La solicitud por los creyentes de China es otro punto de continuidad de Francisco con Benedicto
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El pasado jueves, día 23, la comunidad china celebró en Roma, en lugares próximos al Coliseo, una vigilia de oración; y el domingo se reunieron en el Ángelus en torno al Papa, unos 500 chinos de Rimini, Prato, Padua, Nápoles, Milán, Treviso y Roma
El pasado día 24, fiesta en tantos lugares de María Auxiliadora, muchos católicos tuvimos presentes a los fieles de China. No olvidamos la solicitud de Benedicto XVI, que quiso dedicar esa fecha desde 2007 a la oración por aquel gran país: la Madre de Dios, ‘Auxilium Christianorum’, recibe especial veneración popular en el santuario mariano nacional de Shenshan, a unos 40 Km. de Shangai.
El desarrollo económico de China, y el interés mutuo que tienen las relaciones financieras y comerciales con Occidente −miles de millones de euros en juegos de ida y vuelta−, no debería hacer olvidar su negación de los derechos humanos: la dignidad y la libertad de la persona tienen mucha más importancia que la apertura de mercados o la venta de grandes productos, como el Airbus.
Veremos cómo acaba el conflicto suscitado entre Pekín y Bruselas, a raíz de la intención de la Unión Europea de abrir una investigación sobre posibles prácticas contrarias a la competencia en materia de telefonía móvil, o del proyecto de imponer aranceles a los paneles solares provenientes del gigante asiático, para proteger del dumping a los fabricantes europeos. Paradójicamente, el primer ministro Li Keqiang invoca la libertad de comercio, mientras que Occidente calla sobre la violación de otros derechos humanos más esenciales.
En un libro reciente de Rialp sobre la libertad religiosa, fruto del trabajo del Witherspoon Institute americano, Timothy Shah escribe: «un gobierno que evita que su pueblo busque una autoridad más allá del Estado (...) ha perdido toda pretensión de ser un régimen democrático y libre». China sufre uno de esos regímenes: la Iglesia católica tiene muchos problemas con el gobierno, y varios obispos siguen en prisión desde hace años. Basta pensar que los funerales por el obispo de Shangai, Jin Luxian, fallecido a finales de abril, tuvieron que ser presididos por un sacerdote, porque el auxiliar de la diócesis, Thadeus Ma Daqin, está confinado desde el día de su ordenación −en el seminario de la diócesis−, por negarse a recibir la imposición de manos de dos obispos no reconocidos por Roma y renunciar públicamente a sus funciones en la asociación patriótica.
Con motivo de la celebración de esa jornada mundial de oración por la Iglesia en China, el Papa Francisco celebró la Misa en la capilla de la Casa Santa Marta con sacerdotes, personas consagradas y laicos chinos. Asistió el arzobispo Savio Hon Tai-Fai, Secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, único miembro chino de la curia vaticana.
El pontífice había recordado ya la próxima celebración de esa jornada, al término de la audiencia general del miércoles 22, y repitió las palabras finales de la oración que compuso en 2008 Benedicto XVI: «Señora nuestra de Sheshan, alienta el compromiso de quienes en China, en medio de las fatigas cotidianas, siguen creyendo, esperando y amando, para que nunca teman hablar de Jesús al mundo y del mundo a Jesús. En la estatua que corona el Santuario tú muestras a tu Hijo al mundo con los brazos abiertos en un gesto de amor. Ayuda a los católicos a ser siempre testigos creíbles de este amor, manteniéndose unidos a la roca de Pedro sobre la que está edificada la Iglesia. Madre de China y de Asia, ruega por nosotros ahora y siempre. Amén».
Al día siguiente la comunidad china celebró en Roma, en lugares próximos al Coliseo, una vigilia de oración. Y el domingo, se reunieron en el Ángelus en torno al Papa, unos 500 chinos de Rimini, Prato, Padua, Nápoles, Milán, Treviso y Roma.
La solicitud por los creyentes de China es otro punto de continuidad de Francisco con Benedicto. Este envió en 2007 una extensa carta a los católicos chinos para insistir en la fidelidad a las verdades de fe y a la unidad de la Iglesia. Cincuenta años antes, en la época de Mao, se había creado la Asociación Católica Patriótica, dependiente del partido comunista, que intentaba organizar la vida religiosa al margen del obispo de Roma, contemplado como un "jefe de Estado extranjero y hostil".
Surgió entonces también la "Iglesia clandestina", fiel al Papa. Desde entonces se han sucedido coyunturas diversas, pero el relativo deshielo de hace unos años parece estar a punto de desaparecer: las autoridades chinas surgidas tras el último congreso del partido comunista dan prioridad a la modernización económica, pero excluyen cambios políticos y libertades. Probablemente seguirán sin ratificar el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, firmado por China en 1998. Lástima que los dirigentes occidentales persistan en su complicidad.