Las razones del mirar fijamente hacia otro lado son diversas, y todas vergonzosas
diariodecadiz.es
Hemos de seguir más de cerca a lo que está pasando en Egipto: por fraternidad de cristianos, los que lo somos; pero también porque, en realidad, coptos somos todos, sin excepción
El silencio es escandaloso. Mientras que la defensa del Ejército nos incomoda tanto, la persecución brutal que sufren los cristianos de Egipto a manos de los partidarios de Mursi no levanta apenas comentarios en los medios.
Las razones del mirar fijamente hacia otro lado son diversas, y todas vergonzosas. Opera un tácito Cuius regio, eius religio, que abandona la libertad de las conciencias de millones de personas a criterios geopolíticos propios de épocas muy predemocráticas. Lo secunda el pánico, apenas disimulado, que lo musulmán nos produce; al que se suman enseguida nuestras múltiples dependencias energéticas y económicas. Y encuentra la complicidad sibilina de una cristofobia latente en Europa y América.
Pero el mutismo de Occidente tiene, además, otra razón de ser: carecemos de fundamentos teóricos para entender la situación. Entre nosotros rige ahora una concepción absolutista de la democracia, que hemos exportado frívolamente, según la cual lo que decida la mayoría es verdad y está bien y punto.
La teoría clásica no permitía que las leyes, aunque aprobadas en forma por amplias mayorías absolutas, aplastasen a las minorías o al sentido común. Para evitarlo, se creaban marcos jurídicos inviolables que amparaban los principios, los derechos, las libertades y las instituciones fundamentales. Nuestra Constitución se pensó así, sin ir más lejos. Pero la práctica ha ido transgrediendo −a empellones de políticos interesados, filosofías de diseño y mayorías pasivas− esa regla.
A los parlamentos se les ha escamoteado lo suyo más propio, que siempre fue decidir sobre el sistema económico y los tributos, que hoy se nos imponen con gesto tecnocrático como dogmas; y, en cambio, se les deja jugar con valores y razones que la democracia, por puro instinto de conservación, colocaba fuera del ámbito de lo arbitrario.
Lo que se plantea en Egipto, con unos líderes elegidos por sufragio que no respetan la vida ni los derechos básicos de los coptos, ni de las mujeres ni de los homosexuales, entre otros, es una manifestación extrema y, por tanto, muy ilustrativa, de los peligros de consagrar las mayorías por encima de cualquier otra noción, como hacemos.
Hemos de seguir más de cerca a lo que está pasando allí: por fraternidad de cristianos, los que lo somos; pero también porque, en realidad, coptos somos todos, sin excepción. La primavera árabe nos interpela directamente.