Lo que busca, antes que nada, es la conversión personal
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En estos primeros meses el Papa Francisco ha logrado trasmitir que es preciso centrarse en lo esencial, abandonar lo superfluo y llevar el evangelio a los últimos rincones de la sociedad
Pasados ya los tres meses desde su elección, el Papa Francisco continúa despertando el fervor de los fieles, suscitando el interés de la prensa y levantando cierta perplejidad entre los comentaristas que han intentado descifrar las claves de su pontificado.
El hecho evidente es que el discurso “mediático” sobre el Papa y la Iglesia es hoy muy diferente del habitual hace tan solo unos meses, cuando estaba dominado casi exclusivamente por cuestiones críticas y polémicas. Todo parece indicar que es una situación que va más allá de una “tregua” motivada por el efecto de novedad y curiosidad que despierta la llegada de un nuevo Papa.
Los frecuentes gestos de Francisco y los contenidos de sus homilías diarias (una novedad absoluta) han alimentado noticias en las que el tema de fondo suele ser algún aspecto de lo que significa vivir una vida cristiana. Se habla con cierta soltura de sacramentos, oración, virtudes (pobreza, humildad, caridad, magnanimidad, fortaleza, etc.)... es decir, de lo que habitualmente solía quedar fuera de las informaciones referidas al Papa. Es cierto que a veces se presentan esos contenidos en clave polémica, como dirigidos contra alguien (los curas ambiciosos, etc.), pero ahí están.
Se ha producido un cambio de paradigma que, no hay que olvidar, apareció claramente con la inesperada renuncia de Benedicto XVI, cuando se mostró gráficamente a todos que el gobierno, en la Iglesia, es servicio y no ejercicio de poder. Fue un mensaje que tuvo una clara incidencia en el tono marcadamente espiritual que caracterizó todo el cónclave.
Se ha insistido mucho en los últimos meses en la necesidad de reformas en la Iglesia. Por lo general, se ha señalado casi exclusivamente a la Curia romana. Sin negar esa necesidad, da la impresión de que la primera reforma que el Papa quiere llevar a cabo se sitúa a nivel personal. De ahí que su martilleo −para el que se alimenta de su predicación anterior como sacerdote y obispo− esté dirigido a todos, no solo a la Curia. Lo que busca, antes que nada, es la conversión personal.
Algunos sostienen que el Papa es popular porque ha evitado entrar en temas polémicos candentes. Es cierto que no ha puesto el énfasis −al menos, en sus intervenciones públicas− en esas cuestiones (aborto, eutanasia, matrimonio homosexual, etc.), pero tampoco las ha evitado. Mi impresión es que Francisco está aplicando el consejo de Benedicto XVI: hoy es urgente recordar antes que nada que el cristianismo es una afirmación, no un cúmulo de prohibiciones. Si no se entienden primero los “sí”, los “no” carecerán de sentido.
Se le atribuye que trata temas de éxito asegurado, como la denuncia contra los excesos de las finanzas internacionales, pero en un plano genérico, de modo que nadie se siente interpelado ni acusado. En realidad, ese carácter general es el tono habitual de los Papas, como demuestran las intervenciones de sus predecesores incluso al tratar de cuestiones tan graves como el terrorismo (no hay acusaciones personales). Por otro lado, si el Papa buscara temas populares para sus intervenciones, ciertamente no se habría referido tantas veces −por poner un ejemplo− a algo tan tabú y tan poco popular como la existencia del diablo y su acción perversa en las almas.
Lo que mejor transmiten del Papa los medios de comunicación son sus gestos. El problema es que los gestos, por definición, son más ambiguos que las palabras. Cada uno les da la interpretación que le parece más adecuada, sin el riesgo de ser desmentidos. Ahí −en la elasticidad de la interpretación de sus gestos− es posiblemente donde surge buena parte del desconcierto que provoca el Papa Francisco en algunos. Puedo construirme un Papa a mi medida, sobre todo si −como ha ocurrido− se añaden al gesto frases muy expresivas, pero nunca pronunciadas por el Papa... La ambigüedad de los gestos disminuye si se conoce “el texto” −es decir, el contenido de su predicación escrita y oral, y sus obras anteriores.
El Papa está todavía en la fase de “reflexión, oración y dialogo” con la que quería acometer y acompañar su ministerio antes de tomar decisiones importantes. Aunque caben nuevas sorpresas, su estilo será cada vez más conocido. Pero en estos primeros meses ha logrado trasmitir que es preciso centrarse en lo esencial, abandonar lo superfluo y llevar el evangelio a los últimos rincones de la sociedad. Su petición es incisiva porque su estilo de vida, tal como el observador normal lo deduce de sus gestos, es coherente con ese anhelo.