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Benedicto XVI advirtió que "un Estado que no respeta el derecho es una gran banda de forajidos"
Benedicto XVI sorprendió el jueves al Parlamento alemán con un discurso sobre la razón, el derecho y la ecología muy superior a cualquier expectativa de los legisladores, quienes le dedicaron dos largas ovaciones en pie y aplaudieron con entusiasmo varios pasajes de su intervención.
Los más entusiastas fueron los “verdes”, a los que hizo reír a gusto, sobre todo cuando aclaró que «no hago propaganda de ningún partido político». Fue una lección magistral como la pronunciada hace un año en el Westminster Hall de Londres ante el parlamento británico.
El acto que había levantado más tensión en los días anteriores se resolvió casi como un encuentro de familia, sin que nadie echase en falta a los diputados ex-comunistas que dejaron vacíos sus escaños. Con buen humor, el presidente del Bundestag, Norbert Lammert, comentó que «raramente un discurso en esta Cámara había atraído de antemano tanta atención en Alemania y fuera de ella».
El Papa abordó el tema de «los fundamentos del Estado liberal de derecho» con unas palabras de San Agustín: «un Estado que no respeta el derecho es una gran banda de forajidos». En lo que sucedió con el gobierno de Adolf Hitler, elegido canciller democráticamente, cuando «pisoteó el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho».
Para sorpresa de sus oyentes, Benedicto XVI explicó que el cristianismo trajo una superación del estado teocrático pues «contrariamente a otras grandes religiones, nunca ha impuesto al Estado y a la Sociedad un derecho revelado sino que situó las verdaderas fuentes del derecho en la naturaleza y la razón». De su síntesis con la filosofía estoica de Grecia y el derecho codificado de Roma «nació la cultura jurídica occidental, que ha sido y sigue siendo de una importancia decisiva para la cultura jurídica de la humanidad».
El problema surge en los últimos dos siglos cuando aparece «la razón positivista, que se presenta de modo exclusivista y no es capaz de percibir nada más que lo que es funcional», cerrando así todo otro horizonte. Esto exige hoy «volver a abrir las ventanas, ver de nuevo al inmensidad del mundo, del cielo y de la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo».
En un giro inesperado, el Papa comentó que los jóvenes ecologistas alemanes de los años setenta «se dieron cuenta de que en nuestras relaciones con la naturaleza había algo que no funcionaba; que no es solamente un material para nuestro uso, sino que la tierra tiene en sí misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones».
Por eso, «la importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder coherentemente», sin olvidar la «ecología humana», es decir, el respeto a las personas, a su vida y a sus derechos.
Después de su discurso, el Papa se reunió en una de las salas del gran edificio del Reichstag con los principales representantes de la comunidad judía, a quienes recordó que estaban «en un lugar central de una espantosa memoria: desde aquí se programó y organizó la ‘Shoah’ (Holocausto), la eliminación de los ciudadanos judíos de Europa».
Benedicto XVI afirmó que «el omnipotente Adolf Hitler era un ídolo pagano, que quería ser sustituto del Dios bíblico, Creador y Padre de todos los hombres», al tiempo que ponía en marcha los campos de exterminio.
Además de continuar el diálogo emprendido, «los cristianos debemos darnos cuenta cada vez más de nuestra afinidad interior con el judaísmo», trabajando juntos para «reforzar la común esperanza en Dios. Sin esa esperanza la sociedad pierde su humanidad».
La agotadora jornada de Benedicto XVI, que había incluido encuentros oficiales con el presidente de la Republica, Christian Wulff, y la canciller Angela Merkel, terminó con una misa para 75.000 fieles en el Olypiastadion de la capital, donde afirmó que «Cristo ha venido a llamar a los pecadores», y que «la Iglesia existe para los pecadores, para abrirles el camino de la conversión, de la curación y de la vida».
Como ya había hecho en su encuentro con los periodistas durante el vuelo de Roma a Berlín, el Santo Padre volvió a reconocer que «en la Iglesia hay peces buenos y malos, grano y cizaña». En el avión había dicho que los “crímenes” de abuso de menores provocan, además de un daño tremendo a las víctimas, también el escándalo de quienes reaccionan diciendo “ésta no es mi Iglesia”. Benedicto XVI animó a «sobreponerse a los escándalos y a trabajar contra los escándalos, para que no sucedan».
El Papa se reunirá el viernes en Erfurt con los responsables de la Iglesia luterana precisamente en el convento de los agustinos donde vivió Martin Lutero.
Juan Vicente Boo
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