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El Papa Francisco ejerce su ministerio de confirmar la fe vivida, impulsando a la oración personal y en común, al estudio y al diálogo, para llegar a discernir, en los distintos aspectos de la misión de la Iglesia, el por qué, el cómo y por dónde hay que caminar, en las circunstancias actuales de nueva evangelización
El 27 de julio, en su encuentro con los obispos brasileños, el Papa Francisco ha expuesto algunos desafíos de la Iglesia en Brasil, que corresponden, con los matices que sean necesarios, a desafíos importantes para la Iglesia en todos los lugares.
El discurso se apoya abundantemente en el Documento de Aparecida (fruto de la V Conferencia general del episcopado latinoamericano y del Caribe, 2007), del que el entonces Arzobispo de Buenos Aires fue principal redactor.
Prioridad de la formación
La prioridad de la formación de los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Ante todo, dice el Papa, «si no formamos ministros capaces de enardecer el corazón de la gente, de caminar con ellos en la noche, de entrar en diálogo con sus ilusiones y desilusiones, de recomponer su fragmentación, ¿qué podemos esperar para el camino presente y futuro?».
Por eso, continúa, «es importante promover y cuidar una formación de calidad, que cree personas capaces de bajar en la noche sin verse dominadas por la oscuridad y perderse; de escuchar la ilusión de tantos, sin dejarse seducir; de acoger las desilusiones, sin desesperarse y caer en la amargura; de tocar la desintegración del otro, sin dejarse diluir y descomponerse en su propia identidad».
Estas palabras luminosas y certeras se van concretando en los diversos aspectos de la formación: «Se necesita una solidez humana, cultural, afectiva, espiritual y doctrinal». Se refiere al Documento de Aparecida (cf. sobre la formación del clero y de los laicos, nn. 316-325 y 212), que expresaba los aspectos de esa formación respecto a los laicos: «Para cumplir su misión con responsabilidad personal, los laicos necesitan una sólida formación doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento para dar testimonio de Cristo y de los valores del Reino en el ámbito de la vida social, económica, política y cultural».
Para todo esto, señala el ahora Papa Francisco «hay que tener el valor de una revisión a fondo de las estructuras de formación y preparación del clero y del laicado». Como decíamos, aunque esto se refiere directamente a la Iglesia en Brasil, qué duda cabe que sirve para todos. Señala el Papa que no es suficiente una vaga prioridad de formación, documentos o reuniones; sino que «hace falta la sabiduría práctica de establecer estructuras duraderas de preparación en el ámbito local, regional, nacional (…), sin escatimar esfuerzos, atenciones y acompañamiento»; pues −argumenta− la situación actual exige una «formación de calidad a todos los niveles».
Unidad de la fe y diversidad de experiencias
Una de las finalidades principales de esa formación es la capacidad para testimoniar conjuntamente la fe y asegurar «la verdadera unidad en la riqueza de la diversidad». Aquí recomienda «el método de recoger la diversidad», que se usó en la reunión de Aparecida. «No tanto diversidad de ideas para elaborar un documento, sino variedad de experiencias de Dios para poner en marcha una dinámica vital».
En la línea de asegurar la unidad en la riqueza de la diversidad, insiste en la necesidad de «una valorización creciente del elemento local y regional» y en la insuficiencia de una burocracia central, pues «es preciso hacer crecer la colegialidad y la solidaridad» (cf. Documento de Aparecida, 181-183, 189).
La fe no es teoría sino vida
Cabría pensar que no hay en estas recomendaciones novedad doctrinal alguna. Pero el Papa no está hablando de "doctrina", sino que, sobre la base de la teología que surge y prolonga el Concilio Vaticano II, quiere proporcionar orientaciones para hacer realidad lo que con frecuencia subrayaba Benedicto XVI. Por ejemplo cuando presentaba su primera encíclica, Deus caritas est: «La fe no es una teoría que uno puede asumir o arrinconar. Es algo muy concreto: es el criterio que decide nuestro estilo de vida» (Discurso, 23-I-2006). O hablando de la fe de San Pablo: «Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios o sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón. Y así, esta misma fe es amor por Jesucristo» (Homilía en San Pablo Extramuros, 28-I-2008). Más sintéticamente aún: «La fe no puede quedarse en teorías: debe ser vida» (Homilía, 29-VI-2009). Especialmente en los procesos formativos y educativos, decía, «es necesario descubrir el Evangelio como la plenitud de la existencia y no como una teoría» (Discurso a la asamblea eclesial de Roma, 13-VI-2011).
En suma, el Papa Francisco ejerce, en ese discurso, su ministerio de confirmar la fe vivida, impulsando a la oración personal y en común, al estudio y al diálogo, para llegar a discernir, en los distintos aspectos de la misión de la Iglesia, el por qué, el cómo y por dónde hay que caminar, en las circunstancias actuales de nueva evangelización.
Misión y conversión
Enuncia el Papa dos principios teológico-prácticos o teológico-pastorales, que proceden de la experiencia de la Iglesia y que vienen siendo subrayados en nuestro tiempo: «Aparecida habló de estado permanente de misión (cf. n. 551) y de la necesidad de una conversión pastoral (cf. nn. 365-372)».
«Estado permanente de misión» evoca la situación que se planteaba en Francia a mediados de los años cuarenta, antes del Concilio. Se acuñó esa terminología para expresar la descristianización que minaba a los católicos franceses, y que luego se ha extendido, con diversos matices, en muchos lugares hasta nuestros días. Desde entonces y progresivamente, no basta hablar de “misiones” o de “territorios de misión”, sino que la “Misión” (que es única, y que permite muy diversas modalidades) se encuentra ya en todas partes, afecta a toda la Iglesia y a todos los cristianos, y sus destinatarios son todas las personas, especialmente los pobres y los que sufren (cf. Juan Pablo II, enc. Redemptoris missio, de 1990).
Dice ahora el Papa Francisco que la misión de la Iglesia desea urgentemente transmitir un legado. Y «para transmitir el legado hay que entregarlo personalmente, tocar a quien se le quiere dar, transmitir este patrimonio».
La expresión «conversión pastoral» quiere indicar que la conversión a Dios −de carácter eminentemente personal− tiene consecuencias no sólo para la persona (para su vida, su inteligencia, su conducta); sino también para las comunidades cristianas, los grupos y realidades eclesiales, y para la Iglesia como tal, universal y localmente considerada.
Aquí el Papa se fija en el adjetivo ”pastoral”, y lo hace en el horizonte del Concilio Vaticano II; pastoral no se refiere solo a las tareas de los Pastores en el sentido de la Jerarquía eclesiástica; sino que expresa el cuidado, el amor, la misericordia con que, desde el “nosotros” de la Iglesia, los cristianos hemos de preocuparnos por las necesidades de todos.
«Sobre la conversión pastoral, quisiera recordar que “pastoral” no es otra cosa que el ejercicio de la maternidad de la Iglesia. La Iglesia da a luz, amamanta, hace crecer, corrige, alimenta, lleva de la mano... Se requiere, pues, una Iglesia capaz de redescubrir las entrañas maternas de la misericordia. Sin la misericordia, poco se puede hacer hoy para insertarse en un mundo de “heridos”, que necesitan comprensión, perdón y amor».
Entre los aspectos que la misión de la Iglesia requiere reforzar, señala el Papa Francisco la familia, los jóvenes y el papel fundamental de las mujeres en la transmisión de la fe; también el de los varones, como padres, trabajadores y ciudadanos (cf. Documento de Aparecida, n. 11).
Servicio
Y todo ello constituye el servicio que la Iglesia presta a la sociedad al anunciar el Evangelio de modo integral, es decir, atendiendo a las necesidades y derechos del hombre. La Iglesia enseña a actuar con «una visión subyacente del hombre, de su libertad, de su valor, de su apertura a la transcendencia». Y es así como la Iglesia y en ella los cristianos (cada uno personal y asociadamente, junto con otros conciudadanos desde el seno de las familias, las empresas, las corporaciones, etc.) contribuyen al bien de la sociedad.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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