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“Exigió” ir por su amor a la Virgen y porque presidió en 2007 la comisión que redactó el documento final de Aparecida, en un encuentro que sentó las bases de parte de su magisterio
El mayor santuario mariano del mundo, que el Papa Francisco visitará hoy miércoles, es un lugar muy importante en la prehistoria de su pontificado. Por eso “exigió ir allí”, en palabras del portavoz del Vaticano. El motivo, según el padre Federico Lombardi es doble: «En primer lugar, su amor a la Virgen. Y en segundo lugar porque él presidió en el año 2007 la comisión que redactó el documento final de Aparecida», durante la conferencia plenaria del Consejo Episcopal Latino Americano (CELAM). Es el documento que, como Papa, está regalando a los jefes de Estado que le visitan en el Vaticano.
La historia de la Virgen “aparecida” comienza en 1717 con una “pesca milagrosa” en el río Paraíba. Tres pescadores encuentran entre sus redes una pequeña imagen oscura de la Virgen, pero sin la cabeza. Echan las redes de nuevo, y recogen la cabeza. Las vuelven a echar por tercera vez, y capturan una gran cantidad de peces.
La minúscula estatua, de apenas 40 centímetros de altura, estuvo durante 15 años en la casa de un vecino, y la gente acudía allí a rezar el rosario. La gente sencilla le pedía gracias, y muchos las obtenían. Así fue creciendo la devoción y también el número de peregrinos hasta superar los siete millones anuales, una cifra que sigue creciendo.
El documento final de Aparecida, aprobado explícitamente por Benedicto XVI −quien había visitado el santuario en mayo del 2007 para inaugurar aquella reunión continental− es, en la práctica quizá más que una encíclica, tanto por su contenido como por sus consecuencias.
“Facilitar” la fe
El cardenal Bergoglio, principal autor de aquel texto, dijo que «el documento final de Aparecida es la ‘Evangelii Nuntiandi’ de América Latina». Esa encíclica de Pablo VI era, desde hacía mucho tiempo, su estrella polar personal en el terreno de la Evangelización, y lo que hizo en Aparecida fue actualizar y extender su puesta en práctica a toda América Latina.
El documento de Aparecida es la vuelta a una Iglesia evangelizadora, que sale a la calle a buscar los alejados. Una Iglesia formada por laicos, sacerdotes y obispos que son a la vez «discípulos y evangelizadores». Una Iglesia misericordiosa que no intenta «regular» la fe sino «facilitarla». Que predica con el ejemplo y con alegría. Es la actitud que el mundo conoce ahora viéndola en el Papa Francisco.
El documento indicaba que la Iglesia «tiene que liberarse de todas las estructuras caducas que han dejado de favorecer la transmisión de la fe». Esa misma frase se asomó a un Ángelus del Papa hace un par de semanas, confirmando que la reforma de la Curia vaticana va a ser extensa y profunda.
La «conversión pastoral» y la «misión continental», son conceptos que sirven para el mundo entero. El hecho de que los obispos latinoamericanos celebrasen aquella reunión en un santuario mariano dejó en el documento la marca de la «religiosidad popular», un elemento importantísimo en la «teología de la piedad popular», una modalidad muy sana de la «teología de la liberación», que Jorge Bergoglio predicaba desde hace tiempo, junto con otra corriente complementaria, «la teología de la pobreza».
El cardenal Bergoglio recordaba que en aquella reunión de obispos de toda América Latina «celebrábamos la misa en el Santuario junto a los peregrinos, y eso nos daba un vivo sentido de pertenecer a nuestra gente, a la Iglesia que camina como pueblo de Dios y de la que nosotros, los obispos, somos sus servidores».
Esta última frase recuerda otro documento en el que el cardenal Bergoglio tuvo un papel importante: la exhortación apostólica sobre el papel y ministerio de los obispos, publicada por Juan Pablo II como conclusión del Sínodo de Obispos del año 2001. El relator era el cardenal de Nueva York, con el de Buenos Aires como “número dos”. Los atentados del 11 de septiembre obligaron al cardenal Egan a volver a su ciudad en el mes de octubre, por lo que la tarea de sintetizar las intervenciones y preparar un documento para Juan Pablo II recayó sobre el cardenal Bergoglio.
El Sínodo del 2001 y el encuentro del CELAM en el 2007 estaban sentando las bases de su actual magisterio.
Juan Vicente Boo
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