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En Pentecostés se superan las divisiones; ya no hay orgullo hacia Dios, ni cerrazón de uno hacia el otro, sino apertura a Dios y salida para anunciar su Palabra
Se dice que cada idioma que alguien conoce le abre a un mundo nuevo. Los idiomas unen, pero a veces también separan. En su audiencia del 22 de mayo, el Papa Francisco habló de un idioma nuevo, de una lengua universal que todos pueden comprender. Y lo dijo explicando la misión evangelizadora de la Iglesia, a partir del Credo: “Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica”.
Evangelizar es misión de todos
La Iglesia es fruto de la acción del Espíritu Santo y guía sus pasos. Sin la presencia y la acción incesante del Espíritu Santo, que, desde Pentecostés le da la vida y guía sus pasos. «Evangelizar −afirma el Papa Francisco− es la misión de la Iglesia, no solo de algunos, sino mía, tuya, nuestra misión. El apóstol Pablo exclamaba: ¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio!» (1Co 9, 16). Todos deben evangelizar pues, como decía Pablo VI, «evangelizar… es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (Evangelii nuntiandi, 14). Y es precisamente el Espíritu Santo el verdadero motor de la evangelización en nuestra vida y en la de la Iglesia (cf. Ibid. 75).
Para evangelizar, deduce el Papa, es necesario siempre de nuevo abrirse al horizonte del Espíritu de Dios sin temor a lo que nos pida y adonde nos lleve. «¡Confiemos en Él! Él nos hará capaces de vivir y testimoniar nuestra fe, e iluminará el corazón de los que encontremos». Tal es la experiencia de Pentecostés (cf. Hch 2, 3-4). «El Espíritu Santo, al descender sobre los apóstoles, les hace salir de la sala en la que estaban encerrados por el miedo, les hace salir de sí mismos, y les transforma en anunciadores y testigos de las “grandes obras de Dios” (v. 11)». Y la multitud que les rodeaba escuchaba sus palabras y −más perfectamente que en una traducción simultánea− «cada uno les oía hablar en su propia lengua» (v.6).
El Espíritu Santo conduce a la unidad
En línea con la lectura cristiana tradicional, el Papa Francisco contrapone el acontecimiento de Pentecostés a lo que sucedió en Babel. El primer efecto importante de la acción del Espíritu Santo que guía y anima el anuncio del Evangelio es la unidad, la comunión. En cambio, en Babel había comenzado la dispersión de los pueblos y la confusión de las lenguas, como resultado de la soberbia y el orgullo del hombre que quería construir con sus solas fuerzas, sin Dios, «una ciudad y una torre cuya cima toque el cielo» (Gn 11, 4).
En Pentecostés se superan aquellas divisiones. Ya no hay orgullo hacia Dios, ni cerrazón de uno hacia el otro, sino apertura a Dios y salida para anunciar su Palabra: «una lengua nueva, la del amor que el Espíritu Santo derrama en los corazones (cf Rm 5, 5); una lengua que todos pueden comprender y que, una vez acogida, puede ser expresada en toda existencia y en toda cultura».
La lengua del Espíritu Santo −explica Francisco− es la lengua de la comunión que invita a superar clausuras e indiferencias, divisiones y contraposiciones. Y nos invita a preguntarnos: «¿Cómo me dejo guiar por el Espíritu Santo de modo que mi vida y mi testimonio de fe sea de unidad y de comunión? ¿Llevo la palabra de reconciliación y de amor, que está en el Evangelio, a los ambientes en que vivo?» Ante las divisiones, rivalidades, envidias, egoísmos, «Yo, ¿qué hago con mi vida? ¿Promuevo la unidad en torno a mí? ¿O divido, con las habladurías, las críticas, las envidias?»
Valentía y oración para anunciar la fe
Un segundo elemento que sucede en Pentecostés es la valentía para anunciar la novedad del Evangelio a todos, en todo tiempo y lugar (cf. Hch 2, 14 y 29). Y esto sucede también hoy, pues del fuego de Pentecostés, de la acción del Espíritu Santo, «se liberan siempre nuevas energías de misión, nuevos caminos por los que anunciar el mensaje de salvación, nueva valentía para evangelizar». Y siempre, con alegría; porque evangelizar −observa Francisco− nos da alegría, nos lleva hacia arriba; en cambio el egoísmo nos da amargura, tristeza, nos lleva hacia abajo.
Finalmente, un tercer elemento es que la nueva evangelización debe partir siempre de la oración, como sucedió con los apóstoles en el cenáculo. Allí se hallaban reunidos con María orando cuando bajó sobre todos el fuego del Espíritu Santo. «Solo la relación fiel e intensa con Dios permite salir de las propias clausuras y anunciar con valentía el Evangelio. Sin la oración nuestra acción se vuelve vacía y nuestro anuncio no anima y no está animado por el Espíritu».
Y concluye Francisco citando a Benedicto XVI cuando al finalizar el sínodo sobre la nueva evangelización afirmó que hoy la Iglesia «siente sobre todo el viento del Espíritu Santo que nos ayuda, nos muestra el camino justo; y así, con nuevo entusiasmo, estamos en camino y damos gracias al Señor» (Palabras durante la última congregación general del Sínodo de los Obispos, 27-X-2012).
En efecto, el viento del Espíritu Santo está impulsando a la Iglesia para que esa «lengua que todos pueden comprender» −la del amor cristiano− llegue para iluminar y dar vida al mundo, también por medio de la vida y de las palabras de los cristianos, en sus familias, en sus actividades profesionales y sociales. Para hacerlo posible, los cristianos necesitamos una adecuada y permanente formación, que nos lleve a evangelizar nuestros ambientes con la fuerza de la oración, y sabiéndonos y sintiéndonos una sola familia.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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