Tras la JMJ los católicos estamos en condiciones de abordar una nueva etapa para profundizar en la fe y sacar conclusiones apostólicas<br /><br />
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Los católicos estamos en deuda con el afecto, la generosidad y el magisterio de Benedicto XVI, que aporta líneas de fuerza importantes para la plenitud de la existencia humana y cristiana
Después de escribir mi último artículo, sobre la estabilidad de la familia, leí en un medio católico italiano un duro comentario, titulado nada menos que L'eredità di Zapatero? Record assoluto di divorzi. El texto reconoce que se trata de un proceso agudizado en las últimas dos décadas: descenso del número de matrimonios y aumento desproporcionado de las rupturas.
Sin duda, la legislación actual facilita tanto el divorcio que quizá no se pueda ya utilizar el término "contrato" para el matrimonio. Cualquier otra convención entre partes es más difícil de romper. Existe una responsabilidad del legislador, pero las causas del desastre son más de fondo, y vienen dándose desde el tardofranquismo (aunque entonces no existía el divorcio en España). Y no parece que las reformas educativas —incluida la reciente que incluía la "Educación para la ciudadanía", remedo de la FEN de años lejanos— sean causa directa del deterioro. Entre otras muchas razones, porque el peso de la enseñanza no estatal es notoriamente superior al de los países de nuestro entorno, Italia incluida.
Pienso, en cambio, que Zapatero ha contribuido sin querer a una cierta movilización cristiana, más referida quizá a la presencia en la calle y en los medios, que a un esfuerzo de fondo para superar el clásico fideísmo hispano. Recuerdo a Juan Pablo II, en el aula magna de la Facultad de Derecho de Madrid en 1982 (allí me había examinado muchos años antes de materias delicadas, como el Civil con Castro...). Repitió un texto famoso desde la creación del Consejo Pontificio para la Cultura: «Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida».
Tras la JMJ, los católicos estamos en condiciones de abordar una nueva etapa para profundizar en la fe y sacar conclusiones apostólicas. No soy un escéptico ni un indignado de la política, aunque estoy persuadido de que los grandes problemas humanos y sociales no los resolverán parlamentos ni gobiernos. Pueden ayudar o entorpecer; pero lo importante será siempre la capacidad de cada uno para contribuir a encontrar soluciones en su entorno inmediato.
Esa nueva etapa comenzó el 21 de agosto. El próximo 20-N poco aportará en estas materias, salvo manifiesto error por mi parte. En cambio, los católicos estamos en deuda con el afecto, la generosidad y el magisterio de Benedicto XVI, que aporta líneas de fuerza importantes para la plenitud de la existencia humana y cristiana.
Ante todo —también frente a pesimismos y desencantos—, me permito destacar su alegría. Como expresaba en la despedida en Barajas: «el Papa se ha sentido muy bien en España». Se hacía portavoz del agradecimiento de los jóvenes: «han sido muy bien acogidos aquí y en tantas ciudades y localidades españolas, que han podido visitar en los días previos a la Jornada». Y reiteraba el agradecimiento, ya manifestado al llegar el 18-8, con especial mención de «esta gran Villa de Madrid, cosmopolita y siempre con las puertas abiertas».
Al Papa le interesa mucho España, en su historia y en su futuro, en términos estrictamente religiosos, como recordó recién llegado: «deseo expresar también mi aprecio y cercanía a todos los pueblos de España, así como mi admiración por un País tan rico de historia y cultura, por la vitalidad de su fe, que ha fructificado en tantos santos y santas de todas las épocas, en numerosos hombres y mujeres que dejando su tierra han llevado el Evangelio por todos los rincones del orbe, y en personas rectas, solidarias y bondadosas en todo su territorio. Es un gran tesoro que ciertamente vale la pena cuidar con actitud constructiva, para el bien común de hoy y para ofrecer un horizonte luminoso al porvenir de las nuevas generaciones. Aunque haya actualmente motivos de preocupación, mayor es el afán de superación de los españoles, con ese dinamismo que los caracteriza, y al que tanto contribuyen sus hondas raíces cristianas, muy fecundas a lo largo de los siglos».
Lo reiteraba al despedirse: «España es una gran Nación que, en una convivencia sanamente abierta, plural y respetuosa, sabe y puede progresar sin renunciar a su alma profundamente religiosa y católica. Lo ha manifestado una vez más en estos días, al desplegar su capacidad técnica y humana en una empresa de tanta trascendencia y de tanto futuro, como es el facilitar que la juventud hunda sus raíces en Jesucristo, el Salvador».
Hace unos días Google me daba casi tres millones de resultados sobre "JMJ Madrid 2011 videos". Y han aparecido libros con textos, fotos, etc. Por mi parte, he ido preparando una síntesis sistemática de las grandes ideas desarrolladas por el Papa aquellos días de agosto. Partí de las pautas que el propio Pontífice mostró en la audiencia general celebrada en Castelgandolfo el miércoles siguiente a la celebración de la JMJ. Espero poder dedicarles espacio aquí en las próximas semanas, por si puedo contribuir en algo a esa nueva etapa.