El Papa quiere que la renovación de la Iglesia Católica comience por los espíritus y los corazones
Su vida austera, su naturalidad en el trato y sus sencillas afirmaciones sobre los deberes de los católicos no son solo gestos, sino que constituyen auténticos ejercicios pastorales
Se cumplen cien días desde que Jorge Mario Bergoglio fuera entronizado como Papa, con el nombre de Francisco. Su elección por el colegio cardenalicio culminó un proceso de cambios que comenzó con la decisión de Benedicto XVI de renunciar al pontificado. Los discursos de despedida del Papa Ratzinger estuvieron cargados de mensajes por la renovación de la Iglesia, que él mismo promovió con una renuncia histórica, recibida como una sacudida de humana y sincera debilidad.
Puede decirse que Benedicto XVI allanó el camino para un nuevo Papa como Francisco. Quien fuera arzobispo de Buenos Aires dio inmediatamente muestras de una actitud novedosa ante el ejercicio del pontificado. Sin alterar las enseñanzas de la Iglesia Católica, Francisco ha sabido transmitir la idea fundamental de que empieza una nueva etapa en la historia del catolicismo.
El mismo nombre elegido por el cardenal Bergoglio, Francisco, es un llamamiento a la humildad y a la autenticidad de la Iglesia Católica, tanto en su labor pastoral como en las conductas de quienes integran su jerarquía. «Hay que oler a oveja», ha dicho el Papa, recordando que la razón de ser de la Iglesia Católica es la labor pastoral, especialmente con los más pobres y desamparados, a quienes dedica menciones constantes en sus alocuciones.
Su vida austera, su naturalidad en el trato, sus sencillas afirmaciones sobre los deberes de los católicos, no son sólo gestos, que algunos reducen a un bondadoso sentimentalismo franciscano. Por el contrario, constituyen auténticos ejercicios pastorales para cardenales y obispos, pero también para los más de mil millones de católicos del mundo. Francisco quiere que la renovación de la Iglesia Católica comience por los espíritus y los corazones de sus principales responsables y a ellos apela para que den esos testimonios de fe y vida ejemplar que muchos católicos desearían sentir con más nitidez.
Su formación ignaciana ─Bergoglio es jesuita─ será decisiva para enfrentar con determinación y disciplina, virtudes tan propias del santo fundador de la Compañía de Jesús, la reforma de la curia vaticana. La creación de un comité asesor, formado por varios cardenales de todo el orbe católico, expresa su clara voluntad de contar con bases sólidas para decisiones que sólo a él, como Sumo Pontífice, le corresponde.
Francisco ha creado esperanza e ilusión, pero los tiempos de la Iglesia Católica no siempre coinciden con los mundanos y esto puede provocar incertidumbres si el Papa no empieza pronto a dar impulsos concretos al reformismo que representan sus palabras y sus actitudes. El catolicismo vive un papado carismático, otro más después de los que asumieron grandes sucesores de Pedro, como Juan Pablo II y Benedicto XVI.