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"A mí me parece que, en realidad, el verdadero responsable de las peores calamidades humanas es el hombre mismo y la maldad de su corazón, el pecado. Por eso, cualquier solución de desarrollo del hombre debería empezar por curar el corazón humano"
Janvier Mahougnon Gbenou tiene 31 años y es de Benín. El próximo 5 de noviembre se ordenará diácono con otros 34 miembros del Opus Dei. Su país, cuna del Vudú donde florece el cristianismo, recibirá a Benedicto XVI.
¿Cómo ves el próximo viaje de Benedicto XVI a tu país?
¡Va a dar muchos frutos, como todos sus viajes anteriores! Tanto en África como en Europa o en América el Papa ha sido siempre bien recibido a pesar de que algunos se empeñen en hacer críticas.
Benín es conocido como la cuna del Vudú. ¿Tiene la fe cristiana muchas dificultades para enraizarse en la cultura africana a causa de las religiones ancestrales?
Pienso que no. Hay muchos católicos en África que viven su fe al 100%, y a veces de manera heroica. En mi familia, por ejemplo, nos hicimos católicos gracias a mi abuelo. Él era polígamo, se convirtió, despidió a las otras mujeres y se quedó con mi abuela. También se convirtió su hermano menor y cuando este falleció, mi abuelo se opuso a los parientes que querían hacerle funerales tradicionales. Los funerales tenían que ser católicos y así fue. Pero, poco después, mi abuelo fue envenenado y murió. Mi padre no pudo conocerle porque falleció antes de que él naciera. Pero cuando nació le bautizaron y actualmente todo nuestro pueblo es católico.
Pero sigue habiendo católicos que continúan con algunas prácticas de las religiones tradicionales…
Sí, es verdad, y pienso que uno de los mensajes del Papa será llamarles a vivir con coherencia su fe. Mi padre y mi madre, por ejemplo, aunque bautizados católicos, seguían participando en algunos ritos tradicionales cuando nos trasladamos a Costa de Marfil.
Me contó mi padre que un día del año 89, yo le pregunté: «Papa, ¿por qué vamos al ‘Tron-alafia’ si somos católicos?» Más tarde, recordé que en ese año yo me estaba preparando para mi primera comunión y había salido este tema en una de nuestras clases. Mi padre no tenía respuesta y esto le llevó a pensar. Un año después, gracias a Dios, él y mi madre se casaron por la Iglesia católica y nunca más volvimos al Tron-alafia. Así que yo pienso que es una cuestión de formación, paciencia y gracia de Dios.
El continente africano está golpeado por muchas calamidades. Por ejemplo, la guerra en Costa de Marfil, la hambruna en Somalia, etc. ¿Piensas que África tiene todavía razones para la esperanza?
Me acuerdo de la película Tears of sun, de Bruce Willis, sobre las violencias tribales en África. Este actor decía: «Dios se ha ido de África». Y, a veces, frente a las desgracias y a las calamidades, no solo en África sino en cualquier parte del mundo, se oye decir: «Dios tiene la culpa. Si es tan bueno, ¿por qué deja que pasen estas cosas?»
¿En verdad se ha ido Dios de África? A mí me parece que, en realidad, el verdadero responsable de las peores calamidades humanas es el hombre mismo y la maldad de su corazón, el pecado. Por eso, cualquier solución de desarrollo del hombre debería empezar por curar el corazón humano. Benedicto XVI dijo que «la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad». Y eso en África se entiende como en ningún otro sitio.
La solución de los problemas de África no pueden ser medidas contra la dignidad humana, por ejemplo la promoción del aborto, como propone el Protocolo de Maputo. La solución pasa por la educación, por el regreso de los “cerebros”, por el trabajo, la reconciliación... Es lo que nuestros hermanos africanos enfermos de sida, de paludismo, de tuberculosis o que sufren la pobreza o la guerra esperan de nosotros.
¿Y qué podrían aportar las distintas tradiciones y culturas africanas?
Las culturas y tradiciones africanas fomentan muchas virtudes, y las virtudes nos ayudan a todos a ser un poco mejores. Hay unas palabras de Nelson Mandela que siempre me han impresionado. Escribió una carta a Winnie Mandela desde la cárcel, el 1 de febrero de 1975, en la que decía: «La honradez, la sinceridad, la sencillez, la humildad, la generosidad sin esperar nada a cambio, la falta de vanidad, la buena disposición a ayudar al prójimo (cualidades muy al alcance de todo ser) son la base de la vida espiritual de una persona».
Es decir, no podemos ser todos ricos, famosos tampoco, pero virtuosos sí. Decía León XIII: «La virtud es patrimonio común de todos los mortales, asequible por igual a altos y bajos, a ricos y pobres». Por eso, si hay hombres virtuosos, habrá una sociedad virtuosa. Y unido a la gracia de Dios, esto nos hace santos.
¿Algún recuerdo personal de Benedicto XVI?
Sí, un recuerdo imborrable: pude saludar a Benedicto XVI en abril de 2009. Fue durante una audiencia concedida a los estudiantes que participaron en el Forum internacional UNIV. Fue justo después del viaje del Papa a Camerún y a Angola. Y los estudiantes africanos queríamos entregarle una carta de agradecimiento. Este Papa nos quiere mucho.
¿Cuándo conociste el Opus Dei?
En 1997. Vivía y estudiaba en Costa de Marfil. Ahí conocí a mi mejor amigo, un marfileño de padre musulmán y de madre católica y supernumeraria del Opus Dei. Teníamos diecisiete años e íbamos al mismo liceo. Él me invitó a una actividad de formación cristiana y fue cuando me enamoré de Jesucristo y el mensaje cristiano del Opus Dei.
¿Cuál ha sido tu experiencia en el Opus Dei?
Vengo de una familia pobre. Mi padre es mecánico y mi madre ama de casa, y somos nueve hermanos. Para mí, la vocación a la Obra, mi próximo ministerio diaconal y, más adelante, el sacerdocio, significa ser capaz de decir: «Yo quiero amar a Dios y hacer de mi vida un servicio a los demás».
¿Tienes miedo a ordenarte sacerdote?
No, no, en absoluto. Al contrario, diría que tengo tres motivos para sentirme seguro. El primero es que me sé acompañado por la oración de muchos cristianos; el segundo motivo es que una vez ordenado sacerdote, mi tarea consistirá en transmitir la gracia y el mensaje de Cristo. Transmitir y no inventar o improvisar. Lo que daré no será mío, sino de Cristo; y, finalmente, me siento seguro porque me sé en las manos de la Virgen María, la Madre de todos los sacerdotes.
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