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En el encuentro de Río, el Papa mostró su sello propio: un pastor que irradia su amistad íntima con el Señor, que es hondamente mariano, carismático, en el sentido más teológico del término, sencillo, auténtico y con un notable sentido del humor
La imagen del Papa Francisco, con maletín en mano, sorprende. Pero, ¿por qué? Quizás porque el estereotipo de autoridad que está en nuestra retina es distinto. El Papa está mostrando un modo de ser que privilegia la cercanía a la gente común y corriente, haciendo visiblemente las cosas cotidianas y hablando en un lenguaje simple, que todo el mundo es capaz de comprender.
Este nuevo modo prescinde de muchas estructuras o las simplifica, suaviza las formas y hace todo lo posible para que los protocolos no lo alejen de su rebaño. Este modo de ser pastor también es libre frente a las exigencias temáticas del momento: el Papa no se deja pautear por los contextos sino que pone los temas, siendo propositivo y audaz. Mucho más que algo anecdótico, este estilo de Papa con «olor a oveja» expresa significativamente la denominada conversión pastoral a la que ha convocado y que, como señala el mismo Francisco, «atañe principalmente a las actitudes y a una reforma de vida».
Con este preámbulo, y sabiendo que toda selección es siempre mezquina, pondré de relieve algunos aspectos de su visita. Y esta selección de tópicos hay que comprenderla en el contexto en el que se da: en un acontecimiento eclesial donde el espesor de la vida cristiana se hace palpable en las expresiones de fe, en la alegría de los peregrinos y en los anhelos de una vida plena en Cristo. También, en que este acontecimiento ocurre con jóvenes que experimentan las problemáticas de una cultura que los desorienta y que les propone una antropología fragmentada y sin trascendencia. El Papa fue al encuentro de esos jóvenes, de carne y hueso, que hoy son interpelados y cuestionados por sus mismos pares por el hecho de ser cristianos. A esos jóvenes, el Santo Padre los ayudó a vigorizar su fe.
Una Iglesia que “sale”
El Papa Francisco, haciendo eco de Aparecida, enfatizó reiteradamente el carácter misionero de los cristianos. Con esa premisa, lejos de una Iglesia “autorreferente”, que vive pensando en sí misma y “habitando” dentro de sus estructuras, la comprende volcada hacia “afuera”, en misión e inserta en la historia. Podemos hablar de una Iglesia vitalmente consciente de que es sacramento para la vida del mundo, camino de salvación en la historia y no fuera de ella.
Acá enfatiza un aspecto antiguo pero siempre nuevo: la Iglesia no solo acoge sino que va en busca de los hombres del tiempo para encontrarlos y anunciarles la buena noticia. Con este código se entienden las homilías e intervenciones del Papa, que fueron eminentemente exhortativas, profundamente bíblicas, buscando llegar al corazón de cada persona, saliendo a su encuentro para anunciarle la novedad de la fe en Cristo. Sus intervenciones fueron siempre propositivas, esperanzadas, una provocación que encendía los corazones con el fuego de la fe viva buscando que ellos, a su vez, encendieran otros corazones.
Opción por los excluidos
Su insistencia en la opción por excluidos tiene un carácter profundamente religioso, porque asume la opción de Cristo y la cristaliza en su propia vida. La visita a las favelas o a los enfermos visibilizó a los que nadie quiere ver. El Papa fue a su encuentro como si fuera uno de ellos con una sencillez que causa estupor. Con sus gestos y palabras puso en el corazón de la Nueva evangelización una comprensión renovada, existencial y urgente de la Doctrina social de la Iglesia, como un camino ineludible que interpela la vida de todos los bautizados y que jamás se disocia de la experiencia de fe.
El protagonismo de la historia
Una y otra vez el Papa provoca a los jóvenes a no ser espectadores de una historia que pasa, a no «balconear» la vida, sino a ser protagonistas de la cultura, que es presente y futuro, asumiendo el desafío que Dios les suscita. No deja de impresionar que, lejos de todo miedo o condena, el Papa aparece desafiante y seguro frente a una cultura adversa enseñando que junto a Cristo no se puede ni se debe temer.
Esta forma de aproximarse a la cultura la hace con la audacia que da la fe auténtica de la Iglesia, haciendo vida aquello que nos enseñó el Concilio: nada de lo humano le resulta ajeno al cristiano. Pero, al mismo tiempo, esta actitud pone a toda la Iglesia en una incomodidad urgente: entrar en las problemáticas del hombre de hoy con la caridad y la verdad del Evangelio, en respetuoso diálogo y con la humildad propia de quien busca la verdad.
La urgencia de la misericordia
Con especial énfasis el Papa se puso en el lugar del que sufre, del pecador, del que está lejos, del que se siente cuestionado. Y se sitúa junto con él para sanar sus heridas, para abrirle las puertas de la esperanza, para decirle que la Buena Noticia de Cristo es preferencialmente para él. Su corazón de pastor busca revitalizar la fe de los discípulos más alejados, buscando que el anuncio del Evangelio les haga sentido. El Papa pareciera estar pensando siempre en llegar a los que están en las periferias existenciales abriéndoles caminos de conversión.
En este espíritu invita a quienes están más lejos a hacer juntos un camino hacia Cristo. Este es uno de los mayores secretos de este Papa sorprendente: encarna en gestos y palabras la misericordia de la cual tiene nostalgia el corazón humano, el de un creyente y del que no lo es. En efecto, nuestra naturaleza reclama a su autor. Creada por Dios, que es amor, reconoce en la misericordia un dato genético y una necesidad; tiene sed de misericordia. El Papa, con su modestia y auténtica caridad, busca saciar esa sed.
Un testigo luminoso
¿Por qué creyentes y no creyentes se dejan conquistar por este Papa? Quizás, una primera respuesta está en que comprende, como lo traslucen sus diversas intervenciones, que la misión de la Iglesia no es defensiva sino propositiva, profética y de servicio, inserta en el mismo corazón de una cultura díscola, que no acepta respuestas sin explicaciones razonables. A esa cultura, y al hombre inserto en ella es al que hay que mostrarle la Buena Noticia. Al mismo tiempo, una segunda respuesta tiene que ver con que el Papa Francisco empatiza espontáneamente con el que está lejos, devolviéndole la esperanza, diciéndole que «Dios no se cansa de perdonar».
A ellos, con predilección, les habla con ternura, sin juicios, mostrándoles el Evangelio como el camino de vida plena. Y en este esfuerzo evangelizador, inusitado y lleno de amor, el Santo Padre capta la atención de las grandes multitudes a las cuales les hace sentido este carisma pastoral. El Papa, apacentando a la oveja marginada, tiende las cautivantes redes de la misericordia a toda la humanidad. Y esa evangélica opción conquista.
No faltarán quienes estén perplejos ante este estilo que encarna la denominada conversión pastoral. En el encuentro de Río, el Papa mostró su sello propio: un pastor que irradia su amistad íntima con el Señor, que es hondamente mariano, carismático, en el sentido más teológico del término, sencillo, auténtico y con un notable sentido del humor.
El Papa buscó, con celo, cercanía y amistad que todos puedan encontrar en la Iglesia un lugar donde brillen la esperanza y la misericordia que solo Cristo nos puede regalar. Sin duda, la acogida extraordinaria que el “mundo joven” y buena parte del orbe le han brindado a este Papa es una clara señal de que su ministerio, por sí mismo, evangeliza.
Cristián Roncagliolo
(*) Publicado originalmente en ‘El Mercurio’ de Santiago
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