Reflexiones religiosas sobre la exposición 'Las Edades del Hombre'
diariodecadiz.es
Una exposición muy bien planteada que es una oración resumen de la fe católica en acrisolamiento de siglos y de suscitada actualidad en este Año de la Fe
Desde Valladolid a principios de junio me envió un amigo una infografía de la recién inaugurada XVIII edición de Las Edades del Hombre. Estaba yo bien ajeno; lo que supere Despeñaperros desde Cádiz orilla del mar resulta lejano. Hojeando las informaciones recibidas he ido entrando en el tema.
La exposición está muy bien planteada. Su sede son tres templos próximos en el núcleo antiguo de la ciudad de Arévalo. Recoge 92 piezas de gran valor: pinturas, imágenes y escritos. Es un conjunto con gran encanto, que las fotografías de la prensa testifican. El lema-guía y título es el Credo, no una afortunada idea que oriente a los visitantes, es una oración ¡y qué oración! resumen de la fe católica en acrisolamiento de siglos y de suscitada actualidad este Año de la Fe.
Recuerdo, sería en torno a 1970, haber leído un artículo referido a cuestiones de interés doctrinal religioso en el que el autor se lamentaba del deterioro y confusión generalizados entonces, y esperaba con nostalgia la proclamación nítida, íntegra, pública y sonora de la fe, con música y canto, como resonaba antaño en los coros de las catedrales. Y recordándolas saboreaba las palabras finales del Credo: ¡et vita venturi saeculi! Creo en la vida bienaventurada.
La fe es un regalo magnífico en el sentido más propio, porque es revelación gratuita divina, y porque es don de Dios en el sentido afectivo, un regalo que se nos hace sin merecerlo y porque sí, por amor. Bien vale la pena ponerle música a los desarrollos doctrinales de la fe. Vale la pena representarlos en la pintura, en la imaginería y demás artes. Siempre ha sido la fe estimulante desafío para los artistas, y la consiguiente estela de sus grandes logros jalonan la historia. Una buena muestra es lo que se puede disfrutar en esta exposición de la ciudad de Arévalo, en la provincia de Ávila y en la proximidad de otros lugares históricos, como Madrigal de las Altas Torres o Fontiveros.
La exposición delCredo de Arévalo, me gusta llamarla así, nos acoge y comienza en el templo de Santa María Mayor. Estupendo edificio mudéjar y marco ideal para el acontecimiento. Ofrece de entrada sus pinturas murales con el hermoso Pantocrátor del ábside bendiciéndonos. Dios no nos ha abandonado, no se ha olvidado de nosotros, nos espera, nos mira con infinito amor; nos ha creado y nos ha redimido. La respuesta agradecida de nuestra fe ha de ser entusiasta, como para ser escrita en piedras o vidrieras; para alinearnos con los grandes ejemplos de fe de la historia: el Sacrificio de Isaac, la Anunciación, la Visitación, Dudas de Santo Tomás y Conversión de San Pablo, hermosos cuadros que contemplamos en esta muestra de Arévalo.
Tras un brevísimo traslado, en el templo de San Martín seguimos el itinerario de la exposición. La presencia a su entrada de una preciosa pila bautismal de alabastro labrado nos remite al texto de la fe: «Creo en un solo Dios, padre todopoderoso, creador de cielo y tierra y de todo lo visible e invisible». Son verdades solemnes, grandiosas, recogidas aquí en imágenes talladas y policromadas de la Santísima Trinidad, o de las Personas divinas. Entre los siglos XV y XVIII no faltaron hombres de fe, artistas, que recogieron con su arte la experiencia mística. Eran sin duda contemplativos: Alejo de Vahía, Francisco de Juli o Alejo de Tiedra y otros conocidos o anónimos aquí presentes con sus obras. Además toda la historia del Antiguo Testamento aparece señalada en pinturas, imágenes o interesantes textos sagrados con bellas ilustraciones.
Próximo está el tercer recinto de la exposición, la Iglesia del Salvador, con cuadros o imágenes de Cristo y, a continuación, representaciones de la vida de la Iglesia y de la presencia del Espíritu Santo.
A las palabras del Credo «creo en Nuestro Señor Jesucristo, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios, padre todopoderoso», dan color y fuerza magníficos óleos sobre lienzo de la Anunciación, el Nacimiento, un Apostolado (los doce apóstoles) y un Viacrucis (catorce estaciones). Centra de manera particular la atención el Cristo yacente de Gregorio Fernández, impresionante talla de madera policromada procedente de la Catedral de Segovia. Subraya esta imagen el realismo de la vida de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Nos rinde en adoración, y podemos exclamar como el centurión ante la cruz: verdaderamente éste era hijo de Dios. Un estupendo Cristo resucitado de Juan de Juni cierra este capítulo.
Desde Pentecostés al final de los tiempos es el último tramo de Las Edades del Hombre, y término también del Credo: «Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna». Y los soportes artísticos ahora son un óleo de Pentecostés, otro sobre madera de un hermoso Juicio Final, de siete metros de envergadura, y otros magníficos retablos, pinturas y relieves. Sobresalen dos imágenes en madera policromada de Gregorio Fernández: San Pedro y San Pablo. Su autor las hace palpitar y casi hablar. Parece decir San Pedro: ciertamente participamos en la vida divina, «somos consortes de la naturaleza divina». Y San Pablo se diría que musita: «No soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí». Dejémonos llevar y seremos transportados… Este paseo por la fe alimenta, nos fortalece y nos lanza a invitar a otros: acercaos a Dios, que compensa, vale la pena. Bien podemos echar mano en esta ocasión de los versos de Unamuno: «Tú me levantas, tierra de Castilla / en la rugosa palma de tu mano / al cielo que te enciende y te refresca / al cielo, tu amo». Al cielo, sí, en el sentido más místico y real hoy en Arévalo.