La prudencia exige distinguir los límites que se imponen a las minorías, aun cuando se reconozca su derecho a expresarse libremente
ReligionConfidencial.com
Por mucho que se intente separar terrorismo de Islam, está demasiado presente en el imaginario colectivo de Occidente. Y los líderes religiosos musulmanes tienen una importante tarea que hacer, si quieren cambiar esa imagen. No existe justificación cultural ni religiosa del terrorismo
Tal vez Charles Taylor, cuando lanzó la idea en Canadá hace tantos años, no podía imaginar el éxito del concepto. Pero tampoco su desvirtuación. Pues un esquema doctrinal que buscaba la comprensión y la tolerancia —comunitarismo frente a la indiferencia social del neoliberalismo puede convertirse en nuevo muro separador de la convivencia.
Una cosa es el problema en sí. Y otra distinta es la utilización política de la cuestión identitaria en las batallas políticas que se dan actualmente en países con fuerte inmigración y, a la vez, con partidos de extrema derecha más o menos nacionalista. Así sucede desde hace tiempo en la Europa central, y más recientemente en Alemania, Francia o el Reino Unido. Hasta el punto de que se ha podido escribir que «el multiculturalismo francés es una invención de Sarkozy” (Le Monde 24-2-2011). Aunque los autores del artículo, Guillaume Bachelay y Mehdi Ouraoui, secretarios nacionales del Partido socialista tienen que referirse lógicamente a lo que llaman «el triunvirato conservador Cameron-Merkel-Sarkozy», que ofrece a Europa la vía de la austeridad económica y social, pero «demuestra una mayor creatividad para avivar la xenofobia que ha devastado el continente».
En el fondo, Francia había vivido tranquila con su escuela y su laicidad republicanas, hasta que el Islam se convirtió en la segunda religión del país, tras el catolicismo. Comenzaron entonces a surgir problemas de identidad y diferenciación ausentes antes en el debate cultural, con el consiguiente y creciente recelo ante toda manifestación comunitarista.
El laicismo que, desde la ley francesa de 1905, reflejaba una inspiración anticatólica, cambia de actitud ante el fenómeno. El propio Sarkozy apelaba en 2003 a la laicidad francesa para justificar el nombramiento de un prefecto de religión musulmana. Y buscó como ministro del interior el máximo diálogo posible con la comunidad islámica. Por su parte, partidos de izquierda poco partidarios de lo cristiano —por ejemplo, en el debate sobre las raíces de Europa, suelen insistir en el rechazo de cualquier estigmatización del Islam, al descubrir que la laicidad, al separar iglesia y estado, consagra la libertad de los ciudadanos (aunque siga siendo reticente con su presencia más allá de la estricta esfera privada).
Muchas razones han determinado la atención creciente hacia el Islam por los medios de comunicación occidentales, mucho antes del actual movimiento revolucionario en el mundo árabe. Entre las principales están, sin duda, las terribles acciones terroristas cometidas en diversos países, desde Israel a Francia, Estados Unidos, España o el Reino Unido. Por mucho que se intente separar terrorismo de Islam, está demasiado presente en el imaginario colectivo de Occidente. Y los líderes religiosos musulmanes tienen una importante tarea que hacer, si quieren cambiar esa imagen. No existe justificación cultural ni religiosa del terrorismo.
Desde luego, el multiculturalismo del “todo vale”, políticamente correcto, bien merece su fracaso. Pero no tiene por qué arrastrar la capacidad de comprender lo valioso de otras culturas, ni menos aún, de fomentar una saludable integración de los inmigrantes en las costumbres de los países que los acogen. Tampoco, reiterar simplismos en la línea del “indigenismo” acusador de la “destructora civilización española” en América. Porque demasiadas manifestaciones inhumanas no podían resistir la comparación…
Algo de esto, aparte de coyunturas electorales, refleja la reacción de líderes europeos como Angela Merkel o David Cameron: es un fracaso el multiculturalismo que se traduce en guetos y frena la integración, antes social que política. El respeto a la diversidad no puede ser absoluto, porque niega la convivencia. Como tampoco sería posible ésta con un reconocimiento masivo de toda posible objeción de conciencia, o de la aceptación de las presiones de los modernos lobbies de opinión.
La prudencia exige distinguir los límites que se imponen a las minorías, aun cuando se reconozca su derecho a expresarse libremente. Pero no parece lógico que si sólo una persona quiere quitar el crucifijo de la sala de sesiones de un municipio de Québec —el asunto sigue sub iudice, su voluntad se imponga a la mayoría en nombre del respeto a la libertad. Como tampoco son conformes con la libertad de las conciencias las leyes de países orientales que prohíben toda conversión religiosa.
Un extraño pensador esloveno, Slavoj Zizek, se refería hace poco a los liberales progresistas horrorizados ante el racismo populista. Pero afirmaba que «su tolerancia comparte el mismo deseo de mantener a los demás a suficiente distancia. Café sin cafeína, crema sin grasa, política sin política, hasta el actual multiculturalismo liberal como experiencia del Otro privado de su alteridad —el Otro descafeinado...».
A juicio de Zizek, como de los principales intelectuales de la hora presente, se impone la reflexión sobre los criterios positivos que puedan ser compartidos universalmente. No tiene reparo en citar en Le Monde unas palabras del Nuevo Testamento: «ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer»; aunque omite la continuación de Gálatas 3, 28: «ya que todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús». La interacción y diálogo de las culturas, como reflejaba la ya clásica conversación entre Ratzinger y Habermas de 2004, exige la indagación acerca de los “valores que se sustentan en la esencia del ser humano".