Lo que ha hecho y dicho el Papa en Brasil tal vez podría resumirse en tres palabras: misión, corazón y misericordia
Alfa y Omega
«¿Vos sos de los que se lavan las manos como Pilatos y miran hacia otro lado?»: en la playa de Copacabana, que tras el Viaje apostólico del Papa Francisco ya ha sido calificada como ‘la playa de Dios’, acababa de pasar la imagen de Pilatos en la primera Estación del Vía Crucis
La pregunta del Papa era como un dardo en el alma de los más de dos millones de jóvenes. Y sólo era una de tantas preguntas que han interpelado, estos días, a tantos corazones. Se hace difícil recoger siquiera lo más esencial de lo que ha hecho y dicho el Papa Francisco en esta XXVIII JMJ de Río de Janeiro que, como a él le gusta, tal vez podría resumirse en tres palabras: Misión, corazón y misericordia.
Se ha inventado el Papa Francisco un lenguaje que toca cada corazón: lo mismo cuando dice que hay que rehabilitar la política, que es una de las más altas formas de la caridad, como cuando exige la humildad social del diálogo. El cristianismo, desde siempre, ha sabido aunar trascendencia y encarnación; este Papa lo sabe hacer de manera insuperable.
Ahí lo tienen, en las fotos, haciendo cola para subir al avión, cartera en mano; no es un Papa que deje que le lleven la cartera, quiere llevarla él, lo mismo que su agenda. Y ahí lo tienen, demostrando con el abrazo a la imagen morena de la Madre de Dios Aparecida en qué consiste la sencilla revolución de la ternura, provocada por la Encarnación del Hijo de Dios.
Por eso ha conseguido armar ese lío maravilloso a los pies de Corcovado. Quiere que seamos callejeros de la fe, sin macanas. Se enrosca el rosario, a modo de pulsera, en su muñeca, y deja el báculo que fue de sus antecesores −el Papa Pablo, el Papa Juan Pablo, el Papa Benedicto− para bendecir al pueblo con la imagen de la Madre de Dios. Se ensimisma rezando y, a continuación, lanza a los jóvenes: «Jesús no dijo: “Si quieren, si tienen tiempo... vayan”. No; Jesús dijo: “Vayan sin miedo y evangelicen a todos; y vayan a servir”».
«Andamos como atontados», bromea, antes de interpelar: «Pregúntate: “¿Yo soy un atontado?”. No os dejéis atontar. Ésta no es una época de cambio, sino el cambio de una época. Nadie es descartable; cambiad el mundo, acabad con la cultura del descarte. Sudad la camiseta en el equipo del Señor. No os engañéis con una libertad chirle».
Río de Janeiro ha sido, estos días, como el corazón joven de la Iglesia, y las multitudes, como aquellas del Evangelio que seguían al Señor, querían tocar la orla de su túnica; tanto, que casi lo asfixian el primer día, en un atasco monumental. Ha hecho el Papa propuestas audaces, provocadoras; desde el primer momento, la garúa empapó los cuerpos, pero toda la JMJ ha sido como una garúade Gracia que ha empapado las almas.
Ha enseñado que la grandeza de una sociedad se mide por cómo trata a los necesitados, pero con una claridad deslumbrante desde el primer minuto: «No tengo oro ni plata, pero os traigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo». Llama la atención el número de veces que, en nombre de Jesucristo, ha utilizado la palabra corazón. Ha sabido pedir permiso y llamar a la puerta del inmenso corazón del mundo. Previamente, había enseñado que acción y oración son esenciales, no contrapuestas. No se puede evangelizar si no se reza antes, durante y después. Se podrán hacer otras cosas, incluso positivas; pero evangelizar, no. Nada de reduccionismos socializantes, ni de ideologización del Evangelio.
No estaría mal que se enterasen todos esos inventores que han salido del Evangelio social. El Evangelio es Evangelio; no necesita apellidos: ni cultural, ni político, ni social. Es la Buena Noticia de que Dios, por amor, se hizo hombre y nos redimió con su sangre y su resurrección para siempre. Volvió a repetirlo antes de la bendición con el Santísimo, en la Playa de la fe: primero Adoración, y luego, como consecuencia, entrega a los necesitados. ¿Se querrán enterar los rancios turistas de Boff?
Esta JMJ de Río no ha terminado. Acaba de empezar. No será porque el programa no esté claro, ni porque no nos haya recordado a todos el Catecismo.