Un encuentro particularmente festivo y cálido el que organizó el sábado pasado el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización
L´Osservatore Romano
Cultura es "razón que sabe comprender el mundo circunstante", razón viva en el deseo de conocer, no resignada, razón que se mueve en la búsqueda de la verdad
Ha sido un encuentro particularmente festivo y cálido el que organizó el sábado pasado el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización: un momento de reconocimiento reciproco, un refuerzo de la misión compartida y una confirmación de que —como han repetido muchos— sólo un corazón que arde de amor por Dios puede transmitir a los demás la fuerza de una fe que es siempre, también, pasión.
En una sociedad secularizada, durante una tarde en la que, en Roma, estallaba la furia de destrucción, un auténtico entusiasmo recargaba a los nuevos evangelizadores, muy a menudo jóvenes laicos, pero también párrocos ancianos, fundadores y líderes de movimientos. Pero, aunque todos identificaron la cultura como terreno importante donde intervenir y actuar, fue la relación introductiva del arzobispo Rino Fisichella la que indicó tareas y directrices del nuevo dicasterio que preside. Y, en su discurso, la cultura ha sido interpretada no sólo como transmisión del mensaje evangélico, sino también como vía a través de la cual se pueden leer los signos de los tiempos y, así, identificar las condiciones históricas en las que, con mayor utilidad y eficacia, se puede intervenir para evangelizar. Para el presidente, cultura es «razón que sabe comprender el mundo circunstante», razón viva en el deseo de conocer, no resignada, razón que se mueve en la búsqueda de la verdad.
Y es desde esta óptica que monseñor Fisichella ha evidenciado las condiciones históricas que hacen que se frecuente tan poco el sacramento de la reconciliación y la búsqueda de una dirección espiritual: la pérdida del sentido del pecado, que nace de la ausencia de una comunidad de referencia. Hoy, cerrados en un individualismo autoreferencial que nos hace considerar justo todo lo que deseamos, exentos de responsabilidades comunitarias y sociales —frecuentemente hasta las mínimas, en el contexto familiar—, ya no sabemos tender la mano, humildemente, a quien nos puede ayudar. Ni perdonar, por pequeñas o grandes cosas. Para perdonar a los demás, todos necesitamos una experiencia personal del perdón, experimentar al menos una vez ser amados y perdonados. Así podemos echar cuentas con quiénes somos realmente, y no confundir el deseo con la realidad. Porque el perdón, tan necesario en la vida diaria de todos nosotros, tan fundamental ejemplo de vida cristiana, tiene necesidad de testigos, de una comunidad de referencia.
Es un análisis que da mucho que reflexionar sobre la cultura en la que nos hallamos inmersos, sobre las formas también indirectas —pero no por ello menos perjudiciales— que ha asumido el proceso de secularización. Precisamente en el último número de la revista Le débat , el psicólogo francés Sébastien Dupont denuncia la deriva individualista que una práctica incontrolada del psicoanálisis ha reforzado y confirmado en la sociedad contemporánea, transformándola en una auténtica ideología individualista donde el mito de la autonomía personal ha sido elevado al rango de valor. Con todos los efectos negativos, que bien conocemos, para las personas frágiles, los ancianos y los neonatos "imperfectos"; pero también con un efecto general de empobrecimiento del intercambio afectivo entre los seres humanos, de ese intercambio que alimenta alma y corazón.
El tema de la lectura de la historia como momento de análisis necesario para la nueva evangelización volvió en la bellísima homilía que Benedicto XVI dirigió a los nuevos evangelizadores en el curso de la celebración litúrgica dedicada a ellos el domingo. «La teología de la historia es un aspecto importante, esencial de la nueva evangelización, porque los hombres de nuestro tiempo, tras el nefasto periodo de los imperios totalitarios del siglo XX, necesitan —dijo el Papa— reencontrar una visión global del mundo y del tiempo, una visión verdaderamente libre, pacífica».
Evangelizar quiere decir, entonces, llevar al mundo esa mirada católica de la que con tanta claridad habló Romano Guardini. Quiere decir hacer cultura, hacer historia, pensar de modo nuevo. Para ayudar a comprender hacia dónde está caminado el mundo, y dónde es posible intervenir, con la cultura y la política.