo complejo y difícil.
La riqueza de los documentos del Concilio Vaticano II llega progresivamente a todos los hombres cuando se transmiten con la debida sencillez, sin tecnicismos innecesarios. Me parece de justicia recordar ahora el impacto de tantas homilías de Benedicto XVI, con un lenguaje accesible que ha cautivado a tanta gente y la ha confirmado en la fe.
La recta lectura del Concilio ha exigido profundos desarrollos magisteriales a muchos niveles, para llevarlo a la práctica cada vez con más hondura y santidad de vida. Al mismo tiempo, conviene evitar el riesgo de un cierto “narcisismo teológico”. Por ejemplo, un posible síntoma de este mal se puede hallar en una excesiva multiplicación de documentos largos y densos. Según algunos obispos, entramos en una fase de trasmitir esa riqueza doctrinal de modo que llegue a todos.
Dios nos amó primero: misericordia y perdón
Junto a la exposición accesible y atractiva, el ejemplo es el mejor modo de anunciar a Cristo. Los gestos del Papa manifiestan de modo convincente, sin demasiadas explicaciones, la doctrina enseñada. Todo ello lleva a redescubrir que quizá la nueva evangelización no es una tarea tan complicada como puede parecer. Han bastado varias referencias a la misericordia divina manifestada en Cristo y al sacramento de la Penitencia, para que muchas almas se hayan acercado de nuevo al confesionario para recibir el perdón y el abrazo misericordioso de Dios Padre para vivir bien la Pascua. Oír que Dios no se cansa nunca de perdonar y que somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, anima a redescubrir ese sacramento que devuelve la alegría y la paz a las almas, y así a las familias y a la sociedad.
Un ejemplo elocuente de la pastoral del Papa es un almuerzo familiar del Papa Francisco ─el reciente 28 de marzo─, con siete sacerdotes de Roma; entre ellos, uno encargado de la Caritas, otro empeñado en la pastoral con los gitanos, también un sacerdote en silla de ruedas, otro que se ocupa en la formación permanente de los jóvenes y otro con minusvalía física que es guía espiritual de otros sacerdotes.
Las impresiones del responsable de Caritas pueden ayudar a precisar lo dicho antes: «Su capacidad de escuchar es algo fantástico. Uno tiene la sensación de que uno se encuentra a su gusto al contar las experiencias que uno vive». Y añadió: «con nosotros reía, explicaba, reflexionaba, y nos daba consejos».
«Dejen las puertas abiertas de las iglesias ─nos dijo Francisco─, así la gente entra, y dejen una luz encendida en el confesionario para señalar su presencia y verán que la fila se formará».
«Todos los sacerdotes estábamos implicados en ayuda social. Le conté de la Cáritas de Roma, de sus 36 comedores y de los centros para madres con los niños. Vi los ojos del papa humedecerse al escuchar la experiencia de quienes trabajan en lo social». Fue un «animarnos a hacer más, porque nuestro obispo nos lo indica».
«Al despedirnos ─concluyó el responsable Caritas─ nos abrazó uno por uno, sentir que el papa me abrazó. A uno de los sacerdotes le dijo “te recomiendo, puertas abiertas”. A otro: “Es muy importante el cuidado de los sacerdotes, te los recomiendo”. Y nos regaló a cada uno un rosario. Tuve la sensación que en breve vendrá entre los pobres de Roma así como a las comunidades en las parroquias. Lo sentiremos presente en la pastoral de nuestra ciudad».
Dejarse sorprender por el Espíritu Santo en varios campos
No es fácil escribir sobre la situación actual con sus luces y sombras, porque es el Obispo de Roma quien ha recibido el encargo de confirmar a sus hermanos en la fe. Ciertamente lo más importante es rezar por el Papa Francisco, invocar al Espíritu Santo para que le ilumine a la hora de establecer las prioridades y los modos de llevar a cabo la evangelización, en la delicada e importante tarea de encontrar los colaboradores más adecuados. Como es obvio, los párrafos siguientes desean fomentar una actitud de dejarse sorprender por el Espíritu Santo en algunos campos de la vida de la Iglesia.
Se advierte desde el primer momento y con toda claridad su voluntad de acentuar, en la medida de lo posible, su actividad en la diócesis de Roma. Es una orientación importante para toda la Iglesia. Lo han hecho los Romanos Pontífices precedentes en medidas y modos diversos según las circunstancias. Ciertamente un nuevo impulso para revitalizar la vida cristiana en la ciudad de Roma, sede del Sucesor de Pedro, será un ejemplo para los sacerdotes y todos fieles en el mundo entero, que peregrinan en gran número a Roma.
Aparece clara ─también por la Misa diaria y la breve homilía en la Domus Santa Marta con varios grupos– su subrayado de que la Eucaristía y la Confesión estén en el centro de la comunidad parroquial y de todas sus actividades.
Muchos piensan que un obispo de Roma, hijo espiritual de San Ignacio de Loyola, miembro de la Compañía de Jesús, tendrá una especial capacidad para alentar y promover la vida consagrada en la Iglesia, en las dificultades que atraviesa en numerosos lugares. Ya uno de sus primeros actos ha sido el nombramiento del Secretario de la Congregación de la Curia Romana dedicada a la vida consagrada.
Para un católico el país de origen del sucesor de Pedro no es algo decisivo. Al mismo tiempo, quienes tienen o han tenido la ocasión de colaborar con la Iglesia en América Latina, aprenden a apreciar el valor de la religiosidad popular, la riqueza humana de unos sentimientos profundamente cristianos muy arraigados en gran parte de la población: un sentido de la familia, una devoción eucarística, un amor tierno a la Madre de Dios. Desde este punto de vista, toda la Iglesia se alegra de percibir ahora en el nuevo Papa una frescura e inmediatez sencilla, que además en su caso presupone una formación muy cuidada. El mundo entero se beneficiará de ese contacto más frecuente con un continente de grandes tesoros de humanidad, que se sentirá alentado en la profundización de su cristianismo, en todos los terrenos, también en de la solidaridad y de la encarnación de la doctrina social de la Iglesia.
Siempre en estado de conversión y formación permanente
El cardenal Peter Erdö, de Hungría, ha recordado la condición de Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina del nuevo Papa, que estado siempre muy implicado en el sector de la educación. Por eso, según el primado de Hungría, ese será otro de los puntos importantes de su pontificado: transmitir la fe tanto de forma directa a las personas sencillas, como de forma más detallada y rica, a través del trabajo científico, didáctico de alto nivel. Precisamente, nada más ser nombrado arzobispo de Buenos Aires, el ahora Papa creó un departamento centrado en la educación de personas de todas las clases sociales.
En este punto crucial de la formación, vale la pena recordar algunas medidas de relieve tomadas por Benedicto XVI. De modo inmediato el gozoso Año de la Fe que estamos viviendo y la creación de un Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, que se ocupa ahora de la difusión del Catecismo de la Iglesia Católica, ese gran fruto del Concilio Vaticano II, y también de su versión abreviada, como compendio con preguntas y respuestas.
A finales de 2012 apareció el Motu Proprio sobre el servicio de la caridad, con el título Intima Ecclesiae naturae. En su primera encíclica Deus caritas est, Benedicto XVI había escrito: «La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia» (n. 25). En el reciente motu proprio se explica la responsabilidad del obispo en las tareas caritativas, para que sean siempre profundamente cristianas. Para ello se subraya también la importancia de formar adecuadamente a quienes tienen tareas específicas de caridad cristiana.
Los seminarios y las universidades
Una mención muy especial merecen los seminarios para la formación sacerdotal. Desde hace poco están bajo la dirección de la Congregación para el Clero. Este dicasterio se ocupaba ya de la formación permanente y el 11 de febrero ha publicado una nueva edición del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, aprobada por Benedicto XVI el pasado 14 de enero. Numerosos observadores piensan que esta será una ocupación privilegiada del nuevo romano Pontífice, que tiene una larga experiencia y que es conocido por la seriedad en la selección de los candidatos al sacerdocio. Es una tarea vital para la Iglesia y hoy de una manera particular, pues en no pocos lugares se ha producido una ruptura en la tradición formativa. Un ejemplo de este desafío es que durante años, la Congregación para la Evangelización de los Pueblos ha tenido como una de sus prioridades la formación de los formadores de seminarios.
Como es lógico, además de los Seminarios, requieren una atención especial las Universidades y facultades superiores, tanto las dedicadas a estudios eclesiásticos, regidas por la Const. Ap. Sapientia Christiana, como las universidades de la Iglesia, reguladas por la Const. Ap. Ex corde Ecclesiae. En el primer ámbito, la Congregación para la Educación Católica ha emanado un Decreto de reforma de los estudios de filosofía, intensificando su seriedad científica y su orientación metafísica y sapiencial, que puede llevar a una mejor relación entre fe y razón. Al mismo tiempo, la adhesión al llamado protocolo de Bolonia, de homologación de títulos universitarios en Europa, exige una prudente compaginación de criterios académicos y de intensificación de la especifidad de los estudios eclesiásticos.
En el segundo campo, el de las universidades católicas, desde hace años existe un debate sobre el significado y el alcance de la identidad cristiana de una institución universitaria. En muchos países se advierte la presión de un consolidado estatalismo en la enseñanza, que ahoga la iniciativa de la sociedad civil. Este fenómeno tiende a condicionar y a deformar la identidad de las universidades de la Iglesia. Como es sabido, algunas han abandonado su título anterior de católicas, rechazando su vinculación a cualquier autoridad eclesiástica; en otros casos ha sido la jerarquía quien ha dicho que ya no son católicas.
Es este un tema importante porque en las facultades universitarias se preparan los que luego enseñan en los diversos niveles educativos y profesionales. Es vital también porque la institución universitaria en general sufre una transformación hacia conjuntos de centros de investigación o escuelas profesionales, abandonando los ideales de verdad, libertad y autonomía, pensamiento innovativo y crítico que la universidad ha cultivado desde sus comienzos. Los escritos sobre la universidad de Romano Guardini, después de la dura experiencia de una sociedad bajo la voluntad de poder, vuelven a tener una gran actualidad ante las presiones del poder económico.
En la tarea de la formación cabe recordar la existencia desde hace ya años de cursos especiales en Roma para los obispos de nombramiento reciente. Para el próximo mes de mayo, estaba previsto en el pontificado anterior un encuentro del Papa con todos los Nuncios Apostólicos.
Cambios organizativos en la Curia
La Curia romana ha necesitado periódicamente de reformas y adaptaciones a las nuevas circunstancias. En las últimas semanas no pocos cardenales han expresado pareceres sobre este tema. Se pueden recordar algunas de las aspiraciones para un mejor servicio al ministerio petrino del Papa. Por una parte, en general se desea una mayor coordinación. Algunos abogan por mayor frecuencia de las audiencias (las audiencias de tabella) del Papa con cada uno de los Prefectos o Presidentes de los varios dicasterios, y a veces con el Secretario. También se piensa que ha llegado el momento de simplificar y agilizar el trabajo, quizá reuniendo dicasterios con tareas semejantes, evitando así duplicaciones innecesarias o a veces soluciones no suficientemente unitarias.
La organización abarca también los aspectos personales del gran número de sacerdotes con tareas en la Curia romana. No sólo abarca, sino que es un punto central. Es verdad que muchos tienen una labor pastoral en Roma o en diócesis cercanas. Pero no siempre esto es una solución suficiente por un largo tiempo. Algunos echan en falta tiempo y oportunidades para la formación personal permanente. Por eso se comprende que en algunos países, sea costumbre bastante consolidada la de enviar sacerdotes para trabajar en la Curia cinco o diez años y volver luego a servir en la diócesis, con la riqueza espiritual y de experiencia, sin especiales privilegios, sino sobre todo con el espíritu de servicio y de visión universal que supone haber trabajado cerca del Santo Padre.
Conclusión: una gran esperanza no quiere ser defraudada
El pueblo romano siente particularmente cercano el estilo del Papa Francisco, además de considerar al Papa como suyo, como Obispo de Roma. Quizá por eso y bajo la presión de informaciones confusas en los últimos tiempos, muchas personas (en un estanco, en el autobús, etc.) expresan espontáneamente su deseo de que el nuevo Papa no encuentre obstáculos en su voluntad de renovación en la continuidad. Por eso agradecen que se les invite a rezar por el Papa, si bien suelen añadir que pensaban ser ellos los que necesitan de la oración del Santo Padre.
Mons. Lluís Clavell
Profesor Emérito
Universidad de la Santa Cruz, Roma
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